Primer viaje hacia una nueva vida

Relato de cómo se gestó un viaje que cambiaría mi vida para siempre.


Luego de enviar el
pasaje a mi hermano, siguió la rutina de las giras al interior, con lo que
completamos un muy buen año 1929.

El
inicio de los años ’30 me encontró trabajando en la Capital, mientras decidía
a donde me convenía viajar a vender, y reuniéndome periódicamente con mis
protectores para charlar e intercambiar las noticias que recibíamos de nuestras
familias en Europa.

Así
transcurría todo hasta que Moshe Iankel, mi primer patrón (con el que hice mi
primer viaje al sur), me invitó a acompañarlo en un viaje que hacía a la
provincia de Corrientes, no como vendedor suyo sino por mi propia cuenta, con
mercadería de ellos y con mayor crédito, porque por la distancia no se podía
estar pidiendo mercadería todos los días.

Acepté
la oferta y fuimos a lo de mi proveedor habitual de mercadería, uno de los
mayoristas de mercería y lencería más importantes de la época, que aceptó
ampliarme el crédito y se dispuso a elegir él el surtido. Esto era una
ventaja, porque él conocía bien la zona y lo que se vendía en esa provincia.

Mientras
tanto aprovechamos para preparar la mercadería que mis protectores me darían.

Llegados
a este punto, ya es tiempo de presentarlos: mi amigo, Moshe Eilstein, Moshé
Iankel Szerman, con quien haría el viaje a Corrientes, y el tercer socio, David
Nusimovich. El negocio tenía un nombre muy sugestivo: “Los jasidim” (los
justos, o piadosos).

Preparamos
mercadería de todo tipo, alguna característica de la época: cortes de
casimires de tres metros cada uno, cortes de tela de mujer de hasta cuatro
metros cada uno de ancho variable: 2 1/2, 3 y 3 ½, ambos, impermeables, colchas
bordadas que les decían “japonesas”, etc., todo embalado en fardos con
arpillera.

En la mercería, mientras tanto, me esperaban 2 fardos y 2 cajones de
madera, el otro de los embalajes típicos de entonces.

Todo
me lo despacharían por la empresa de transportes “La Cargadora”, a una
dirección que comunicaría una vez que estuviéramos en Corrientes.

Todo
había comenzado muy bien, salvo por el soponcio que casi me da al ver la
factura, $3.500 pesos, una suma muy grande para la época.

Sólo pude entregar
$1.000 a cuenta, porque necesitaba el resto de lo que tenía para enviar a mi
familia en Europa, sobre todo a mi hermano que estaba saliendo en esos días de
Polonia, pero ya gozaba de la confianza de todos, así que no el mayorista no
tuvo inconvenientes en que le pagará más adelante.

Luego
de hacer todos los trámites, conocí a los vendedores que acompañarían a
Moshe Iankel, entre ellos a Isaac Morenfeld, con quien hicimos una amistad que
duró toda la vida.

Al
día siguiente, y luego de un almuerzo festivo que la señora Balche me preparó
para desearme buena suerte, fuimos a la estación Lacroze del ferrocarril, donde
saqué pasaje en tercera clase (sólo porque no había cuarta, para más no me
alcanzaba).

Nos sentamos todos en dos bancos enfrentados, y luego de un periodo
de silencio en el que cada uno estaba enfrascado en sus propios pensamientos
sobre el futuro, comenzamos a conversar.

Todos
teníamos más o menos la misma historia, algunos de ellos estaban casados y con
hijos que habían dejado en Polonia para venirse a la Argentina en búsqueda de
mejorar su situación económica y moral.

En
las 24 horas que duró el viaje tuvimos tiempo más que suficiente para
conocernos, sobre todo con Isaac Morenfeld, quizás porque venía de un pueblo
al que le decían “Rachiv”, que yo conocía porque en él vivía un primo
hermano de mi madre.

Así
nos íbamos acercando a nuestra meta, en cada estación nos arrimábamos a la
ventanilla a ver la gente que venía a pasear. En la provincia de Entre Ríos,
la juventud de la colectividad se acercaba al tren y nos quedábamos conversando en ídish hasta que el tren volvía a
partir.