La palabra amante nos remite al amor. Un amante es alguien que ama, que profesa
amor. Y en nuestra cultura, en general se llama amante a aquella persona con
quien se tiene una relación sexual, que suele estar fuera del matrimonio y con
quien no se sostiene un vínculo estable (si no, sería novio/a o esposo/a o
pareja). Y entonces me pregunto sobre la connotación del amor sexual,
diferenciado del amor emocional.
Una pareja es un espacio de intercambio, de posible crecimiento y de nutrición.
Es claro que cuando formamos una pareja no podemos esperar (no tendría sentido)
que la otra persona satisfaga todas mis necesidades.
Sin embargo, una de
las situaciones que hacen que una pareja sea considerada tal, y vuelvo a
remitirme a nuestra cultura, es el hecho de que tengan entre las cosas que los
unen, una relación de tipo sexual.
Aunque hay parejas que no están unidas por la
sexualidad, sino por otras causas de unión. Y creo que en general, esta suele
ser una de las causas por las que surge la necesidad de la búsqueda de un/a
otro/a: para compensar necesidades sexuales y/o emocionales.
Las personas se
juntan en parejas por diversas razones y con distintos objetivos. Uno de los
cuales es tener un vínculo en el cual satisfacer sus necesidades sexuales y
afectivas, sus espacios de placer y disfrute (cuestiones que, cuando la
sexualidad es buena, vienen dadas por el sexo).
Sin embargo, me atrevo a aventurar que un amante no se busca. Una persona tiene
algunas de sus necesidades insatisfechas dentro de su pareja y al encontrarse
con otra que siente o cree que aparentemente puede llenarlas, se da el permiso
de abrirse al vínculo sexual con esta otra persona.
La situación de infidelidad,
creo, en general, no es proactiva (uno no sale a buscarse un amante) sino de
apertura a experimentar eso nuevo que necesita con otro ser.
Suele suceder que
esta nueva relación, precisamente por la novedad, por lo distinto, genere mucha
excitación, mucha adrenalina, la sensación de “eso efervescente que estábamos
necesitando”, en contraposición a la rutina, lo aburrido, quizás hasta lo
conflictivo, lo “siempre igual” del vínculo original.
Las necesidades
Las necesidades que requieren ser satisfechas en general tienen que ver con el
sentirse sexualmente atractivo, encontrar espacios y situaciones nuevas de
placer y disfrute, una piel nueva, un cuerpo diferente, otro olor, otra energía.
A veces quizás poder salir de un círculo vicioso del conflicto instalado en la
pareja (a veces difícil de desarmar) por una comunicación insuficiente y poco
efectiva, en la cual no se expresan abierta y asertivamente las necesidades y
los deseos y suelen aparecer reiteradamente los reclamos y los sentimientos
negativos en forma de crítica.
Toda esta situación incómoda y difícil de
sobrellevar suele conducir a estar abierto/as a encontrarse con otra persona con
quien podamos enfrentar estas necesidades de una forma distinta.
También es
cierto que al no compartir la cotidianeidad, las responsabilidades, la
convivencia y tener encuentros destinados casi exclusivamente al placer, se
libera un espacio para dedicarse de lleno a éste.
Desde el punto de vista sexual, las parejas habitualmente suelen entrar en
patrones repetitivos: hacen siempre las mismas cosas, es general el mismo
integrante quien inicia, suelen adoptar las mismas posiciones, seguir los mismos
“ritos” y entonces se va creando como un “surco” del que si no somos
conscientes, es difícil salir.
Es como si diéramos vueltas una y otra vez sobre
un terreno cada vez más seco. Lentamente se va formando un cauce que se hace
cada vez más profundo y cuando queremos darnos cuenta, el aire ya está muy por
encima de la superficie y se requiere un gran esfuerzo para salir de él y
empezar otro nuevo recorrido.
Las relaciones de amantes suelen producirse también como forma de encontrar
solaz, un oasis frente a los problemas, una situación para intercambiar afecto
(o sólo sexo, a veces) sin pensar en otra cosa.
Es decir, la relación original
es una que desde algún punto de vista es insatisfactoria y en lugar de movernos
adentro para buscar la solución, buscamos afuera aquello que nos alivie del
peso.
Los confines de la cultura
Sin embargo, uno de los pilares de una relación de pareja, indispensables para
que ésta se sostenga con firmeza y solidez es la confianza. En nuestra cultura
(nuevamente, no podemos escapar de los confines de la cultura, que nos
conforman, con o sin conciencia) la exclusividad sexual es uno de los
compromisos explícitos o implícitos que hacemos las personas cuando establecemos
una pareja estable.
Si ese compromiso se quiebra (a menos que sea explícito el
hecho de que cualquiera de los dos pueda tener otras relaciones, lo que en la
década de los 60 se llamó el matrimonio abierto), el dolor de sentir que la
confianza se ha roto es tan grande como para, a veces, impedir que una relación
pueda recomponerse.
Hay otras culturas en las que la norma es el desapego emocional (y/o sexual) y
en las que es socialmente permitida la experimentación sexual con otras
personas.
Pero en la nuestra, como el vínculo sexual es uno de los más íntimos y
profundos (aunque actualmente hay como una especie de superficialización del
sexo y de la sexualidad y la cultura predominante es el “todo vale, con
cualquiera”, “toco y me voy”, “mientras más mejor”), cuando uno de los dos se da
el permiso de intercambiar su energía sexual con otra persona, el otro siente
que hay una profunda deslealtad.
Aquí es importante destacar otra diferencia cultural de género. A los hombres
les suele resultar más fácil separar el sexo del amor o del afecto. Precisamente
por la característica “exterior” de su genitalidad, fragmentan su ser y su
sentir y distribuyen su semilla por el mundo: no sienten este entrar en
distintas mujeres como una situación en la que se les “queda pegada” su energía.
Esta sería una concepción casi “animal” de su sexualidad, como los animales que
en busca de la perpetuación de la especie diseminan su esencia en muchas
hembras, en contraposición a la percepción “humana” de la sexualidad en la cual
el intercambio de energía sexuales forma parte de un encuentro más integral y
más trascendente a la mera continuidad de la especie.
En cambio, para las
mujeres, por la característica “interior” e íntima de su configuración genital,
en este intercambio son “penetradas” por la energía del otro. Y cada hombre con
quienes se relacionan sexualmente les deja parte de su esencia y las impregna.
Por eso, en general, a las mujeres nos cuesta más separar el sexo del afecto. Es
como si en cada encuentro, entregáramos una parte importante e íntima.
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Por Lic. Verónica Kenigstein
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