Y a las publicidades que terminaban en el grito Argentina-Argentina, a las clases exprés de fútbol y de geografía universal, y al informe diario del estado físico de Messi y Tevez con el que nos perseguían cien canales transmitiendo fútbol.
¿Cómo recordaremos este mundial? ¿Privará la sensación de duelo o la de bronca?
El viernes pasado cuando salí a la calle, apenas eliminado nuestro equipo, me encontré con decenas de personas caminando calladas, serias como perro en bote. El subte venía repleto, algo inusual a esa hora, y nadie decía una palabra.
Eran cientos de pasajeros apretados sin hablar ni mirarse, más aplastados que busto de bailarina. Ni una queja entrecortada, ni un comentario irónico o enojoso. Nada, silencio de radio. Rostros de ilusión interrumpida, caras de seres adustos afectados por un imprevisto baldazo de agua helada.
¿Estar así pinchados se deberá a la excesiva expectativa que ponemos siempre sobre los posibles réditos del fútbol? Lo cierto es que a los argentinos nuevamente en el Campeonato Mundial de Fútbol nos faltaron cinco guitas para el mango. Y sobre esta circunstancia sería interesante reflexionar.
Veamos: esta competencia congrega selecciones de todas partes del orbe, pero a lo largo de la historia ( y en especial en los últimos cuarenta años) todas las miradas terminan recayendo en cuatro equipos: Alemania, Inglaterra, Brasil y Argentina. Es decir, dos naciones poderosas del llamado primer mundo, y dos del bloque de los países subdesarrollados.
Antes del viernes muchos compatriotas daban por perdido este partido de antemano, y esto es porque cuando vamos contra “ellos”, los poderosos, se nos movilizan ciertos miedos básicos que dan por sentado que esas “potencias” nos van a pasar por arriba (como imperios colonialistas a las tribus).
Pero después suena el silbato y vemos que podríamos haberles ganado como a cualquiera. Y de hecho tampoco perdimos durante el juego. ¿Por qué Pekerman no lo puso a Messi en vez de elegir a Cruz?
Es un tema para periodistas deportivos. ¿Cuál es, en cambio, la lección recibida?
La de entender una vez más que nosotros básicamente sí podemos, y que esa sensación tipo “no era para nosotros” que a veces nos corroe las neuronas, es un mecanismo infantil que nos impulsa a seguir repitiendo profecías autocumplidas.
Además de sobrevivir a una injusta derrota saliendo del estado colectivo de depresión, deberíamos entender que el futuro exitoso de este país es un sueño que nos merecemos, y que podremos conseguirlo, más allá del fútbol, si tomamos nota de nuestra capacidad como pueblo, y nos damos permiso para estar unidos y potenciados como cuando juega Argentina, aunque no juegue.
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