Como para una ya es tarde para lágrimas y algunas almas caritativas se ocuparon de prepararnos para lo que se venía, cumplimos en hacer lo propio con otras mujeres en la misma condición. Si entre nosotras no nos avivamos, ¿quién sino lo hará?
Una dice lo más campante: ¡al fin sola!, ¡al fin libre! Pero el disfrute, de dicha situación, es un tanto efímero. Basta alzar la vista al cielorraso, para darnos cuenta que la soledad nos alcanza y sobra.
Porque es en ese preciso instante en el que se produce un insight importante en la vida de una. Porque es ahí cuando vislumbramos por ejemplo, cuan alto que está el techo.
De manera tal que, para cambiar una lamparita se necesita una escalera y/o en su defecto: un watusi solícito (los indios de la tribu más alta del planeta) para hacerlo.
Otro darse cuenta clave en nuestra flamante soledad Solari, es el apreciar que las cucarachas, parecen hacer gym y pesas, y que, si sobrevivieron a la bomba nuclear: el cucarachicida les parece más un desodorante personal que otra cosa.
Y no es tan fácil hacerlas entender que el departamento es: o de ellas o de nosotras. Y dado el alto precio del alquiler que pagamos y que vamos a tener que fregar, nosotras, no ellas, preferentemente es recomendable que nosotras nos quedemos y ellas busquen otras instalaciones.
No son nada compatibles las mujeres con las cucarachas y supongo que a la inversa es la misma repulsión. No creo que para la fauna con patas sea nada sexy una mujer con lavandina en una mano y cucarachicida en otra.
Limpiamos y le convidamos, poco menos que viajes astrales, con los efluvios de la combinación de detergente, lavandina, abrasivos y demás, con lo cual las que quedamos patas arriba somos nosotras y ellas se van y las imagino cantando media borrachinas: la cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar, porque no tiene porque le falta las dos patitas de atrás…
Otra cosa que convendría avisar, por si las moscas, es que la casa no es tan pañuelito como pensábamos y de eso nos avivamos en la precisa hora de tener que limpiarla.
Ahí parece que el departamento sufriera de una especie de efecto mariposa, pero que en vez de ser mariposa es multiplica cosa, porque parecería que se multiplicaran las paredes, los techos, ventanas y cosas varias a limpiar.
Parecería que nosotras o nuestra house nos hubiéramos vuelto locas. Porque se produce un efecto alucinógeno: parece enorme a la hora de limpiarla pero parece un lugar para liliputiense cuando se llena de visitas.
Otro detalle del que conviene percatarse es que nuestra casa es una excelente guarida para todo aquel, separado, divorciado, o aquella amiga que se peleó con el marido.
Eso sí, nada nos exime de que el marido en cuestión no venga a buscarla a horas insólitas. Por ejemplo a la madrugada y ella se vaya lo más campante.
Después de haber consumido horas de nuestro consuelo, café y paciencia. Y está bien que al que madruga, Dios, lo ayuda, pero no es necesaria la ayuda de las desventuras maritales de nuestra amiga para convencernos de la veracidad y eficacia del dicho en cuestión.
Y, sí, no descubrimos América si decimos que no se puede caer como paracaidista o como peludo de regalo, sin avisar antes, en cualquier casa. Pero no nos quedan dudas de esa imposibilidad, cuando a una, la pesca el sonido del portero eléctrico anunciando una visita familiarmente inesperada.
Porque ahí una tiene la certeza de que esta intensamente e inspirada mente ocupada y que lo último que esperaba era a la abuelita, a la hermana mayor ni a la mar en coche y que no era tiempo para un interruptus, precisamente y menos del tipo familiero.
Precisamente por eso, porque una esta, decisivamente e intesamente, O C U P A D A. Además del plus de tener que interrumpir lo que nos tenía tan entretenidas se agrega el pequeño-gran detalle de que, generalmente, en esos casos, puede acontecer que haya ropa interior tendida, nada decorativamente.
Colgando de la canilla de la ducha o en algún picaporte. Que, desde ya, lo último que esperaba era algún tipo de visita. O, en su defecto, podría hallarse profilácticos, arriba del estante.
Ahí nomás a la vista, pero no decorativo, sino prácticamente a mano para nosotras, pero no para las visitas o por lo menos no para visitas familiares, precisamente.
Que las paredes oyen y además hablan: cuando una está sola hay un eco terrible. Sería aconsejable, tener en cuenta la posibilidad de que todo el edificio se entera cuando somos visitadas y que identifican, de movida, nomás, cuando son visitas personales amorosas y cuando son visitas familiares.
Habrá que bajar la intensidad de los suspiros, ante la mirada atenta del encargado y que si nos guiña el ojo, cómplices, sabremos de que se trata la complicidad tácita del guiño.
Nos enteramos de cuanto nos sobra la soledad cuando al calefón se le da por estar embarazado porque se le rompió el diafragma y lo comprobamos cuando lo intentamos encender, como Dios nos trajo al mundo y a punto de bañarnos, echas unas estalactitas y con 40º bajo cero…
Que algunas cosas se pierden con la mudanza. Y que justo una se anoticia en el preciso momento en que se decide a buscarlas para usarlas.
Que una cosa es mudarse sola, sola, y otra es mudarse sola con hijos. Que abren las cajas que tanto costó embalar, como si nada. Que sacan y sacan y sacan pero que no guardan, guardan, guardan y mucho menos en su lugar.
Entonces, a nosotras, nos queda las cajas, los papeles, más las cosas que sacaron; de recuerdo a la espera de que algún alma caritativa, además de nosotras, se digne a tenernos lástima y las guarde.
Esperar semejante conducta de nuestros hijos, generalmente es improductivo y sumaríamos una ilusión óptica más.
Que a las visitas ya las miramos con otros ojos que no son los de recibir visitas sino candidatos a colaboradores…
Que olvidarse la llave cuando la puerta solo abre con ella, es muy inoportuno.
Que conocer a los vecinos en paños menores no es un modo muy adecuado para presentarse pero así recordamos que todavía no hemos colocado la cortina.
Que se nos caiga el caño de la cortina de la ducha justo cuando tenemos que ir a trabajar y nos quedemos enredadas un par de minutos, cuando los tenemos justos.
Que cuando queramos dormir escuchemos sonidos que nos advierte de otra fauna que habita como inquilinos, por ejemplo: palomas.
Pero lo lindo de todas estas vicisitudes es que, cuando el mundo se vuelve hostil o rompe paciencia, cerramos nuestra puerta y encontramos nuestro lugar en el mundo; sintiendo la dulce sensación del hogar dulce hogar.
Porque más allá de cómo tengamos las paredes, pintadas o despintadas. Escrachadas por los pequeños del lugar, con cosas desvencijadas, relucientes o viejas, bellas en la fealdad o no, siempre lo sentiremos profundamente nuestro.