– ¿Cuántas veces llegas a tu casa renegando de todo lo que te pasó en el trabajo, transmitiendo mal estar, incertidumbre, despecho?
Si te consideras grande , hacéte cargo de tus problemas, nadie te va a impedir que pidas un consejo a tu pareja o le hagas un breve comentario, quizás , pero no contamines tu hogar con palabras negativas y reiterativas. Vos no lo merecés… tampoco quienes conviven contigo.
– Tantas veces decimos que sí para conformar a los demás sin tener conciencia que detrás de ese “ si “ podemos crear ilusiones, falsas expectativas, sueños frustrados.
– Hay muchas personas que son amigas de la palabra “no”… no me importa, no me interesa, no es mi tema preferido, no me gusta, no esperes nada de mí, no me incluyas, no te metás…¿ por qué no?… les preguntaría, ¿ es indiferencia? , ¿ miedo al compromiso?, ¿ evitar confrontaciones muchas veces necesarias? .
¿ Si revertimos un “no” por un “ si “? Quién sabe hasta nos podríamos sorprender.
– Dicen que el silencio a tiempo es propio de los prudentes… pero , cada silencio tiene su lectura, hay silencios cobardes, algunos cómplices, muchos egoístas, silencios que gritan, otros indiferentes.
– Las palabras hieren… ¡claro que hieren ¡ , si son productos del racismo, de la discriminación, de la prepotencia, del menosprecio, de la hipocresía, de la violencia , de la falsedad, de las mentiras, de la arrogancia, de la ostentación.
– ¡Cuánta necesidad tenemos los seres humanos de escuchar aquellas cosas nacidas de la bondad, de la verdad, de la nobleza, de la gratitud, del acobijo de la paz.
– Nunca niegues palabras afectuosas a los niños, a los ancianos , a los enfermos, a tus empleados, en tu hogar, en fin …. a nadie.
– Dialoga con serenidad pero con firmeza, da a conocer tu punto de vista, no grites cuando hables, trata siempre de entablar una conversación cordial desde la verdad, desde la generosidad, desde la prudencia.
Ten en cuenta también que las palabras o los silencios trascienden con las actitudes, que quien sabe sufrir, sabe hacer sufrir menos a los demás, quien sabe llorar, sabe comprender mejor a los que lloran, y aquel que sabe reírse hasta de sí mismo es capaz de regalar un instante de felicidad.
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Por Alejandra Oviedo