Pero… el ingenio y la creatividad se puso en marcha y en todos los
barrios, cada equipo disponía de varias “pelotas de trapo”. “A falta de pan,
buenas son las tortas…” expresa un dicho popular y en la imaginación de cada
chico que pateaba, seguro lo hacía pensando que era “la nº 5”.
Fabricar una pelota de trapo, era toda una ciencia y se necesitaba de
la complicidad de alguna abuela que nos regalara al menos un par de medias en
desuso, de aquellas que no resistirían otra sesión de zurcido. Confeccionar una
era tarea de toda una tarde y lo más común por aquellos tiempos era usar medias
de lana.
La primera media se llenaba de trapos en desuso y hasta algunos papeles.
Luego se golpeaba contra el tallo de una planta para permitir su
“acomodamiento” y compresión. Ese acto representaba una verdadera ciencia, ya
que cada tanto se debía controlar que el contenido de la media tome forma de
esfera. Logrado esto, se daba vuelta la media y continuaba la acción de golpe
contra la planta para obtener la compactación de su interior.
Finalmente, con la segunda media se recubría la anterior tantas veces
como permitiera el largo de la media y con aguja e hilo de cualquier color, se
cosía el último borde de la “boca” de la media.
Después, sólo restaba disfrutar de la magnífica creación en los recreos
de la escuela “hasta que la media aguantara”.
Las mejores pelotas que hasta imaginábamos que picaba como el mejor
fútbol no excedían los 15 cm de diámetro.
En la década del ´60, en los
patios de la mayoría de las escuelas de barrio se disputaban furiosos partidos
en los recreos y generalmente eran “grado contra grado”, es decir, los partidos
más gloriosos eran los que disputaban “7º A” contra “7º B” y ni hablar si algún
sábado se podía coordinar para jugar con “los del turno mañana” o con “el 7º”
grado de otra escuela.
Eran otros tiempos…