Tu hijo
(o hija) viene a casa con la sonrisa en la cara, brillo en los ojos, por fin lo
ha conseguido, hay alguien por ahí que no tenía por qué quererle “y sin
embargo…” alguien que la desea, que la dice que es muy bonita. Sí,, en el
calendario de su vida este es un día para tirar fuegos artificiales.
En cambio
los padres… ¡cómo somos! Que si estudia, que si trabaja, que si hace algo en
la vida, que si le ha hecho ya algo a ella, que cuántos años tiene, que cómo es,
que con quien se va… ¿fuma? ¿y bebe?
Este
es uno de esos temas que nos ponen a padres e hijos en orillas bien distintas,
como si cada uno viniera de un planeta distinto y nunca se hubiera cruzado con
el otro. Porque nosotros, los padres, nunca hemos perdido la cabeza por otra
persona, ni nos hemos juntado con la gente equivocada…¿o si?
Como te
quiero, te agobio (un juego para padres e hijos)
Hay
amores que protegen y hay formas de proteger que acaban aislando y retrasando el
crecimiento.
Nuestros
hijos están aprendiendo a madurar, y una de las etapas de esta escalera que les
hará personas adultas, les lleva obligatoriamente a experimentar con el otro
sexo, con el cariño, con el deseo, con los novietes. En principio, hay que
hacer un esfuerzo por sonreír y decirnos que ante nosotros tenemos una muestra
más de que nuestro pequeño/a se está haciendo grande [ya sé, es un esfuerzo
muy grande].
Hay un
tópico que dice que para nosotros él nunca estará preparado para estas cosas,
que sigue siendo demasiado pequeño, que no hay prisa… es un tópico
equivocadísimo, por supuesto, pero no nos vendría mal preguntarnos,
honestamente, cuál sería para nosotros la edad ideal para dar estos pasos.
Desde los
tres años
podemos observar cómo a los niños les gusta jugar a “mamás y papás”, y celebrar
felices casamientos en el parque o en la guarde. Ahí lo único que hacen es jugar
a imitarnos y no hay mayor peligro.
Pero
la cosa empieza a torcerse cuando, a partir de los 12 años, empiezan a llenarse
la cabeza de ídolos y a crearse fantasías… Esta etapa también es normal,
el problema es que por distintos motivos, esto de tener novios o pretendientes
se está volviendo una vara de medir y medirse como persona. Chicos y chicas
sueñan con ser estrellas, con que les deseen, y si no empiezan a tener
admiradores “pero ya”, se sienten vacíos, les entran urgencias y empiezan a
obsesionarse con “las artes de la seducción” (qué ropa me hace más deseable, qué
gestos son los adecuados, cómo debo mirar, seré más interesante si me hago el
duro…) Esto hay que atajarlo en su momento, para que no vaya quemando etapas
demasiado pronto, como tratamos hace unas semanas en el artículo
“las niñas ya no quieren ser princesas ….”.
El verdadero problema lo tenemos en esa etapa que puede ir desde los 12 o 14
años
(cuando el deseo de emparejarse va más allá de lo platónico) hasta los 18 o 20
años, edad a la que ya les podemos suponer cierta madurez [aunque tratándose de
hijos…]
El novio, ese gran desconocido (por ahora)
Nuestra preocupación por la persona con la que se “apega” es natural, tanto como
sus ganas de echarse novio/a. Cómo responder a esta situación es una pregunta
que no tiene una única respuesta válida: cada familia es un mundo… Los
padres llevamos en la cabeza una idea de cómo deben ser las cosas en nuestra
casa, y es en estas circunstancias en las que sacamos esa idea y la ponemos
sobre la mesa.
En función de cómo reaccionemos vamos a transmitir unos valores u otros. ¿Qué
queremos? ¿Qué evalúe a las personas por cómo visten o por lo que otros
(nosotros) dicen de él? ¿Qué lleve estas cosas de la vida al margen nuestra, sin
enseñárnoslo porque nos incomoda? ¿Que si no nos gusta las cosas que hace mejor
no le decimos nada “porque él ya es grande y puede que nosotros nos
equivoquemos”?
Por eso, más allá de que de que nos guste o nos repatee esta situación, más allá
de que a veces nos gustaría esconder la cabeza en el agujero y convencernos de
que aquí no pasa nada, hay que coger el toro por los cuernos y plantearnos
qué valores queremos transmitir a nuestro hijo.
No hay una única forma de hacer las cosas, pero os recomendamos:
· ser firmes y exigentes a la hora de contarle vuestras preocupaciones, de
hacerle entender que necesitáis saber con quién se junta para estar más
tranquilos, no por fastidio, si no porque cuando quieres a una persona,
necesitas saber que las cosas le van bien, como él o ella van a comprobar ahora
que tienen pareja.
· ser firmes y exigentes, pero también dialogantes. No olvides que tu hijo está
viviendo una experiencia maravillosa. Es normal que estés alerta, pero
procura alegrarte de sus alegrías.
· Lo de traerle a comer puede ser fastidioso para los amantes de las rutinas
familiares y el sacrosanto reposo del fin de semana, pero creemos que saber con
qué tipo de persona anda vuestros hijo/a y no equivocarnos en nuestras
impresiones bien merece ese sacrificio.
