Algunas suculentas razones para que el hogar deje de ser: “hogar, dulce hogar”
De recién casados o estrenados convivientes. Con libreta o sin libreta. Juntados por voluntad propia o casamiento arreglado. Reincidentemente vueltos a casar, vía Argentina, México o las Vegas.
Unidos en santo matrimonio por cualquier rito religioso y ante el altar. Convivencia longeva o incipiente. Felices o infelizmente juntos. Renovando contrato a perpetuidad a punto de separarse, divorciarse, o, en plena guerra de los roces a punto de ser viudos.
Marche una modesta enumeración de esas frases y hechos que, indefectiblemente, encienden la mecha para la discordia en cualquiera de los estados y en un santiamén o dicho en criollo, en lo que dura un suspiro.
Ellos:
Que él deje un reguero de ropa, desde el dormitorio hasta el baño y viceversa. Porque, intimidades aparte, mayoritariamente los especimenes de sexo masculino, y excluyo a los super e hiper ordenados, se van desnudando cuál Adonis, desde la cama a la bañadera, arrojándolo todo a su paso.
Todo bien, hasta que, de no ser que otro, mortal, la levante, la ropa puede permanecer allí por los siglos de los siglos; porque si es por él, a él, no le incomoda. Ahora eso sí, Dios y María Santísima nos guarde, si se nos ocurre dejar los platos sucios en la pileta de la cocina.
O, si se nos ocurriera dejar una bombacha impecablemente lavada pero húmeda, colgando de la canilla de la ducha. Sacrilegio, gritará él, sin el más mínimo remordimiento.
Que se haga olímpicamente el otario, cosa que le sale perfecto, y mire para otro lado, cuando su mascota preferida ensucie en medio del living, recién aseado por nosotras.
Si dos son compañía, tres son multitud y más el gato, mejor ni hablar. Es entonces cuando repartirse las tareas hogareñas y domésticas, representa un tema de estado mayor.
Es una cuestión tan aparte, que amerita desempolvar el pañuelo blanco de rendición, la pipa de la paz y tirar la toalla cuando no da para más. Entre los sub temas cotidianos, diarios e infinitamente domésticos está el estelar: sacar la basura.
Esta es una diligencia, con las que ellos prueban las mil y unas artimañas y estratagemas con tal de eludirla. Y nosotras contamos hasta un millón con tal de no matarlo. A saber, si una les reclama y están de buen humor, dicen, ay me olvidé.
Pero ya desde la planta baja y la puerta del edificio, cuando ya no hay más que hacer. Sino, la clásica: “voy a comprar cigarrillos” o el chocolate que se te antojó a las 10.00 de la mañana, pero ellos lo van a comprar a las 23.00hs. “y cuando vuelvo saco la basura”, dicen con cara de inocencia espasmódica.
Obviamente que para cuando volvieron, el camión recolector pasó hace rato y si me descuido dejó hasta los saludos. Pero el “señorito” volvió cuando era demasiado tarde para lágrimas.
Reproche enteramente masculino, no entender jamás porque uno compra las medias de a pares y jamás se reencuentra con ellas en el mismo estado original después que las estrenó. Y pierden su condición de par una vez que pasaron por el proceso del lavado.
Que venga locuaz cuando nosotras queramos huir a un monasterio en búsqueda de un poco de paz y silencio y viceversa.
Que en un partido de football, no se nos ocurra emitir sonido, porque ante cualquier opinión, nos puede mirar con cara del peor representante de la barra brava, enojado.
Que jamás osáramos confundir un out side con un corner porque nos manda a lavar los platos que le debieron tocar lavar a él, porque nosotras cocinamos. Y como excusa se la brindamos en bandeja.
Tirarle algo de su infancia. O el sillón preferido que heredó del abuelo, el mismo que ni el gato elige para acostarse.
Ellas, nosotras, vosotras, féminas, musas, brujas, cualquier equivalente al género XX:
Mirarlo fijamente a los ojos y, ante cualquier desastre natural o artificial en la casa, léase: roturas varias: Sobre todo, calefón, en pleno invierno y a primera hora, cuando San lavarropas renuncia, sin previo aviso, o la cocina declama sus últimos estertores, decirle, o nuestra hija adolescente se fue de casa, espetarle en la cara y a todo trapo: fue culpa tuya.
Que venga con un hambre de brontosaurio hambriento, con ganas de comer un dinosaurio mariposa con papas fritas y que descubra, esa misma noche, que la “pareja” se ha vuelto vegetariana.
Decisión tomada unilateralmente por nosotras, que, a último momento, hemos optado convenientemente, por empezar justo esa noche, la dieta por los siglos de los siglos postergada.
No entender nunca lo personal que puede ser su maquinita de afeitar nueva que guarda y esconde celosamente de nosotras. Archi putrefacto de que él la deje seca y perfectamente guardada y la reencuentre aguachenta y peluda, justo en el preciso momento en que la va a usar para afeitarse para ir a trabajar.
Así no hay maquinita de afeitar ni pareja que aguante. Porque de ahí a recordarnos por qué cuernos derogó, lo que erosionó su sueldo, en una super afeitadora femenina a pilas, para que nosotras, jamás recordemos comprarle pilas y terminemos, indefectiblemente, usando las de él, hay un solo paso.
Pelearnos con el peluquero que en vez de dejarnos hecha una Diosa de pelo sovage, nos dejó peladas que ni siquiera somos ni pato ni gallareta.
Los días pre, in y pos, que ocupa la marea roja, Andres, o cualquier nombre con el que se bautice al ciclo menstrual, cariñosamente.
El nos discrimina por portación de cara nomás y acota que en esos días sensibles, más que hablar gruñimos a voz de bull dog enojado. Además de no sonsacarnos más de unos cuántos monosílabos por todo dialogo.
Que venga con ganas de hay, triki, triki, hay bang, bang y nosotras le digamos, con maldad y alevosía, hoy no, querido, me duele la cabeza.
Cobrándonos cualquier ofensa, fechoría, o la chinchudez que provocó en el día de la fecha, actualizada y que para la noche, por supuesto, ya olvidó pero que nosotras seguimos rumiando.
Que el diario del domingo que él lee todo junto y de un tirón, nosotras lo descuarticemos y busque el suplemente deportivo debajo de la cama y en cuatro patas y lo encuentre mascado por el gato que encima se siente invadido en su lugar y lo deja cuadriculado.
Que si entró una rata, los dos subidos a la mesa se miren y se digan al unísono: mátala vos. Seguramente mientras se terminan de pelear y se deciden a no matarse entre los dos y matar a la rata, ante los gritos, el animal huirá despavorido antes de que la locura de los dos se le contagie.
Que queramos cocinarle una comida afrodisíaca pero antes pactemos que él lave los platos, ollas y demás enseres.
Que este todo preparado para una cena románticamente a solas y caigan como peludo de regalo, la madre de él. Otra que el famoso triángulo de las Bermudas.
Cualquier semejanza con la realidad, a mi me pasa, lo mismo que a usted.
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