En una ocasión me comentaba Patricia Arés, amiga y doctora en ciencias psicológicas, los peligros de la modernidad en cuanto a los silencios familiares que en ocasiones se establecen y la falta de comunicación personal. Ella hace con frecuencia el comentario de lo negativo que resulta el hecho de que una persona puede estar chateando con un amigo europeo, y sin embargo no conversa con el hijo que tiene al lado.
Corrientemente en los hogares pasan cosas así: cada cual “conectado” con un aparato diverso, pero “desconectado” de las personas más cercanas y amadas como los hijos o la pareja… Se va creando un vacío enorme que si bien, aparentemente es sustituido por el entretenimiento (hasta la adicción) que logran los modernos equipos electrónicos, estos no pueden reemplazar la comunicación y el afecto tan necesario entre los que viven bajo un mismo techo.
Los niños y las niñas con mayores posibilidades económicas, encerrados y rodeados de cuanta técnica moderna se inventa, llegan a padecer de una profunda soledad afectiva y una pobre habilidad para la relación con sus iguales.
La socióloga y educadora Angela Marulanda reconoce que el ajetreado ritmo de vida moderno implica que en muchas ocasiones los padres no puedan dedicar suficiente tiempo a la familia. Los niños comienzan a sentirse solos que no es lo mismo que estar solos.
La soledad afectiva —aclara— no corresponde a la soledad física necesariamente, y son muchísimos los niños que cada vez más “están” siempre con alguien pero “desconectados” de alguien.
Subraya Angela Murulanda en acertado comentario que estamos ante las primeras generaciones de adultos y de padres con mayor educación, más involucrados, conscientes y deseosos de darle lo mejor de sí a sus hijos. Pero, en ese proceso, hacemos tantas cosas para y por los hijos, que no nos relacionamos con ellos como personas.
Reconoce la especialista que son muchas las actividades, los trabajos, los deportes, los juegos, las oportunidades que se les están dando a los niños, que obligan a los papás a estar corriendo para allá y para acá con ellos, haciendo cosas, trabajando más, luchando más, esforzándose más para poder costear todo esto y por lo tanto no están, no disponen de esos espacios sagrados (sin ninguna clase de agenda ni presiones), que son donde se gesta la conexión afectiva con ellos.
Esta forma moderna de “soledad afectiva” afecta a toda la familia, pero principalmente a los niños que necesitan, para su desarrollo integral, la atención, el cariño y la presencia activa de padre y madre.
De acuerdo con la valoración de la socióloga consultada, se pueden apreciar en los niños y las niñas algunos signos específicos ante la soledad afectiva. Las reacciones de los menores ante estas situaciones son tan distintas como sus personalidades, pero básicamente se pueden mencionar varias reacciones típicas.
Una de ellas, por ejemplo, son los niños o las niñas que se muestran muy huraños, distantes, que no se quieren conectar con nadie. Es su forma de no arriesgarse a sentirse solos. Otros, reaccionan con mucha ira o con violencia. Y es la forma en que manifiestan la rabia y el malestar que les proporciona el sentirse tan solos, tan desprotegidos.
Sobre todo los más pequeños, tienden a aferrarse mucho a las personas adultas que los acompañan casi todo el día como maestras, niñeras o nanas, a quienes quieren estar constantemente abrazados y conectados físicamente porque precisamente se están sintiendo muy solos.
Otro signo de soledad afectiva se puede reconocer en los niños y las niñas que demandan constante atención. Los padres o las madres no pueden dejarlos un minuto porque si no el chico o la chica comienza a llorar o manifiesta su ira, y esto es una señal de que no está sintiendo esa compañía mas profunda de sus padres, esa conexión a nivel del corazón,– señala la educadora Muralanda, quien subraya que “estar” con los hijos es más importante que “hacer cosas” para los hijos.
Es mejor dejar a un lado tantas actividades y limitarnos a unas pocas; ofrecerles poco pero bueno, para tener esos espacios en el hogar que nos permitan compartir el tiempo con los hijos, estar con ellos, no hacer cosas para ellos ni con ellos, sino estar con ellos, refiere por último la especialista.
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