Son cosas de hermanos

Suele suceder, en el hogar dulce hogar, que a veces pueden producirse una serie de eventos desafortunados (sí, adivinó, como el título de la película), que a esta altura ya no son inesperados sino que alarman si no se producen...

Transformaciones y metamorfosis que harían del increíble hulk y del hombre increíble, un increíble porotito de colección.

Estos metieres suelen presentarse cuando a la hermana se le preguntan, cosas, más o menos del estilo de este ejemplo, pero más exactamente de parte de la madre: -“hija, viste tu pendrive que quiero pedirte prestado”. Ya de por si, a la hermana en cuestión, la pregunta la incomoda un poco.

Sobre todo cuando debe interrumpir el último capítulo de la saga, esa, de los vampiros, que se está devorando interruptus y del cual va exactamente por el último libro de la historia.

Así que enarca una ceja y puede llegar a elevarla hasta el rascacielos si la madre, también sigue insistiendo con cosas del estilo: (adivinando y tanteando el silencio que precede a la tormenta de la guerra entre hermanos) hija, de mi vida, mi corazón hermosa, acaso el pendrive no estaba, como último paradero, arriba del cpu de la compu?

Ahí, la hermana mayor, decididamente, interrumpe su lectura mostrando, sin el menor pudor, su impaciencia por haber dejado en la parte más importante de su libro. Y decisivamente se le torna la mirada en una de asesina a sueldo, al mejor estilo Kill Bill.

A la que una, madre de años, le adivina el destinatario y si juega por ello no pierde ni por las remotas tapas. Una especie de sexto sentido, más para normal que de costumbre, une a las féminas del lugar que sin sincronizarse verbalmente pero si telepáticamente, dirigen una mirada furibunda al único posible sospechoso de la casa: el hermano menor.

Ya es algo automático que las cosas que se pierden van a parar a sus botines. Así que la hermana ya con evidente fastidio inquiere: ¿cómo que el pen drive no está por los lugares que solía frecuentar?

Y ya con un entrado fastidio a la décima potencia, se dispone a pedirle permiso a un pie para mover el otro y para predisponerse a la inminente requisa de las pertenencias del hermano. Propias, personales, ajenas y de las otras.

Mientras tanto, la mirada se le nubla, presumo que con un odio increscendo, y yo empiezo a rogar a cuatro manos porque si el dichoso aparatito no anduviera una vez hallado, el que va a dejar de andar va a ser mi hijo.

Como un mantra y en estado como de profunda meditación activa que nada tiene que ver con la relajación, mi hijita mayor ya en trance, repite una y otra vez, mientras el energúmeno empieza la carrera de los 100 mts con obstáculos: te voy a matar.

A favor del alfeñique he de decir que todavía los incipientes reflejos le funcionan bastante bien, en su voluntad atrofiada, por que no hay nadie como él para esquivar. O simplemente se tratará de una habilidad inherente a la sobreviviencia, porque el muy pillo sabe, que si la hermana lo agarra lo mata.

Mientras tanto, mi hija ya ha sucumbido a los efectos de la luna llena, al verde del increíble hulk, al prodigio hechizo de la Diosa Kahli, y le empieza a crecer más brazos de los propios, porque está segura que para la misión de matar a su hermano eficazmente, con dos brazos solamente, no le alcanza.

Y empieza la lucha en los titanes en el ring en el que se convierte mi casa, en el cuadrilátero del comedor y de la pieza, se matan verbal y físicamente en round sin respiros. Nadie anuncia el próximo round.

Estos se hacen de vida o muerte o sea que el knock out sería un alivio a la tortura que ya tiene maquinada la hermana. La primera parte del guión de matando a mi hermano introducción, incluye que primero la tortura es para que el enano confiese, donde diablos depositó el pen drive con toda la música, más los deberes y conversaciones, por msn, más queridas y secretas de su hermana mayor.

El más pequeño de la casa, he de seguir sumando algo al menos a su favor, es resistente. Porque para arrancarle la confesión de donde estaban los 2 gb metidos en un dispositivo que a su vez va enchufado en el puerto del usb es más difícil que descreer que el olmo da peras.

Yo creo que la lección debida de computación la aprendí en cinco minutos mientras la mayor relataba la serie de torturas a la que sería sometido, mi otro hijo, si no se encontraba el referido aparatito.

La confesión en cuestión surgió de manera espontánea cuando en vez de interrogarlo a él, hicimos que él interrogara a su amigo imaginario Woken.

El siempre bienvenido y solicitado woken se hizo presente en un santiamén so pena que los dos fueran exiliados al Congo Belga, o de excursión a los indios Zulúes o a una visita a los reducidores de cabeza para que estos les tomen las medidas necesarias para que la reducción de sus cráneos quedaran una obra maestra.

Mientras él hermano devenido en energúmeno, a costa de la travesura número 1000, en su corta vida de seis años y ya candidato al libro Guiness de travesuras, miraba azorado a la, idolatrada, hermana en plena metamorfosis -con tintes verde azul violáceos- a la otra se le ocurrían millones de formas de muerte violenta.

Pero silenciosa porque antes le prometió que le anudaría las cuerdas vocales hasta hacerle un vistoso moño en la garganta. Y que los ayes no sean tan estridentes.

Mientras nos volvíamos más locas que de costumbre requisando las cosas del hermano, damos con botines extraviados hace bastante.

Y a cada cosa encontrada exclamábamos: ay, te acordás hermana, qué teníamos esto. Hermana, en obvia alusión al tango, porque en realidad es mi hija.

Y el hermano había puesto ya pies en polvorosa desde el primer alarido que se pronunció sabiendo que el pen drive jamás por sus propios medios podía abandonar su lugar de origen es decir la computadora.

Bien, una vez concluida la búsqueda sin hallar ni el tesoro, ni prueba alguna del delito, cuando nos íbamos a dar por vencidas y empezar a pergeñar el castigo del ladrón que sin embargo siempre regresaba, bien lejos de nosotras, a la escena del crimen, se nos encendió la lamparita y decidimos llamar a declarar al estrado del improvisado tribunal femenino al amigo invisible del acusado: woken.

Así descubrimos, no solo al culpable de la falta de información de mega bytes que buscábamos en ese dichoso aparatito, sino y sobre todo, donde se hallaba.

Cuando el hermano menor confesó: os juro, os juro, a vosotras que yo no he sido el culpable, repito, no fui yo quien hurtó el pen drive; fue él, señalando al vacío, lugar que seguramente estaba ocupando el mentado woken.

El fin de esta historia dice que el aparatito que desató las iras, siempre al pie del cañón, de la adolescente e hizo zozobrar la paz del hogar dulce hogar, estaba donde desde el principio el sospechoso condenado había dicho: en la computadora.

Solo que no conectado al puerto de usb sino en las entrañas de la misma o sea dentro de la p.c. Creer o reventar. Como no iba a tener la razón sin en complicidad con el imaginario amigo woken hicieron las de caín y alborotaron hasta la gata.

Pero en la casa de las guachas Adams nadie se salva. A mi me subió la presión hasta 300, el hermano menor anda todavía desaparecido debajo de la cama corriendo a la gata porque no le deja espacio.

Cuadriculado por ella que por nada del mundo da la pata a torcer y estudiando a ver cuándo se cansa de esperarlo la hermana a los pies de la cama para cuando salga darle su merecido a la gata, por qué sí y porque está y no hay más remedio y ya que estamos y a él porque siempre es el merecedor de la canción: usted es el culpable…culpable….

¿Tu hijo no quiere estudiar? Inscríbete ahora en nuestro curso gratis Ayúdame a entender cómo estudiar