Entre Teología de la Liberación y Teología de Género: Dios y las mujeres

Donde Dios es Varón, ¿los varones se creen Dios?

La cultura religiosa que nació del encontronazo de culturas entre españoles e indígenas americanos se basó en verdades que se imponían y no en sentimientos que se compartían, menos aún en compromisos que se asumían para organizar la sociedad.  

Dios se impuso en América militarmente, con la espada, con el expolio de tierras y con la violación de mujeres. Y arrasó así con la cultura religiosa. Dawkins explica que en el acervo mémico de la humanidad no hay meme tan universal y de tanta persistencia como el meme Dios.  

Y añade, preocupado, con justa preocupación, que no hay meme más persistentemente asociado al meme Dios que el meme infierno o castigo. 

Sí, le tenemos miedo a Dios. Y ese sentimiento nos paraliza y cuando nos mueve lo hace hacia el sacrificio, el ayuno, la penitencia, las promesas, la culpabilización. Nos impulsa a una adicción a la religión, como calmante que exorcice nuestros miedos.  

Le tenemos miedo a la omnipotencia de Dios. Dios todo lo puede, y creemos que usa su poder arbitrariamente. Para castigarnos. Le tenemos miedo a la omnisapiencia de Dios. Dios todo lo sabe y creemos que saber lo que piensa o decide hacer es inescrutable porque nadie dialoga con él y nadie lo controla.  

Le tenemos miedo a la omnipresencia de Dios. Dios está en todas partes, como un ojo fiscalizador, y creemos que ese estar no significa acompañarnos cariñosamente potenciando nuestra libertad, sino juzgarnos para controlarnos. Hasta para tomar venganza. 

Tenerle miedo a Dios -y a su infierno- conduce a organizar la vida en función de premios castigos, promesas-milagros, pecados-salvación, sacrificios-benevolencia 

Este miedo nos impide pensar libremente y decidir autónomamente. Este miedo frena, en su misma raíz,  forja de ciudadanía y el desarrollo de una cultura democrática, porque en la democracia se descarta la arbitrariedad, se limita el uso de la represión y de la fuerza y se organiza la vida en función del respeto a derechos y a deberes. 

Este miedo nos hace irresponsables ante la historia, ante nuestra propia historia, ante la historia de nuestro país. Si de un Dios temible todo depende, nada depende de nosotros. Él es el único responsable, nosotros no tenemos responsabilidad.  

A quienes gobiernan y tienen poder y recursos, esta irresponsabilidad los hace insensibles a la miseria ajena. Y a quienes son gobernados y carecen de poder y de recursos, esta misma irresponsabilidad los hace fatalistas ante su propia miseria. Y nada cambia. Porque nada cambiamos. 

Es también por esta religiosidad anclada en esta arraigada idea de Dios que nuestra visión de la ley no nace de la legitimidad de la ley. La legitimidad se construye siempre mediante el diálogo y la relación entre iguales.  

Pero nuestro Dios no dialoga con nosotros. Decide arbitrariamente, se impone. Algunos pensadores incluso se cuestionan en países con frágiles democracias si ¿No nacerá de esta idea nuestra admiración por el “macho” por los caudillos. 

Si creemos en un Dios todopoderoso que nos castiga, nos pone a prueba, hasta

diríamos que goza con nuestro dolor porque exige nuestros sacrificios, también estaremos viendo cómo legítimo expresar el poder que tenemos sobre nuestros hijos no como responsabilidad amorosa sino como derecho al abuso, al castigo y a la violencia. 

De la misma ese miedo que le tenemos a Dios nos impide enfrentarnos a Dios, cuestionarlo, para llegar a la verdadera fe cuestionando esta fe por las mueva propuesta del cine algunos piensan que puede venir mas sanación.

Y que cierto ateismo es un atajo. Ojalá que el cine en esta época, nos acerque a un Jesús más creíble.

Aun cuando este cine caricaturice  a los que se suelen poner paranoicos por muy poco, la posibilidad está en oferta.

En esta época se nos habilita a comprender algo más del misterio del hombre y de quién pudo ser Jesús, inventando historias y proponiendo nuestros relatos de salvación.

