El estrés después de los cuarenta

Y cómo evitarlo.


Desde la infancia Antonio había vivido una vida plena. Su familia le dio amor  y
apoyo permanente para salir adelante en todos los acontecimientos de la vida.
Tenía la capacidad para asombrarse con todo lo cotidiano y caminaba confiado por
el mundo.


Tuvo la opción de encontrar muchas amistades a través de los años y aprendió a
sonreír cuando jugaba en su infancia, al lado de la gente que conoció en la casa
del vecino, en el colegio, o en la universidad. Todo parecía indicar que nada le
podría hacer daño, porque estaba programado para ser feliz.


Había heredado unos valores claros y sabía que por nada del mundo quebrantaría
estos principios de carácter universal. Empezó a crecer y se encontró con una
serie de responsabilidades que lo enriquecieron, pero que, a su vez, le
generaron angustia porque estaba inmerso en un mundo que le cambiaba día a día
las reglas del juego. Era la vida la que tenía frente a él; era una familia que
había conformado y unos hijos que tenía que orientar en un mundo que se volvía
cada día más caótico.


Las responsabilidades crecieron. Las exigencias intelectuales se ampliaron. Las
necesidades de la familia se volcaron hacia él y de repente sintió que había
madurado, que había entregado y enseñado mucho, pero también advirtió que había
dejado de sonreír; que ya no se permitía un espacio para el juego con sus hijos;
que la vida se había convertido en una rutina del trabajo hacia la casa y de
allí al silencio de la noche.

No
había un espacio para el descanso porque estaba inmerso en el ritmo de una
sociedad que exigía cada día más consumo, menos deleite espiritual y exceso de
trabajo.


Poco a poco empezó a pensar que lo que estaba viviendo le traía satisfacciones
económicas, pero también, un alto nivel de angustia. Sintió que a su edad, ya no
podría embarcarse en nuevos proyectos que había querido concretar y que no había
llevado a cabo porque pensaba que era tarde para iniciarlos. Se empezó a generar
tensiones y muchos sentimientos de culpa. Sintió que sus niveles de ambición
crecían y que no estaba en condiciones de satisfacerlos.

Su
actitud, su exceso de trabajo y de preocupación lo llevaron a un alto nivel de
estrés que se manifestó en una mayor obsesión por el trabajo, una gran
imposibilidad para delegar responsabilidades, desconfianza en los otros y
problemas para disfrutar de sus momentos de ocio.


Esta historia puede ser nuestra propia historia. Por eso te recomendamos que
revises tu vida personal, familiar, laboral y de ocio para que no caigas en la
situación de nuestro personaje. Identifica la fuente de tu estrés, selecciona
aquellas situaciones a las cuales quieres hacer frente; sé realista acerca de
las barreras para vencerlos y desarrolla un programa personal de manejo de
estrés para que sea un plan que funcione.


Nuestro organismo puede enviarnos señales que deberíamos analizar. Muchas
personas comienzan a tener menos energía o sensación de fatiga (astenia) para
realizar las tareas habituales. En otros, la agresión es contra el sistema
inmune disminuyendo las defensas y hay una mayor propensión a los resfríos,
estados gripales o herpes bucal. Cuando el órgano afectado es la piel pueden
aparecer sudoración excesiva, caída del cabello y prurito (comezón). Si el
afectado es el tubo digestivo, las manifestaciones son gastritis, úlceras de
estómago, duodeno y colon irritable.  Cada individuo manifiesta el estrés de
distinta forma.


Ante estas alarmas, es conveniente revaluar las actitudes y realizar una
consulta profesional. El estrés es un gran simulador y ataca por el lugar más
débil. No permitas que este ataque tu salud y tu vitalidad….Sólo hay una vida
y hay que aprender a vivirla  en paz consigo mismo.


Fuente:

El éxito.Com