Mamás adoptantes, crónicas de algunas esperanzas

Algunas madres ni se conocen entre ellas. Otras sí, por vínculos políticos o por terceros. Sin embargo, son mujeres que tienen algo en común, un corazón así de grandote para albergar lo que sus panzas no pueden: un hijo. Yo sí las conozco. Yo soy testigo. Yo soy, hija adoptiva...

Historias de madres adoptantes e hijas adoptivas

37 años atrás los estudios y las técnicas de fertilidad no estaban tan avanzados.  Eran dolorosos y económicamente muy onerosos.  Sin embargo, Nélida, se sometió a cuantos pudo. 

El diagnóstico era: matriz infantil.  No podía tener hijos.  Mientras tanto había casi criado a sus hermanos.  Ella era la mayor de 11 que le seguían en edad.  Era una madrecita en potencia. 

La suya tenía un hijo por año y, entre el reposo y el amamantamiento, Nélida cambiaba pañales, daba mamaderas, acunaba, llevaba de paseo en brazos uno por uno y los vigilaba mientras jugaban en el patio, mientras crecían. 

Y crecieron, cada uno fue teniendo sus hijos, sobrinos que la convirtieron en tía.  Y ella seguía intentando.  Dos por tres se llevaba a los nuevos que iban viniendo a este mundo a su casa.  Les cosía ropa, los llevaba a la plaza, en fin, hacía la vida que ella misma quería tener con un hijo propio. 

Pero estos eran prestados y más tarde o más temprano debía devolvérselos a la madre y ella seguir ocupando el puesto de tía, y muchas veces de madrina o comadre.  De todos modos, nunca se dio por vencida. 

Una vez una pareja de amigos del matrimonio de Nélida, adoptó una nena.  Cuando ella la fue a conocer quedó encantada con la morochita. 

Los amigos sabiendo la problemática se ofrecieron a estar atentos si sabían de cualquier mujer que quisiera dar a su hijo /a en adopción. 

Y así fue, un cinco de mayo de 1967, llegó a sus oídos el comentario de una chica muy joven, inexperta y de pocos recursos que no podía ni siquiera comprar la leche para su hija.  Así se hacían las cosas antes. 

Las últimas palabras que cruzaron ambas mujeres, fue una condición: madre e hija biológicas nunca más debían verse.  Y nunca más se vieron. 
Fueron dos actos de amor maternales: una renunció, con una frase que le salió del alma: basta que la quieran, no se sentía capaz y otra albergó, queriéndola hasta el punto de dar la vida por ella.

Familias adoptantes

Historia II.  Miriam y Roberto eran sanísimos.  Pero la presión familiar, la expectativa por sumar un nuevo nieto, un nuevo sobrino, era más y más insoportable a medida que pasaba el tiempo. 

Miriam no quiso esperar más e hizo las cosas legalmente.  Buena situación económica.  Una familia con abuelos y abuelas por ambas partes.  Trabajo de ambos.  Pasaron con éxito todas las evaluaciones psicológicas. 

Tardaron algunos años pero al fin, llegó Lucas.  Su historia no era fácil de contar.  Hoy es un robusto muchacho, dulce y bonachón que  está por los 18 años. 

Miriam y Roberto tuvieron a partir de la adopción, dos hijos biológicos más.  Una nena y un varón.  Nadie hace diferencias.  Todos son hermanos, y todos saben  la verdad.  Miriam le debe a Lucas ser mamá por primera vez.

Y parejas adoptantes

Historia III.  Eli se enamoró de Dany a los 17 años.  Fue su primer y único hombre.  Ellos encarnaron el  ideal de amor de todos sus amigos y amigas.  Fueron pasando los años, festejando aniversarios. 

Y la pregunta común a todos: ¿para cuando el bebé?  Al principio, la respuesta obvia, “queremos esperar, disfrutar, trabajar, conocer”.  Y lo hicieron, al segundo año de casados se fueron a EEUU, y a partir de que se instalaron, ahí empezaron los estudios, los análisis. 

No importa el nombre del problema la cuestión es que tampoco podían tener hijos.   La decisión de adoptar no fue fácil.  Un hombre ve distinta la situación.  Y le demanda más tiempo entender y estar de acuerdo. 

Finalmente acordaron.  Querían un bebé, un hijo o hija que hablara también el español.  Una agencia ubicó a una mamá guatemalteca y a un futuro hijo: Fernando. 

