Cómo combatir la obesidad emocional

Te explicamos las muchas razones diferentes por que nuestro cuerpo quiera estar gordo. Sólo tendréis que entenderlos, y luego aprender a hacerles frente y eliminarlos



Para mí, transformar mi cuerpo representaba, en gran medida, transformar mi
vida. Pero había otras cuestiones que tenía que abordar.

Estaba sometido a un
enorme estrés y, como veréis más adelante, ciertos tipos de estrés pueden
engañar al cuerpo para que quiera estar gordo y activar lo que llamo los
“Programas FAT [gordura]”.


También padecía una dolencia que llamo “obesidad
emocional
”, que se produce
cuando alguien se siente más a salvo si está gordo. Tenía que enfrentarme a
muchos problemas diferentes.


Pero, por el momento, lo único que necesitas comprender es que si tienes que
perder más de unos cinco kilos y no lo consigues, es porque tu cuerpo tiene una
razón para aferrarse a ese peso extra. Tu cuerpo quiere estar gordo y, mientras ese sea el
caso, luchar contra él no servirá de nada.


El cuerpo cuenta con todas las bazas. Controla tu metabolismo, así que incluso
si crees que puedes controlar la cantidad de comida que metes en el cuerpo, él
controla cuánta energía quemará y cuánta almacenará.

El cuerpo puede hacer que estés tan cansado
que no tengas energía para hacer ejercicio, incluso si acabas de contratar al
mejor monitor del mundo.


También tu cuerpo tiene la palabra final sobre lo que hará con cualquier
alimento que introduzcas en él. Puede elegir almacenar todo lo que quiera en tus
células grasas. Puede elegir almacenarlo en tus células grasas en lugar de proporcionar energía a tus
músculos.


Además, cuando el cuerpo necesita energía y no le das suficiente alimento, puede
quemar músculo en lugar de grasa.


El cuerpo es quien manda. Controla todo el metabolismo de la grasa, así como
muchas de las otras funciones de supervivencia básicas, en una diminuta zona de
la base del cerebro: el “cerebro animal”.


Esta zona determina cuánto sueño necesitas, cuánto aire necesitas y lo gordo o
delgado que debes estar. Si necesitas más sueño, hará que te sientas cansado. Si
necesitas más oxígeno, hará que quieras respirar más deprisa. Y si necesitas más
grasas, hará que tengas hambre.


Es así de simple. Prueba a aguantar la respiración un rato y pronto verás cómo
el impulso de respirar es irresistible. ¡Y así debe ser! ¡Respirar te mantiene
vivo! El mecanismo de almacenamiento de grasas del cuerpo funciona exactamente
igual.


Mientras tu cuerpo esté convencido de que mantenerte gordo es mantenerte a
salvo, el impulso de ingerir comida basura será igualmente irresistible.


Siempre se ha acusado a los gordos de ser débiles, perezosos y consentirse todos
los caprichos; no sólo lo ha hecho el público en general, sino también el sector
de la atención sanitaria dominante.


Sé que cada vez que entraba en la consulta de un médico recibía aquella mirada
de “Vaya, mira ese tío que no se cuida”. Nada estaba más lejos de la verdad,
pero yo recibía la mirada… TODAS LAS VECES.


Imagina que alguien te dijera que tu problema es que duermes demasiado y que
sólo debes dormir dos horas al día.

Y que todos en la sociedad y en tu entorno
te juzgaran por ser débil y perezoso porque dormías tanto. Podrías dormir dos
horas cada noche, durante un tiempo, pero antes o después necesitarías un sueño
largo —un “atracón de sueño”— porque tu cuerpo lo necesitará, independientemente
de lo que te diga la sociedad.


Pasa exactamente lo mismo con la comida.


Puedes reducir lo que ingieres y obligarte a comer menos durante un tiempo, pero
antes o después necesitarás darte un “atracón”. Es así porque tu cuerpo te
obliga a comer más para mantenerte en un cierto peso.


Una de las cosas que he estado intentando conseguir es una disculpa oficial de
la comunidad médica por su respaldo a los estereotipos habituales, según los
cuales a los gordos les falta autodisciplina. Por fortuna, he observado que la situación está
mejorando.


Ahora hay muchos médicos y profesionales de la sanidad inteligentes que
comprenden la auténtica razón de que tantas personas sean obesas, pero todavía
queda mucho camino por recorrer.

