En el mundo adulto, vivimos regidos bajo la cultura de lo instantáneo. Las
bondades de la ciencia y la tecnología muchas veces nos hacen saltear la
importancia de valorar y vivir en el aquí y ahora. Todas las actividades de la
vida están teñidas de inmediatez, desde la publicidad nos quedamos fascinados
con productos listos, rápidos de hacer que nos dejan tiempo libre para ser
felices.
Casi sin registrarlo, apenas pensamos o vemos algo, contamos con la
posibilidad de subirlo a una red social y compartirlo con millones de personas.
Pareciera que la felicidad depende de poder hacer muchas cosas en poco tiempo.
Compramos productos y la ilusión de hacer algo casi mágicamente y tener más
tiempo para disfrutar. Pero ese tiempo de disfrutar realmente no viene en caja
ni se baja de la red. Ese tiempo para disfrutar y valorar el instante presente
llega si se cultiva y se practica a diario.
Más allá del impacto que esta costumbre genera en nuestra vida y bienestar, la
huella recae sobre los hijos cuando naturalizamos esta conducta como adultos sin
saber que ellos nos miran todo el tiempo. Estas costumbres se filtran casi
invisiblemente en la crianza de los chicos
Recibimos múltiples consultas de padres que no saben qué hacer cuando los niños
manifiestan dificultades para tolerar la frustración o la espera, conductas
impulsivas y niveles altos de enojo e insatisfacción. Concurren a consulta con
la necesidad de poder ayudar a sus hijos a ser felices.
Es difícil no caer en el torbellino de la vida y descubrirnos realizando varias
cosas a la vez casi sin poder registrarlo, entre ellas, educar a los hijos. El
primer paso es poder detenerse a observar el modo en el que estamos viviendo
cotidianamente. Pues el secreto radica en que más allá de lo que le trasmitimos
verbalmente a nuestros hijos, ellos aprenden de lo que ven. Entonces, para criar
hijos felices debemos antes ser adultos felices. Debemos poder regalarnos como
adultos la posibilidad de vivir plenamente cada momento valioso para alcanzar la
felicidad.
Esto no es una utopía. Ahora bien, aclaremos qué es la felicidad. Seguramente
para cada persona sea algo diferente. Quizás algunos crean que la felicidad es
una emoción al llegar a una meta deseada. Quizás, para otros, sea sentir un
estado de armonía interna que se manifiesta como un sentimiento de bienestar que
perdura en el tiempo y no como un estado de ánimo pasajero. Más allá de la
definición que le demos, lo que no está en duda es que la mayoría de los padres
que consultan quieren que sus hijos sean felices. Por eso, la tarea que tenemos
para ayudar a los padres a cumplir este objetivo es guiarlos y orientarlos en
vivir sintiendo la propia felicidad.
La vida de los adultos está orientada por sus valores, son los valores lo que
nos permite sostener y realizar los esfuerzos. Trabajar en pos de un objetivo
específico, sea cual sea, tiene siempre un valor sosteniendo esto. Aquí es donde
entra la importancia de reconocer el tiempo del proceso que lleva alcanzar un
objetivo. Se trata de poder apreciar el momento presente mientras estamos
haciendo algo. Parece fácil, pero es lo que más cuesta en esos estilos de vida
rápidos. Tener la cabeza y el corazón donde se tienen los pies se transforma en
un desafío.
No es casual que en estos últimos años haya crecido la oferta y demanda de
actividades para adultos y niños que enseñan disciplinas milenarias como
meditación, yoga, mindfulness y técnicas de respiración. Muchas de esas
estrategias que han sido investigadas, son tomadas y adaptadas desde la
psicología para ayudar a mejorar la calidad de vida y hacer sustentables los
vínculos. Más allá de lo simple que parezca, dentro de esto radica la verdadera
posibilidad de tener y darles a los hijos una vida feliz.
Pero ¿cómo se pone en práctica en lo cotidiano? Aquí algunas sugerencias,
algunas forman parte de dinámicas de nuestros talleres grupales. Los invitamos a
adaptar alguna de ellas a momentos para hacer del encuentro con los hijos un
instante de atención y conexión plena.
