…de su madre, sobre todo gritado a viva voz, los francos de la empleada que la ayuda y empuñando el plumero o la lustra aspiradora de última generación. Por los siglos de los siglos, lo peor del caso.
“Pero que difícil es vivir sin ti”, es un tema romántico por excelencia pero, que, más de una se lo dedicaría con justo gusto a su ayudanta. No, sin antes preguntarse, cómo puede hacer ella con todo el caos, más los hijos y encima la gata.
En mi caso personalísimo y no creo ser la única, juro por mis antepasados que añoro el sábado y el domingo con toda mi alma, pero cuando veo en la “Camboya” en la que se ha convertido mi casa, por convivir otra vez en la semana todos juntos, no sé si reírme o llorar.
Generalmente, opto por ambas cosas. Y por más que pongo empeño sigo sin saber como lo logra ella y yo no.
Sin embargo una y otra vez insisto y me digo tratando de auto convencerme: si ella puede, yo también debo poder. Después de todo, me contesto, porque si espero que alguien lo haga estoy frita, ¿qué tiene ella que no tenga yo?
Además de más fuerza, más voluntad y sobre todo más paciencia, dedicación full time y que no interrumpe cada dos por tres para ir en patineta a la computadora para escribir algo, porque cuando más ocupadas estamos, más ideas se nos ocurren, debe ser proporcional el tema.
Entonces después de revolear al éter la pregunta retórica del millón, nos proponemos férreamente al mejor estilo Loise Hay de la sugestión y bajo los influjos del control mental, repetimos cual mantram: yo puedo.
Y encaramos, de una la tarea; así, a lo guapas nomás. Pero poco a poco después de empezar con la faena, quebrándonos la cintura levantando los cuatro pares de medias de cada uno.
Rompiéndonos la uña de la mano entre los bártulos y las del pie, tropezando con toda la génesis de los juguetes, estropeando la última manicura y pedicura que perjuramos iba a durar casi para siempre, y esbozando el improperio correspondiente, empezamos a dudar de nuestro método de hipnosis casero, el yo puedo no es tan infalible, después de todo.
A todo eso se le suma el eco del maullido de mi gata que reclama en primerísimo lugar su ración de leche y comida. Del alimento que le gusta y no otro, porque sino sigue con los lamentos y en pleno ataque de huelga de hambre.
Resuenan en mi las palabras de quien es mi aliada doméstica: la culpa no es del chancho, es de quien le da de comer, sentencia una y otra vez, como si fuera la voz de mi conciencia.
Entonces miro a la bola de pelo con patas y me miro con ganas de hacer un suicidio colectivo: la maullante en estéreo y yo. Porque solamente a mí me aturde.
Entre mis piernas se enreda para buscar sus mimos o que la haga a upa, mientras limpio el baño, tiendo las camas y en algún momento preparo las comidas del día.
No es tonta, sabe a quien dirigirse y quien no la convertirá nunca en el gato volador. El resto de los integrantes de la casa está demasiado ocupado con sus menesteres, roncar a cuatro manos, mientras soy la primera en levantarme.
Mirando la tele, mientras yo voy de la cama al living, levantando ropa sucia, limpia y rastros de objetos que han sido voladores no identificados.
Empiezo a dudar de mi poder mental y con cara de desgraciada empiezo a gimotear: “oh y ahora quién podrá ayudarme”.
Mirar alrededor para ver cuán distraídos se pueden llegar a hacer los que me rodean, me da una depresión que me fundiría yendo al psicólogo hasta que pueda superar el trauma.
Los cuatro gritos, funcionan en una primera instancia y todo el mundo se mueve como con resorte, eyectados de donde están cómodamente aposentados, al menos a juntar lo que reconocen como propia pertenencia, y pelearse entre ellos con las frases consabidas y cotidianas: esto no le tiré yo, pero eso sí, retruca el otro, y en dos minutos la guerra de las galaxias queda hecha un poroto.
Mientras por el cielo raso de mi casa, vuelan los misiles de ropa y cualquier objeto teledirigido que pueda arrojarse. Y como colorario después me quedo sola como un hongo porque todo el mundo se retira a sus quehaceres, ofendidos por haberlos importunados y yo me quedo con la casa brillando y como única compañía, yo y mis otros yo, supongo.
Aunque…no estaría mal por un rato, después de tanta multitud fabricando toneladas de mugre.
Tema suficiente para fabricar y escribir entre desorden y desorden un ensayo de algunas razones para que los hombres nos tilden de que las mujeres, sufrimos indefectiblemente y ninguna se salva, del síndrome gata florismo ilustrado.
Manera de denominar al inconformismo femenino, según ellos. Que para citar un ejemplo, oramos por un feriado y cuándo este llegue, imploramos por que se vaya pronto y terminamos más agotadas que si hubiésemos ido a trabajar.
Y, si, claro, trabajamos como burras, sin sueldo, ad honoren y por amoren en nuestro hogar que queremos a toda cosa, sea un dulce hogar. Cosa que también y por otra parte: cuesta, lo suyo.
Y mientras voy rumbo a la computadora con el plumero en el bolsillo, la llave en los dientes, mirando de reojo a la felina a ver cuándo me habrá contagiado el gata florismo dichoso, repaso la mesa de la p.c. con lustra muebles, saco la tierra del teclado y me pongo a escribir.
Siguiendo con las habilidades de quien me ayuda debo alegar, como diablos hace y con qué don, viene cargada como un burro.
No pierde ninguna bolsa, no va extraviando el perfume francés por el camino, resbalándose por alguna bolsita y no se le enreda la cebollita de verdeo en la puerta tijera del ascensor, como me pasa a mí cada vez que intento la misma patriada que se repite más de una vez en el mes.
Y mientras yo la miro con cara de espanto, horrorizada, me tranquiliza con una sonrisa mientras desliza las llaves de sus fauces a uno de los pocos dedos que violetas y morados por el peso le queda libre, como diciendo: he cargado cosas peores.
No sé por qué pero no lo dudo. Mientras a mí me cae un sudor helado con 40 grados bajo cero a ella se la ve radiante y suelta de cuerpo.
Terminado el calvario sin ella, volvemos a trabajar bien dispuestas y sintiendo que amamos, poco menos, al viejo cabrón y gruñón que tenemos como jefe. Y por supuesto que amamos como loca el lunes.
Qué horror lo que puede producir un poco de faena de la vida doméstica y casera. Moraleja. Siempre cuente con una aliada en la casa, sopena de asesinar en masacre porque lo que limpia con todos los integrantes en ella, no dura ni un parpadeo.
Nadie tiene la culpa que UD de niña haya sido criada como estatua. Los buenos modales de hoy en día no consideran quedarse quieto, en un solo lugar y con un solo juguete como parte de él.
Resígnese, los tiempos cambian y quizás sea para mejor. Que si los suyos, los tuyos y los nuestros por casualidad se quedan quietos, empecemos a sospechar y corremos con los labios a apoyárselos en la frente a ver si tienen algo o están enfermos o están tristes y nos morimos.
Que por más que invente el más novedoso sistema de lavado de cerebro y mensajes sub liminares y UD. se avivó tarde en la vida que había que ser ordenado, no suponga que se los hará entrar en razones a los suyos que se acostumbraron a ud. desordenada y se encaminen de un fin de semana para el otro.
Y por sobre todo, siempre tenga la pipa de la paz a mano. No se olvide de donde la dejó tirada por última vez. Uy, timbre, portero, teléfono, alarma. Deberé atender, ah por suerte en el portero está la otra mujer de mi casa…
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