Cuando uno es un padre que está
criando su primer hijo, con la falta de conocimiento que esto conlleva, la
falta de experiencia, es normal sentir miedo. Y más aún cuando los hijos llegan
a la pre-adolescencia, etapa donde empiezan a cuestionar el poder de los
padres, donde empiezan a combatirlo y, sobre todo, a combatir por el poder.
Y estos combates suelen dejar un
pesado equipaje emocional, una gran carga de culpa, la sensación de que nos
hemos equivocado en algo, de que estamos perdiendo a nuestros hijos. Amén de
que nos sentimos culpables por enojarnos con ellos, y dolidos de que ellos se
enojen con nosotros.
Pero hay que comprender que este comportamiento, que estas etapas son normales,
todos hemos pasado por ellas. Cuando hay una pelea, ya sea por el poder, como
en estos casos, o por otra cosa, es normal enojarse, angustiarse, deprimirse,
sentirse confundido por las reacciones de este hijo que creíamos conocer.
Podemos creer conocerlos y conocer a la perfección la forma en que se
desarrolla la adolescencia, pero lo cierto es que no se pueden evitar estos
encontronazos, estas discusiones que terminan con peleas, resentimientos,
sentimientos heridos.. Lo importante es saber cómo reaccionar en estas
situaciones, qué hacer ante un combate por el poder, ante la respuesta de
nuestro hijo, ante su rebelión.
Hormonas y zonas grises
Es importante entender las razones
y porqués de estas batallas por el poder, de cómo se desarrollan y hasta dónde.
La razón más importante es, como en
casi todos las situaciones relacionadas con esta etapa, la relacionada con las
hormonas. Las hormonas juegan un papel definitorio, haciendo estragos en la percepción
de las situaciones y en las reacciones de los pre-adolescentes, desde temprana
edad (un poco antes en las mujeres que en los varones).
Temas sin ninguna importancia hasta
poco antes se vuelven vitales repentinamente, y vuelven a ser totalmente sin
importancia poco después.
Además, las habilidades más criticas del pensamiento se están empezando a
desarrollar. Se empiezan a diferenciar los puntos intermedios entre lo correcto
y lo incorrecto, las zonas grises que tiñen la realidad, saliendo de las
fantasías infantiles del bien y del mal, con las que desearían poder quedarse.
Y, finalmente, empiezan a darse cuenta de que los padres no son seres
perfectos, poco menos que semi-dioses. Al empezar a entenderse y diferenciarse
por qué las cosas son correctas o incorrectas, empiezan a ver estos lugares
grises en las figuras estables en sus vidas, siendo, por supuesto, la primera
la de los padres. Sus fallas quedan expuestas y se los empieza a cuestionar.
No todo está perdido
Pero no hay que desesperar, ni
pensar que esté todo perdido y no hay solución alguna.
Estos consejos le servirán para evitar esas batallas por el poder o, por lo
menos, evitar que sean tan desastrosas.
Hay que aprender a entender las
consecuencias desde antes, saber que pasará si actuamos de determinada manera
y, si es posible, planear de antemano. Además, hay que ser consistente con los
métodos y, especialmente, con las reglas y los limites; y haciendo hincapié en
consecuencias lógicas y racionales, a las que podamos atenernos. Sean firmes en
esto.
Hay que saber relajarse, no entrar
en ese estado de nerviosismo que impide pensar y que sólo conlleva un aumento
en el estado de molestia general. No griten, hablen moderadamente, con un tono
casual. Es una conversación, no una discusión. Un buen método es, antes de
estallar, contar desde 100 hasta 0, respirando profundamente y recordando que
lo que queremos lograr es un joven adulto feliz.
No esperen complacencia. Los pre-adolescente prueban los limites continuamente,
es lo normal.
Hay que saber escuchar, manteniendo
la mente abierta, escuchando sus razones y motivos, sus deseos y anhelos. Lo
que tienen para decir es importante, aunque sea para que se sientan escuchados
y más contentos con el curso de la conversación. Siempre se les puede decir que
no luego.
Y, especialmente, recuerden que ustedes son los adultos, los que deben
mantenerse racionales. Si necesitan, tómense un descanso para tranquilizarse y
reponerse, para poder mantenerse en la senda correcta, sin perder la cabeza.
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