Tampoco existe en el mundo otra cantante francesa que haya representado su país
con tanto éxito y con un acento único, con un estilo propio, que fue y sigue
siendo un símbolo de Francia.
Llegó a sus 46 años bien recorridos, y sin saber cómo, encontró de pronto al
gran amor de su vida. Se involucró en una relación que sorprendió al mundo.
Se enamoró locamente de Théo Sarapo, un joven griego 20 años menor que ella.
Edith aseguraba que éste era el definitivo y más grande amor de su vida. Se casó
con él y todo el mundo pensó que se trataba de un “gigoló” que quería
aprovecharse de su fortuna.
Para la gente fue difícil creer en el amor de una mujer mayor y famosa con un
joven adonis griego, pero Edith gritó a los cuatro vientos que Théo era el único
hombre que había amado.
Un año después de casarse con el joven griego, en 1963, Edith Piaf murió en su
casa del Boulevard Lannes a la edad de 47 años, víctima de una cirrosis avanzada
y con sus facciones deterioradas debido a la morfina.
El gran amor de su vida sólo le duró un año.
Théo Sarapo fue el único heredero de Edith Piaf.
Los derechos discográficos, de autor y cinematográficos fueron a parar a su
cuenta bancaria.
Eso confirmaba las sospechas de la gente. La imagen de gigoló, inescrupuloso y
aprovechador, se extendió por todo el mundo, mientras el silencio del griego
confirmaba todas esas sospechas.
Sin embargo, siete años después Théo Sarapo volvió a ser noticia de primera
plana en los periódicos. Se había suicidado.
Sobrevivió hasta agotar la “fabulosa” herencia recibida de su mujer, es decir,
una lista interminable de deudas. La enfermedad y adicción de Edith Piaf la
había dejado en bancarrota y con las deudas hasta el cuello.
Théo Sarapo, en silencio, las fue pagando como pudo, una tras otra, y así hasta
dejar totalmente limpio el sagrado nombre de su
amada.
Cuando llegó a pagar el último centavo se quitó la vida. ¿Para qué la quería si
no podía compartirla con el único amor de su vida?
En su mesilla de noche hallaron una tarjeta que decía:
"Pour toi Edith, mon amour".
Théo Sarapo le enseñó al mundo y a sus detractores otra hermosa
lección de amor.
Durante los siete años que demoró pagar las deudas de su amada Edith, jamás se
lo vio con otra mujer.
Fue enterrado junto a ella. Al fin estarían juntos otra vez, para cantar a dúo
desde el más allá:
Dedicada a él, Edith compuso y cantó la más bella canción de su repertorio:
« Non je ne regrette rien »
No! no me arrepiento de nada. Ni del bien que me han hecho, Ni del mal, Todo eso
me da igual! No! no me arrepiento de nada. Todo está pagado, barrido, olvidado…
Me importa un bledo el pasado!
Con mis recuerdos, he encendido el fuego, mis
penas, mis placeres… Ya no los necesito! Barrí todos los amores y todos sus
temblores, los barrí para siempre, vuelvo a empezar de cero. No! no me
arrepiento de nada. Porque mi vida, Porque mis alegrías, Hoy comienzan contigo…
Por eso hoy quise contarles esta historia.
Porque la gente siempre juzga con ligereza, porque los prejuicios y la
suspicacia empañan muchas veces el verdadero amor y las buenas intenciones.
También porque Edith nos demostró que no se necesita toda una vida para amar y
disfrutar, porque nos enseñó que un año es suficiente para pasar "el resto de
tu vida" con esa persona especial.
Por eso, también se llama Lecciones de amor.
Por
Prof. Christian Cazabonne
E-mail: [email protected]