Aunque carezcan de rigor teológico, pueden ser oportunos y estar inspirados por el Espíritu. Una teóloga nicaragüense, Lopez Ibor, señalo que en la historia de la humanidad, "Dios nació mujer", la idea de Dios nació vinculada a lo femenino.  

Durante milenios, la humanidad, asombrada ante la capacidad de la mujer de generar de su cuerpo el milagro de la vida, veneró a la Diosa, viendo en la mujer una imagen divina. 

Muchos milenios después, la idea de Dios se transformó… y Dios se convirtió en varón. Hoy, el Dios en quien cree en la cultura hispanoparlantes es un Varón. Es así también en las grandes religiones monoteístas: Cristianismo, Judaísmo, Islamismo. Y en otras religiones politeístas, los dioses varones tienden a ser predominantes, preponderantes. 

Así pues, en la cosmovisión y en el arte del Cristianismo, tanto en su versión católica como en su versión protestante, Dios es un Hombre. Considero que ninguna característica de nuestra cultura religiosa contribuye más que ésta a la instalada inequidad entre hombres y mujeres.  

La religión puede perpetuar esta inequidad, a veces la justifica, la explica, la legitima. Pero como esta raíz permanece tan escondida, está tan abajo en la tierra de nuestras mentes, arraigada tan profundamente, resulta difícil exponerla y da a menudo mucho temor reflexionar sobre ella, y ahí se queda, intocada. 

En la iconografía cristiana, en las imágenes que hemos visto desde niños, Dios es un anciano con barbas. Es un Rey con corona y cetro sentado en un trono. Es también el Dios de los Ejércitos. Por lo tanto es un General.  

Según esa iconografía, ese Dios tiene un Hijo, que "se hizo" hombre, lo que sugeriría que su esencia anterior a ese "hacerse" era masculina. La tercera persona de esa "trinidad", de esa "familia divina", es el Espíritu Santo.  

A pesar de que en hebreo, la palabra espíritu es una palabra femenina, es la ruaj, la fuerza vital y creadora de Dios, la que lo pone todo en movimiento y anima todas las cosas, el dogma nos enseña que el Espíritu dejó embarazada a María. Por lo tanto, esa paloma sería en realidad un "palomo". 

Comprendamos que esta forma de leer el dogma del arte reclama nuevas lecturas porque para no pocos este conjunto familiar es poco claro y mucho menos imitable. Para alguno incluso algunas lecturas del dogma pueden ser distorsionadas encumbrando hasta lo indecible a aquella humilde campesina que fue María de Nazaret, con un culto idolátrico que los protestantes justamente rechazan.  

El resultado de la mariolatría es la construcción de un modelo también extrañísimo e inimitable de mujer: sin pecado desde su concepción, virgen antes, después y durante el parto y a la vez madre, esposa sin relaciones sexuales con su esposo José, muerta como todos los humanos, pero elevada al cielo en cuerpo y alma…  

Sólo imitable, realmente, en su sumisa "entrega" al plan de Dios. Creo que uno de los problemas más cruciales que debemos entender para tener una correcta perspectiva de género es saber que las mujeres son enseñadas y aprenden que sus vidas deben partir de la "entrega" al "plan" de los demás.  

Se realizan amando al marido, a los hijos, a los padres, a los alumnos, a los enfermos, a los pobres… Siempre amándolos más que a  ellas mismas, amándolos a costa de amarse a ellas.  

Pastores y sacerdotes han reforzado siempre en las mujeres que su felicidad es el amor a los demás… como María. Esta idea contribuye a reforzar la inequidad, porque también los hombres pueden y deben realizarse en el amor a los demás.  

Y así lo enseñó Jesús de Nazaret, que en esto del amor, la compasión, la ternura, la no violencia, no hizo jamás ninguna diferencia genérica. 

Donde Dios es Varón, los varones se creen Dios. Donde Dios es Hombre, los hombres son dioses, las iglesias relegan a la mujer a una segunda o tercera categoría, como si fueran seres inferiores, contribuyendo a invisibilizar el importante e histórico liderazgo de las mujeres. 

Las iglesias que imaginan o representan a Dios como un varón tienen que hacerse cargo de esta imagen creada como herejía. Porque donde Dios es varón, el varón es Dios.

