¡Querida, ésta noche, cocino yo!
Si hay una frase recurrente
en el vocabulario masculino es: “en la cancha se ven los pingos”. Y la dicen
ellos, que parecen directores técnicos las 24 horas del día y de la noche
también, cuando ven en directo, diferido, repetición y la mar en coche,
cuatrocientas millones de veces el mismo partido.
Y en el colmo de creérsela, le dicen por intermedio de la pantalla al director técnico, de su cuadro favorito, que dicho sea de paso está en la cancha, lo que le tiene que decir a sus jugadores y como dirigirlos, sin haber hecho en su vida, ningún curso de dirección técnica, de nada.
Son los mismo que cuando a veces hablan, pueden ser los mejores ejemplos del “Haz lo que yo digo, más no lo que yo hago”. No me diga que a usted nunca le pasó.
¿Qué jamás escuchó un: querida, deja, ésta noche, cocino yo? Y, ya sé, la primera vez, seguramente pensó, que estaba alucinando, que el último tranquilizante que había tomado le cayó mal, o, en su defecto, que a la pre menopausia se le fue la mano o que ya para depresión post parto había pasado mucho tiempo ya.
Pero no, quédese tranquila esos milagros suelen ocurrir. Ahora de la consecuencia del milagro, mire que, por experiencia propia, se lo digo, se hace cargo ud, eh… Como siempre, me dirá, sí, como siempre.
Hombres en acción, favor de no molestar
Parece ser un slogan imaginario, colgado en la puerta cerrada de la cocina. Rincón de la casa nuestro por antonomasia, nomás; a la que no nos dejan acceder, por nada del mundo, hasta que hubiera terminado la cena, en cuestión.
Una, que no puede con su genio, agudiza el oído y al no escuchar ni un murmullo, supone, mal pensada como siempre (aunque a veces, el refrán dice: piensa mal que acertarás), que nuestro amado, no sabe cocinar y está discando, a todo vapor, el número del delivery más cercano que, sin duda, traerá ese exquisito manjar de pollo con papas noisette a la crema de verdeo, que el nos prometió de su propia mano. Pero no, al rato, (como para contradecir y ahuyentar las malas ideas), se oye el ruido típico, del trajinar de cacerolas. ¿No será mucho, piensa ud.?
Mientras intenta relajarse,
regocijándose en el inmenso honor, que le hizo su cuchicuchi, de homenajearla
con la cena. Y de paso rememora las veces, que lejos de pretender un kamasutra
en la cocina, su cromagñon oficial le preguntaba por la necesidad de usar el
millón de cosas que ensuciaba para cocinar.
Espantado y de puro miedo nomás, de que usted, una vez finalizada la obra, le
dijera: “ahora a los platos, ollas y demás enceres, te toca lavarlos a vos” y
que encima no hubiera tu tía. Tranquilizada unos momentos por reencontrarse con
los ruidos, habituales y esperables, de quien cocina, se vuelve a intranquilizar
porque pasa el tiempo y ya le parece demasiado.
Y se pregunta: ¿le durará la galantería para lavar todo él? O, ¿hasta ahí llegó el cuento de hadas y su amor y tendrá que lavarlo, todo usted? En tal caso, pensará usted, tendrá que ser por la mañana, seguramente.
Porque antes, se acordó que había cosas más interesantes que hacer con él, después del cafecito, como para dejar el lavado para otro momento. En este ínterin, una, ya se debate entre pispiar por el ojo de la cerradura o para ir en su ayuda.
Porque a esta altura de los acontecimientos, la demora y los ruidos extremos, sumado a algún que otro improperio, le parece que el plan “A” de la comida y cena romántica, ya tiene problemas. Y antes de escuchar, como se diría en la trasmisión espacial de un cohete a la Nasa: Houston, I have a problema, puede estarse ante dos opciones.
O acude usted, siempre lista
y presta en su ayuda, o, decide relamerse, pensando en que la Diosa Némesis es
justa. Rememorando las veces que él le ha pedido una picadita, en la que usted,
dicho sea de paso, también se enfrascó, echando por la borda, cuatro días de
dieta impecable, porque su susodicho se moría de hambre y no podía esperar, por
su churrasco de brontosaurio mariposa con fritas.
Mientras tanto y entonces, opta, por elegir su plan B, que consiste en ir
poniendo un mantel primoroso, y colaborar con la idea de cena romántica,
poniendo el candelabro que no usaba desde 1810, más o menos, o, desde cuando
todavía había deseosas ganas de escribir a parís y localizar a la cigüeña, más
seguido, que ahora, por lo menos.
Y sabiendo que si es por el, difícilmente sepa dónde se guardan las velas, románticas, aromáticas o para cuando se corta la luz, en esa casa en la que convive con usted. Finalmente, todo llega en la vida, y el empapado de sudor, trae la bandeja a la mesa.
Destapa y oh, la, la, a pesar del pollo un poco amorochado nos morimos de amor por él y nos echamos a su cuello, recordándole lo mucho que lo amamos, a pesar de todo. Y diciéndole por lo bajo y al oído, pero después lavas todo vos solito. Y el esboza una sonrisa y un te amo.
No, no se pellizque, estas cosas de vez en cuando pasan y si no, aproveche para regalarle en estas fiestas a su bien amado la matrícula y curso completo de cocina. Pero igual, antes, hágalo pasar por la prueba de fuego de la cocina. Para que: la próxima vez que se sienta director técnico y le dicte las recetas que a él le guste comer, sepa lo que se siente.
O la próxima vez, (del millón de veces), que le indique que no ensucie platos como para un batallón cuando en realidad comen dos nada más, pase por el hágalo usted mismo, y le juro y perjuro, que matará dos pájaros de un tiro: él le hará una comidita rica, aunque sentirá que la suya siempre es un manjar y de paso, dejará ese trastorno de personalidad, que lo hace sentirse un director técnico y sobre todo con usted y si no marchemos todos presos y listo el pollo y la gallina.
Por Mónica Gervasoni