La opinión generalizada entre la profesión
médica sigue siendo que perder peso es simplemente una cuestión de calorías que
entran y calorías que salen, y que los gordos deben “sencillamente, comer
menos”.


A los que piensan así, les digo: “Sencillamente, respira menos” o
“Sencillamente, duerme menos”. Sólo después de pensar en la imposibilidad de
obedecer estas órdenes, sabrán exactamente lo que es luchar contra la obesidad.


No hay medio alguno de que alguien, sea médico o no, pueda llegar a imaginar lo
que es estar en un cuerpo que te obliga a estar gordo y a comer demasiado, a
menos que hayan pasado por ello.

Dicho esto, las investigaciones actuales más
avanzadas confirman que perder peso no es sólo una cuestión de “las calorías que
entran y las calorías que salen”, y que no tiene nada que ver con la
“disciplina”.


El doctor Jeffrey M. Friedman, el “padre de la grasa”, que descubrió la hormona
leptina y que es, sin discusión, el experto más importante y mejor informado
sobre la obesidad en el siglo xxi, dice que tenemos que dejar de culpar a las
personas gordas y que “no se puede achacar la obesidad a un fallo de la fuerza
de voluntad”.


Así pues, el primer paso es comprender que no se trata de fuerza de voluntad, y
aceptarlo. En lugar de esforzarse en vano contra el abrumador instinto del
“cerebro animal” para mantenernos vivos, lo único que hay que hacer es comprender por qué
nuestro cuerpo quiere estar gordo y, a continuación, eliminar esas razones.


Elimina las razones de que tu cuerpo quiera estar gordo y querrá estar
delgado… naturalmente.


La verdad es que tu cuerpo no quiere estar gordo para hacerte daño o castigarte.
La única razón de que tu cuerpo esté gordo ahora mismo es que, por algún motivo,
cree que lo hace por tu bien. Pero en cuanto identificas los problemas y empiezas a
hacerles frente, todo cambia.


Podrás saber inmediatamente cuándo el cuerpo ha dejado de querer estar gordo. No
tendrás tanta hambre y no pensarás tanto en la comida. Tendrás más energía y entusiasmo, y ya no estarás en guerra con tu cuerpo.


Quizá no se vea de inmediato en el exterior, pero sabrás enseguida que algo ha
cambiado en el interior. Tu relación con la comida cambiará, y tu relación con
tu cuerpo cambiará. Tu cuerpo ya no se dedicará a socavar tus esfuerzos.


Una vez que elimines las razones de que tu cuerpo quiera estar gordo, también
cambiará tu relación con el ejercicio. En estos momentos quizá pienses que
detestas hacer ejercicio; no te culpo.


Hay una razón muy real de que detestes el ejercicio: tu cuerpo no quiere que
hagas ejercicio, porque si lo haces, perderás peso. Mientras tu cuerpo quiera
estar gordo, no querrá que seas activo y quemes calorías, porque eso sólo hará que le resulte
más difícil mantener el peso.


Tu cuerpo hace que estés cansado y letárgico para que incluso pensar en hacer
ejercicio te cause dolor. No es una coincidencia; es algo que tu cuerpo hace con
toda la intención para que sigas siendo sedentario.


No obstante, una vez que elimines las razones que hacen que tu cuerpo necesite
estar gordo, querrá ser activo de nuevo. El ejercicio ya no será una dura tarea
y la actividad puede llegar a convertirse en una de tus máximas alegrías.


Lo repito, aunque quizá no se vea de inmediato: es sólo cuestión de tiempo el
que empieces a perder todo ese peso. Sabrás que el cambio ya se ha producido en
tu interior, y que sólo es cuestión de tiempo para que todos los demás lo vean
en el exterior.


Yo supe más de dos años antes que los demás lo que estaba pasando dentro de mi
cuerpo. No hablaba mucho de ello, pero sabía lo que pasaba.

Tal vez anduviera
por ahí en un cuerpo de ciento ochenta kilos, pero en mi cabeza tenía la imagen
de un adolescente que pesaba ochenta kilos. A partir de ese momento, fue una
certeza.


Lo más asombroso de todo fue que, cuanto más peso perdía, más rápido lo perdía.
Descubrí que hay una razón para ello. El cuerpo tiene un control absoluto sobre
lo rápido que quemas grasas.