Siendo de otro país la cuestión se complicaba cada vez más.  Había mucho que chequear.  Otra vez, situación económica de ambos.  Propiedades.  Familia.  Situación psicológica.  Los evaluaron una y otra vez.

Todo y de todo investigaron las asistentes sociales hasta que no cupo ninguna duda sobre los adoptivos.  Y llegó Fernando.  El primer día que lo conocieron, debutarían 3 días como familia.  En un hotel, en Guatemala. 

Los primeros 15 minutos lo pasaron los 3 con la asistente social.  Vía e mail, Eli contó después de la emoción y para que se hiciera más corta la vuelta a ver a su bebé, los pormenores de la presentación.  “El corazón se me salía del pecho. 

Me latía haciéndome parecer más una locomotora que un corazón  humano,  Daniel estaba súper nervioso y encima había prometido que si todo salía bien dejaría de fumar, así que  el pobre anduvo con sus nervios de un lado para el otro sin probar un solo cigarrillo. 

Cuando vi a la profesional con mi futuro hijo en brazos, casi me desmayo, por suerte estaba la mano fuerte de Daniel y de ella me sostuve.  Él venía con una sonrisa en los labios y unos ojos enormes negros mirando todo sin parar. 

Apenas me vio, estiré los brazos y él los suyos.  Lo estreché en mi pecho.  A  mi esposo se le cayeron unas cuantas lágrimas y yo sentí una emoción incomparable: Fernando, Fernandito tal el nombre de mi hijo, me estaba convirtiendo en mamá. 

Mi sueño de toda la vida.  El corolario de un amor que nos unió toda la vida con Daniel.  La asistente me extendió a mi hijo y una mamadera.  Él nene la tomó en mis brazos y se quedó dormido. 

Con su papá cambiamos pañales.  Jugamos con todos los juguetes que le compré y le probé toda la ropita que le dejaba.  No sabíamos si íbamos a aprobar todas las evaluaciones o si la mamá biológica se arrepintiese.  Ignorábamos sí finalmente iba a ser nuestro o no. 

Pero ya nos habíamos encariñado.  Yo lo había soñado.  Pero él era mejor en la realidad que mis sueños.  Dicen que la realidad supera cualquier sueño, él confirmó que así es. 

Los tres días del permiso original pasaron volando en su compañía.  Y fue un mar de lágrimas despedirnos.  Hasta que lo tuve definitivamente en mi regazo, lo llamaba todos los días. 

Y me dejaban decirle que yo era su mamá y Daniel era el papá.    Un poco más de costosos papeleos y ya estaría con nuestra familia para siempre”.  Fernando es hoy un integrante más.  Digamos que el mimado y el privilegiado. 

Llegó justo a tiempo para conocer una de sus abuelas porque al año próximo dejó este mundo.    Eli festejó su primer día de la madre, con su propia mamá y gracias a él. 

El corazón de Eli, está completo.  Se casó con el hombre de su vida.  Tiene un hijo precioso y va por la hermanita.  Biológica o no.  Ya no importa…

De adoptantes y adoptados

Sonia hace años que quiere ser mamá.  Por ahora es maestra, los chicos la adoran y la siguen.  Cuando por el tratamiento de fertilidad faltó, los chicos la extrañaron y cuando otra colega la reemplazó hubo chicos que no quisieron ir a la escuela. 

Pero físicamente no puede ser mamá.  Está en la ilusión del éxito del tratamiento.  Juntando, como todas, peso sobre peso.  Las ganas de tener un hijo son lo más grande de todo y su mejor proyecto. 

La tía Claudia, como la llama su sobrinito Tiago, también tiene el mismo gran sueño que las une con las otras mujeres que no conoce.  Ella ya crió a su hermana y al hijo de su hermana, su adoración que la llama todos los sábados a las 10 de la mañana para que prenda la Tv. 

Y vea los teletubis como hacían cuando vivían juntos.   Sueña y también va puntualmente al médico, también está en tratamiento.

La otra cara de la moneda son  las historias de tantos chiquitos que sufren día a día una realidad que los tortura.  Desamparados con destinos que los vincula con la prostitución, el frío de la  calle, el robo, el hambre y la violencia. 

Y la pregunta surge inevitable: por qué tanta injusticia habiendo tantos vientres vacíos y corazones anhelantes.     Un psicólogo dijo una vez: “ser madre, es un rol, es una función.  Para la cual no hay escuelas”. 

Pero olvidó decir que es una función y un rol cuya raíz se enraíza en un deseo que nace en lo más profundo del corazón mucho antes que en la panza que será o no un nido.

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