¿Anciana yo?

¿En qué momento una sugestiva cincuentona pasa a ser una anciana sexagenaria?

Mi abuelita, para mí, siempre fue muy viejita. Desde sus 40 años vistió de un riguroso luto que nunca se quitó, y falleció siendo una “anciana” de 60 años.

Mi madre, a esa edad, era una mujer a quien le encantaba concurrir a las Peñas a bailar folklore, y en los veranos irse de vacaciones a Punta del Este: murió siendo una “señora grande” de 84 años, ¡la única de la familia que se acordaba de los cumpleaños, aniversarios y santos de todos,  incluidos sus bisnietos! 

Actualmente, cuando tenemos hijos de 30 años que aún se consideran adolescentes, cuando las mujeres a los 50, 60 o  más años –como muchas artistas conocidas en el medio–, estamos en la flor de la edad, cuando seguimos produciendo en nuestras profesiones y no somos más el “prototipo” de la abuelita tejiendo escarpines, sino que llevamos a nuestros nietos a los museos o al teatro.

En estos momentos en los que se conciben vocablos que no están ni siquiera en el último Diccionario Panhispánico de Dudas, ¿no deberíamos inventar una palabra para designar a esa franja que va desde los brillantes sesenta hasta los serenos y plácidos ochenta o noventa?

¿En qué momento una sugestiva cincuentona pasa a ser una anciana sexagenaria? ¿A alguien se le ocurriría decir que Jane Fonda o Susana Giménez son “ancianas”? 

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