Concordemos entonces que cualquier lenguaje es inadecuado para contener todo lo que es Dios. La Biblia sostiene que Dios es Espíritu. Por ello tenemos que ampliar nuestros imaginarios para contemplar que Dios trasciende el género, no es ni masculino ni femenino.

Y en la Palabra, hay una riqueza que incluye varias imágenes de Dios, incluso imágenes femeninas.

Y mientras el pene es sagrado y con la circuncisión se consagra en el órgano masculino la alianza con el Dios Varón, la sexualidad femenina -su cuerpo, su menstruación- está tradicionalmente asociada al pecado, a lo sucio, a lo impuro, a la tentación, totalmente vinculada a la reproducción y nunca al placer.  

Estas asociaciones que circulan en el acervo mémico de la humanidad tienen una raíz religiosa y están en la base que legitima la inequidad, la violencia y el abuso sexual. 

En la descomunal afectación que estas ideas – y sus prácticas derivadas- causan, las principales víctimas son, sin lugar a dudas, las mujeres. Las mujeres y las niñas. En primer lugar, porque esta cosmovisión las coloca, ya de entrada, en un estatus inferior de humanidad.  

Igual en la cosmovisión religiosa tradicional en su versión cristiana, en la que Dios es un varón todopoderoso; tiene un Hijo único, el Cristo, también varón, según la idea más generalizada algo así como un Dios pleno de poderes que vino al mundo disfrazado de hombre a hacer milagros y a sufrir. 

Para reforzar este guión celestial, los representantes de Dios en la tierra son todos varones. Lo son totalmente en el catolicismo universal. La iglesia católica se ha negado históricamente, en varias ocasiones y de forma terminante, a la posibilidad del sacerdocio o del diaconado femenino, argumentando que Jesús sólo eligió hombres y que Jesús era un hombre, las mujeres no ocupan nunca en la Iglesia cargos de poder y de decisión. 

Ellos -Dios y sus representantes- "pueden todo" (dictadores); "saben todo" y sus designios son "misteriosos" (no susceptibles al control, no obligados a la racionalidad ni a la transparencia y con derecho a la impunidad), "juzgan todo" (arbitrarios, con una legalidad inapelable, administradores de castigos).  

Este Dios, construido en la mente humana en estadios primitivos de su evolución, fue funcional al rey absoluto y al hacendado colonial, y lo sigue siendo al general de ejércitos, al gobernante autoritario, al caudillo del partido, al papa infalible y al sacerdote y al pastor controlador de conciencias. A toda la gama de varones con poder. 

El espacio público donde se ejercen estos poderes es "naturalmente" y por designio divino el espacio de los varones. La cultura patriarcal que ha dominado la historia humana desde hace miles de años explica el sesgo totalmente masculino de las grandes religiones históricas… a pesar de que "Dios nació mujer", como sugerentemente documenta el periodista español Pepe Rodríguez en uno de sus libros, todos escritos con el afán de divulgar ideas provocadoras.

La ley divina ha dibujado las fronteras. El espacio público -la calle, la tribuna, la institución, la ley, el gobierno- para los hombres y el espacio privado -el hogar- para las mujeres, donde todas son "madresposas", aun cuando no tengan ni esposo ni hijos, aun cuando sean niñas pequeñas o ancianas cansadas.   

Todas las mujeres cuidan, todas dan, todas se entregan, todas son las responsables de la casa y de las vidas que la casa alberga. Y en ese esfuerzo ingente de cuidar en silencio la vida en el espacio privado, no todas, pero muchísimas de ellas, reciben en pago violencia de manos de los varones, quienes por tener el poder tienen también el mandato divino de ejercerlo a cualquier costo.  

La mayoría de la humanidad vive actualmente aceptando como inamovibles esas fronteras diseñadas por ese Dios. La forma de ejercer el poder, esta en la forma de concebir la sociedad.  

El lugar más inseguro para las mujeres centroamericanas dice Lopez Ivor no es la calle donde actúan las famosas maras o pandillas ni tampoco es la maquila, donde actúa la voracidad de los inversionistas extranjeros.  

Donde sus vidas corren más peligro es en el hogar, el lugar en donde comparten la vida con los hombres que son sus compañeros y dicen amarlas. 

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