¿Qué es la hipocondria?
Este tipo de enfermo no tiene identidad social determinada, puede encontrarse dentro del entorno familiar o social y ser nuestro padre o nuestro más íntimo amigo.
El objetivo del hombre que genera esta enfermedad emocional es llamar la atención, utilizando para ello la herramienta del sufrimiento. Esta persona observará obsesivamente los comportamientos de su cuerpo interno o externo y siempre encontrarán diferentes molestias que le perturbaran.
Visitará al médico pero mientras tanto provocará preocupación en su entorno. Su vida girará envuelta por la pena, la tristeza y la necesidad, esperando recibir la atención que necesita. Este proceso interno del enfermo se creará por el poso de una frustración del pasado que le generó una depresión que quedó oculta y no pudo superar.
Sus arterias emocionales se estrangulan constantemente porque un día su alma se inundó de angustia. Un goteo de tristeza enquistará sus órganos a través del tiempo con diferentes dolencias, hasta que en uno de ellos quede impresa una enfermedad real.
Otra forma de alimentar y tejer la tela de araña de su enfermedad emocional llegará de la mano de los medios de comunicación. De ellos recogerá la información de nuevos virus o enfermedades que él sabrá enlazar y cuyos síntomas descubrirá en sí mismo en menos de veinticuatro horas.
El cansancio y el abandono llevarán al lecho terminal a nuestro enfermo emocional, que habrá vivido acompañado de nuestra involuntaria incomprensión. Su objetivo habrá quedado así satisfecho demostrando al mundo que su enfermedad era real.
Vivir al lado de un hipocondriaco
Cuando se es el compañero de un enfermo imaginario, el hecho de ignorar una vivencia o situación que le conduce a tener ese comportamiento fuera de lo normal, no nos exime para que nuestra curiosidad se manifieste y utilicemos la observación para averiguar y comprender.
Quiero lanzar una invitación a los sufridos pacientes pasivos de nuestro querido enfermo imaginario denominado hipocondríaco: Plantéese porqué esa persona siempre necesita sentirse mal.
La impotencia al no encontrar la solución, provoca en ocasiones el desprecio hacia el enfermo diciéndole, por ejemplo, en más de una ocasión:
– “Siempre estás con lo mismo, ya te lo ha dicho el médico que no tienes nada, son todo nervios”-.
Y debido a ese menosprecio, el paciente buscará nuevos síntomas que confirmen una nueva enfermedad. Y por supuesto, los encontrará.
Es bueno aprenderse a preguntar a uno mismo, y en este caso podríamos cuestionarnos lo siguiente:
– ¿Nos hemos puesto en algún momento en el pensamiento de ese familiar cuyo objetivo de vida es la enfermedad?
– ¿Por qué la persona siempre dice que le duele algo?
– ¿Por qué constantemente se está quejando?
– ¿Qué es lo que le tiene siempre preocupado?
– ¿Con qué no está conforme?.
Deberíamos reflexionar sobre ello en lugar de quejarnos tanto como él, porque seguro que detrás de la depresión del enfermo, existe algo o alguien que un día clavó en su alma una espada de Damocles de la que no sabe cómo liberarse.
Ese continuo sufrimiento no le ha permitido alcanzar la serenidad, al no poder reconstruir su mundo de protecciones. Y cada vez que siente el pellizco de aquel sufrimiento, en su alma se dispara un dispositivo que le obliga a buscar la respuesta en su salud, cuando lo que subyace es un dolor del pasado, que ya tenía que haber cicatrizado.
Así, la soledad, el abandono, el cansancio y el abatimiento se convertirán en los compañeros de viaje de su alma herida, por lo que empezará a pedir auxilio a aquellos que ignoran su sufrimiento.
Muchos han sido los debates alrededor de la conocida y consolidada frase “El hombre y su circunstancia”. Estas palabras guardan entre sí una complicada y profunda relación, que la falta de reflexión permite que queden en la oscuridad.
Las consecuencias que se desencadenan en un momento crucial de la vida, en muchas ocasiones, crean importantes cambios en nuestra actitud, incapacitándonos para profundizar en la causa.
Siempre esperamos que el tiempo nos aporte la madurez necesaria para comprender y superar todas aquellas pruebas que la vida nos exige para aprender a evolucionar, pero en ocasiones se precisa de alguien que nos ayude a comprender nuestras vivencias, y el mensaje que envía nuestra alma a nuestro ser consciente.
Es decir: el remedio está en uno mismo. Si no es así, pasaremos a ser nuestros propios verdugos. Por ello el enfermo deberá tomar la decisión de cambiar, considerando que necesita tiempo y esfuerzo para solucionar aquello que le hizo convertirse en el centro de atención de la vida de los demás para sentirse valorado y recompensado. Pero, ¿por quién?
Cada vida es un mundo y cada persona un universo, y el hombre precisará para evolucionar, sentirse protegido por los puntales de su existencia, que estarán constituidos por aquellos seres que le aman, le protegen y le respetan, consolidando de esta manera los fundamentos de su ser y de su existencia.
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