Si quiere estar más delgado, quemará la grasa muy
rápida y fácilmente. Esta es la mayor diferencia entre mi método y una dieta:
cuando más delgado quería estar mi cuerpo, más rápido perdía peso.


Todas las dietas empiezan de la misma manera. Al principio pierdes peso muy
rápidamente, pero luego esa pérdida de peso se hace más lenta.

Finalmente, dejas
de perder peso por completo, sólo para empezar a recuperarlo un poco más tarde. Al
principio yo no perdía peso rápidamente: lo perdía lentamente.


Perdí once kilos en los primeros seis meses. Eso representa un poco menos de
medio kilo a la semana. Para alguien que pesaba ciento ochenta kilos, no era
ningún récord.


Pero luego, en lugar de ir más despacio, empecé a perder peso más deprisa. Perdí
otros sesenta y ocho kilos a un ritmo de casi un kilo por semana, y perdí cerca
de diez más un ritmo de un kilo y medio por semana.


Los últimos diez kilos —el peso que la mayoría de gente dice que es imposible
perder— los perdí a un ritmo de más de dos kilos por semana. Cinco veces más
rápido que los diez primeros. No sólo era posible perder esos últimos kilos, en
realidad se esfumaron volando.


Sencillamente, mi cuerpo no podía soportar tener ni un gramo de grasa encima. Se
deshizo de cada gramo de aquellos últimos kilos que quedaban. Veía de nuevo
todos los músculos de mi abdomen, que era algo que había soñado, pero que no
había podido hacer desde niño.


Más aún, casi no mostraba señales de haber sido patológicamente obeso. Mi piel
se puso tensa y firme. Este hecho continúa desconcertando por igual a médicos y
profanos en la materia.


No tuve que hacer mucho para conseguirlo, y tú tampoco tendrás que hacerlo. No
fue un esfuerzo. En realidad, sólo son tres las cosas que hice desde el primer
día:


1. Nunca dejé pasar ni un día sin asegurarme de que le había dado a mi cuerpo la
nutrición que necesitaba, de una forma que pudiera digerirla y asimilarla. Me concentraba en añadir lo que faltaba.


2. Dediqué por lo menos un poco de tiempo cada día a practicar unas técnicas que
elaboré para hacer frente a las causas mentales y emocionales de la obesidad.


3. Cada noche, al irme a dormir, visualizaba mi cuerpo ideal, exactamente con el
aspecto y la sensación que quería que tuviera. Al final, esa visión se hizo realidad.


También utilizaba la meditación de muchas otras maneras. Por ejemplo, en mayo de
2003 participé en un concurso de pérdida de peso de doce semanas.

Para entonces,
ya había perdido unos cincuenta kilos y calculé que, dado que estaba perdiendo peso
tan rápidamente, igual podía entrar en una competición.


Quería algo que ayudara a acelerar mi pérdida de peso, así que creé una técnica
de visualización para matar mis ansias de azúcar.


En realidad, no gané la competición, pero la técnica de visualización demostró
ser muy eficaz. He continuado utilizándola, y ya nunca más he vuelto a tener
ansias de azúcar. Todo lo demás se produjo bastante por sí mismo.


¿Que si empecé a comer menos? ¡Pues claro que sí! Pero fue porque ya no tenía
tanta hambre. ¿Que si empecé a comer de forma más sana? ¡Sin ninguna duda! Pero
fue porque empecé a tener ganas de alimentos más sanos.


¿Que si hacía ejercicio? ¡Puedes apostar a que sí! Y disfrutaba de cada minuto.
Es lo que mi cuerpo quería que hiciera. Pero no te pediré que te obligues a
hacer ejercicio ni que te fuerces  hacer nada.


Sólo te pediré que hagas tres cosas:


1. No pases ni un solo día sin añadir los nutrientes de los que tu cuerpo siente
hambre.


2. Pasa por lo menos diez minutos al día practicando técnicas de visualización.


3. Escucha a tu corazón y a tu cuerpo.


Si estás dispuesto a hacer estar tres cosas, me gustaría invitarte a que me
acompañes en el que puede ser uno de los viajes más satisfactorios de tu vida,
dotado del potencial no sólo de transformar tu cuerpo, sino de transformar todos los aspectos de tu vida
que desees.

1

Por Jon Gabriel – Autor de "El
método Gabriel para adelgazar
"
Para saber más, haz clic aquí o visita
http://bit.ly/adelgazar-hoy