– Poder hacer un descanso de los celulares, las cosas pendientes que
nos quedaron, exigencias laborales y responsabilidades para poder encontrar un
momento de 100% de conexión con sus hijos. Disfrutar con ellos de manera plena,
estando física y emocionalmente presentes, en el aquí y ahora. Y postergar lo
que uno tiene que hacer sólo por un rato. Lo demás puede esperar.
– Buscar momentos para estar a solas con sus hijos y poder compartir un
momento de juego, dejándose guiar por el niño. En este rato de juego libre,
intentar no juzgar ni corregir, sino dejarse llevar y disfrutar de cada momento.
Para que no haya discusiones mientras juegan, es importante pautar las cosas que
no están permitidas de antemano. Por ejemplo, si el niño quiere pintar con
marcadores aclararle que no vale pintar las paredes o los muebles.
– Realizar un minuto de atención plena en cualquier momento del día. Lo
ideal es que encuentren un lugar tranquilo con pocas distracciones y se sienten
en una silla o piso con la espalda recta, los pies apoyados en el piso y los
brazos sobre los muslos. Pueden estar con los ojos cerrados o abiertos mirando a
una distancia de 60 cm. Con el cuerpo relajado, comienzan a concentrarse en su
respiración natural, su sonido y ritmo. Luego, comienzan a respirar desde el
vientre (respiración diafragmática), imaginándose que el mismo es un globo, que
cuando uno inspira se infla y cuando espira se desinfla. Cuando aparezcan
pensamientos durante la relajación es importante observarlos pero no hacer nada
con ellos, dejarlos pasar y hacer un esfuerzo por volver la atención en la
respiración. Si tienen ganas también, se puede hacer un dibujo de cómo se
sintieron luego de hacer el ejercicio.
– Conocer plenamente a través de los sentidos. Cada uno elige un objeto
cotidiano (una botella, una cuchara, etc.) y se comienza por observarlo
atentamente y de manera consciente. Sin juzgar, sólo observar. Luego, sentir los
sonidos que hace el mismo al tocarlo. Concentrarme en sus texturas, si es duro o
blando, frio o caliente, suave o rugoso. Sentir su olor.
– Comer de manera consciente. Entre todos eligen un alimento, puede ser
fruta, galletita, chocolate, caramelo y se juega a describirlo teniendo en
cuenta los cinco sentidos. Observar, tocar, oír si hace ruido al tocarlo,
saborear y sentir en diferentes partes de la lengua los sabores. Una vez que se
lo introduce en la boca, intentar comerlo lentamente, siendo conscientes de cada
movimiento de la boca y su ritmo.
– Escuchar música y diferentes sonidos y cada uno dice lo que se fue
imaginando. Luego, se puede hacer un dibujo sobre lo que cada uno contó.
– Realizar un dibujo en conjunto con diferentes materiales, en donde
puedan tenerse en cuenta también los diferentes sentidos.
– Atención plena de sonidos. Todos en silencio escuchan por un minuto
los sonidos que fueron escuchando del exterior y luego lo comentan.
– A la hora de la cena cada uno puede contar que emociones sintieron en
el día y a que situaciones se debieron. Es importante que todos puedan estar
presentes en ese momento y escuchar atentos a lo que cada uno comparte.
– Antes de irse a dormir, cada uno piensa y cuenta tres cosas lindas
que le pasaron en el día.
Como padre resulta importante imaginarse y pensar en ese momento en que está con
su hijo, cómo se presenta como su padre o madre desde la perspectiva del hijo.
Cómo te ve y escucha, cómo es para él tenerte como padre o madre hoy, en este
momento. Cómo esto puede cambiar la manera en cómo te manejas con tu hijo, la
manera en que le hablás y las cosas que le decís. Pensar cómo uno quiere
relacionarse con su hijo en ese momento y si lo está pudiendo hacer o no.
Asesoró: Lic. Julieta
Tojeiro y Lic. Mora Marengo