· Si ves que tu hijo/a no está muy convencido en querer que os conozcáis,
incentívale. Hazle entender que si tu ves que puedes confiar en que la
persona con la que sale es una buena influencia, podrás ser menos estricto
en horarios, y quizás, ¿quién sabe? En un futuro hasta puede que se venga de
vacaciones, o los fines de semana, o a alguna comida con la familia.
· Conviene no tener un modelo muy definido de cómo debe ser “un buen novio/a”.
No te fijes en como viste, ni en su forma de hablar o si estudia o no… en lo
que sí debes estar atento es en cómo le habla a tu hijo/a, y cómo se dirige a
ti (si ves que muestra respeto o no), qué cosas le importan en esta vida…
Puedes sacar algún tema ligeramente polémico, por ejemplo, si estáis intentado
convencer a tu hijo/a de que estudie más, tocar un poco el tema en su presencia,
a ver cómo reacciona, si os apoya. Como ves, es urgente que le invites a comer,
o a pasar un fin de semana con vosotros. Cuanto más veas a esa persona en
distintos momentos, mejor acabarás conociéndole.
· El diálogo y la información tienen que ir por delante. Interésate por
lo que hacen, por dónde van, qué hacen cuando salen, incluso, si la edad y la
confianza lo permiten, no está de más tener charlas sobre sexo. Tan importante
es que tu hijo esté bien informado de todos los riesgos y preocupaciones, como
que lo esté su pareja. Si te parece violento tratar este tema directamente con
su pareja, por lo menos trata de no perder este hilo con tu hijo.
Cuando no nos gusta
Cuando no nos gusta su novi@ nos enfrentamos a un serio dilema que puede acabar
sobre las espaldas de nuestro hij@. ¿Se lo digo? ¿Mejor no me meto?
Estamos en un terreno tremendamente sensible: nuestro hijo está empezando a
construir cosas importantes con sus sentimientos, él solo, sin que nadie se lo
diga. Atreverse a mostrar sus intenciones a otra persona y tratar de
llevarse bien con ella, supone un gran salto de madurez, quizás el primero que
da completamente solo, sin que le ayudemos en nada.
Por eso muchos padres, aunque vean que la persona que su hijo/a ha elegido como
pareja no le aporta mucho, prefieren callarse, no decir nada, y esperar a que
sea el propio hijo el que se de cuenta de la situación. Esta manera de actuar
demuestra un enorme respeto por las decisiones de nuestro hijo y facilita el
que ambos nos llevemos bien, pero le priva de la ayuda que le puede dar un
consejo dado por alguien que tiene más experiencia. No hay un camino correcto:
como hemos dicho, deberás valorar tu qué tipo de relaciones quieres que se den
en tu casa con los tuyos.
De todas formas, y antes de trasladar a nuestro hijo nuestras dudas, tenemos
que asegurarnos de que nuestro juicio es correcto, porque si nos equivocamos
nuestro hijo se tomará con más reservas nuestras opiniones. Ya hemos dicho que
convenía no criticar a su pareja por su aspecto exterior o la forma de hablar, y
sí que debíamos mirar con lupa el tipo de persona que es por dentro.
Pero si, pese a todo, estamos convencidos de que su novio es “muy mejorable” y
queremos hacer algo al respecto, hay que tener claro que la mejor forma no es
dando un portazo y prohibiendo visitas.
Tanto tu hijo/a, como su pareja, están todavía en proceso de formación y
quizás cometan errores que aún nadie les ha explicado que lo son. Es muy bueno
darles una oportunidad para corregir los errores, y mejor aún, explicárselos.
“Mi madre y mi padre empezaron a explicarme que estaban muy molestos con el
novio de mi hermana”, cuenta Daniel, el hermano mayor de Marina, una adolescente
de 16 años. “Le habían visto hacer manitas en la parte de atrás del coche y
cosas así… Yo cogí y en una cena le dije a mi hermana que me alegraba mucho de
que tuviera pareja, que seguramente era además una persona con muchas virtudes,
pero que nosotros en casa no se las estábamos viendo, que lo que estábamos
viendo era que había hecho esto y lo otro, y que eso era una falta de respeto,
que si hacía cosas así delante nuestra, que le vemos poco, pues nos hacemos una
idea muy preocupante de lo que puede hacer cuando no le vemos… se cayó porque
no le gustaba lo que oía, pero no respondió. Al día siguiente me dijo que tenía
razón, pidió perdón a la familia y habló con su chico, le dijo que las cosas no
podían seguir así…”.
El ejemplo de Daniel, aunque sea el de un hermano mayor, es muy válido. Hay que
explicarle con cariño pero con firmeza las cosas que no nos parecen bien,
razonárselas mucho, pues aunque digan que el amor es ciego, no siempre es
completamente tonto. Se trata de nuestro hijo, y con él, siempre hemos tenido
también nosotros gran influencia. Si le enseñas a tu hijo, sin enfados, por
qué ciertos comportamientos no son buenos, le estarás ayudando a madurar y él (o
ella) misma tratará de cambiar las cosas.
Así aprenden: dándose cuenta de los errores. Lo relatado es solo una forma de
conseguirlo, pero, como os dijimos, aquí cada uno tendrá una idea de cómo se
pueden hacer mejor las cosas. Compartirlas, como las ha compartido Daniel con
nosotros, seguro que nos ayudan a todos. A continuación puedes contarnos tu
experiencia con los novios y las novias, que seguro que le vendrán muy bien al
que entre luego a leerla.
Fuente:
SomosPadres
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