Yo tuve un papá gordo. Y un papá gordo es un señor papá, una no piensa en él como en un hombre que puede andar por ahí seduciendo mujeres con su pinta porque es todo papá, nació para papá, ya era gordito de antes de casarse como si presintiera su destino de papá. Tener un papá gordo es un premio de la vida, que sólo disfrutamos algunos elegidos.
Sabía hacer muchas cosas mi papá. Tallarines y ravioles, por ejemplo. Pero lo que hacía mejor era fabricar zapatos. Sabía elegir el cuero, cortarlo, unir las piezas, darle forma de pie y ponerle la suela. Y al final los guardaba en sus cajitas de cartón, separados por un papel de seda.
Quería a sus zapatos, mi papá. Eran su orgullo. Y cuando descubría en los pies de alguien un par de SUS zapatos se volvía más redondo, como uno de esos globos de piñata, esos grandes… su cara mofletuda sonreía, su espalda se estiraba, su panza se hundía un poco… y hasta era capaz de parar al caminante y preguntarle si le resultaban cómodos, donde los había comprado, y contarle que los había hecho él en su fábrica.
Papá tenía clientes por toda la Argentina, y cada vez que pienso en los miles y miles de pares que fabricó en su vida, en los miles y miles de pies que caminaron por todo mi país con sus zapatos, hago mío su orgullo y me emociono. Y los extraño, a él y a sus zapatos, y al olorcito a cuero, y a la fábrica…
Yo tuve un papá gordo y una infancia feliz. Y zapatos. Si algo no me faltó, fueron zapatos. Y hechos por mi papá, con esmero y amor.
Él inventaba máquinas sencillas, a veces sólo un trozo de madera de una forma especial, que hacían rápida y fácil una tarea tediosa o engorrosa. Era casi un artista, siempre puliendo su obra, buscando la manera de hacerla más perfecta.
Mamá lo acompañaba "desde el llano", con un perseverante ir y venir de hormiga que hacía realidad la producción constante, los cien pares por día, o los mil, día tras día.
Me críe entre zapatos, oliéndolos, mirándolos, tocándolos… Y viéndolos partir hacia Mendoza, Entre Ríos, Buenos Aires, Jujuy… a caminar la patria.
A caminar la patria.
Yo tuve un papá gordo que hizo muchos, muchísimos zapatos. Y con eso me alcanza para que su recuerdo sea humildemente grande.
Como dicen los chicos: hasta el cielo de grande. Y con olor a cuero. Y plantilla con arco anatómico, y talón con refuerzo. Un recuerdo bien hecho.
Por Graciela Fernández
Escritora (Río Ceballos, Córdoba, Argentina)
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