Familias consumadas
obligadas a volver a la casa de los padres de algún miembro de la pareja.
Ejecutivos de multinacionales que deben dejar el escritorio de caoba para
ocuparse de las tareas de la casa. Hijos que deben acostumbrarse a convivir con
padres en diferentes casas.
Las crisis económicas y
laborales provocan fuertes cambios en los vínculos de las personas, y familias
enteras deben hacer frente a situaciones inesperadas, en contextos que jamás
imaginaron que deberían atravesar.
Lo primero es la familia… y también la casa
Un caso muy común, es el
de los hijos adultos que, con toda su familia, deben regresar a convivir con sus
padres. Se trata en su mayoría de personas provenientes de la clase media, que, al cabo de un tiempo, debieron resignarse a aceptar
que ya les era totalmente imposible afrontar el pago del alquiler o de la
hipoteca, y comprendieron que el único lugar en el que podrían seguir viviendo,
fuera de la calle, era en la casa de alguno de sus padres.
Entonces, junto a sus
hijos y pareja, deben soportar la carga de dar un gran paso atrás en sus vidas,
perdiendo la independencia que tanto les había costado lograr. Así, la vieja
casa de la infancia parece cobrar una nueva vida, en donde la apacible
tranquilidad de la rutina de vida de dos personas mayores, repentinamente se ve
alterada por el estéreo a todo volumen del hijo adolescente, o los
llantos del bebe recién nacido.
En medio de este
contexto, afirman los psicólogos especializados en terapia familiar, es
imposible que no se produzca algún tipo de roces. Lejos de la idílica imagen
televisiva, en donde el abuelo de la nueva familia “hippie” le cuenta historias
de duendes al más pequeño, y la familia se reúne en la mesa de la abuela a
comer y charlar con la corrección de la familia Ingalls, la realidad muestra una
constante lucha por los espacios de poder, frente al re-acomodamiento de los
roles y las tareas familiares.
No importa cuán espaciosa
sea la casa. Lo cierto es que el antiguo jefe de la familia ha pasado ahora a
ser “un hijo”, que debe respetar ciertas reglas dictadas por su padre, del que
tanto le costó independizarse.
Al mismo tiempo, sus
propios hijos comienzan a observar que su autoridad disminuye, y que es otra
persona la que dicta los hábitos de la casa: su abuelo. En estos casos, afirman,
los especialistas, es fundamental tomar a esta etapa como un proceso de
transición (buscando permanentemente alternativas de nuevos ingresos económicos
y/o vivienda), y no como la asunción de una realidad nueva y definitiva.
De gerente de negocios a gerente de familia
Sin llegar al extremo de
perder la casa, muchas otras familias han experimentado un radical cambio de
rutina en sus vidas. Este es el caso de los hombres que han perdido su trabajo,
frente al proceso de “reducción” de personal, o incluso la quiebra de la empresa
en donde trabajaban.
Así, de un día para el
otro, personas adultas autosuficientes y, en muchos casos, con una ajetreada
vida como gerentes o directores de área de alguna empresa, necesitan “volver a
empezar” repartiendo currículums por todos lados. Al cabo de un tiempo, cuando,
en la mayoría de los casos, toman conciencia que la crisis impide a cualquier
empresa aumentar su planta de personal, se resignan a detener su búsqueda de
reinserción, aunque sea temporalmente.
Entonces, con las
finanzas reducidas, se hace menester recortar gastos en la casa, y lo primero
que se hace es suprimir el servicio doméstico. Como ahora la única fuente de
ingresos es la mujer, y la casa se ha quedado sin alguien que la organice, este
antiguo gerente se ve obligado a convertirse en un “amo de casa”, haciéndose
cargo de las compras, la limpieza, el planchado, y la crianza de los hijos.
Luego de un duro proceso
de adaptación, los especialistas señalan que podrían observarse dos tipos de
conducta:
1. La de hombres que han
encontrado un nuevo significado para sus vidas, sobre todo gracias a la crianza
de sus hijos, logrando dejar atrás el estrés para lograr momentos de
introspección, y
2. La de hombres que
comienzan a perder su autoestima (esto suele suceder mayoritariamente en parejas
cuyo vínculo está basado en el dinero que aporta el hombre) y resienten la
relación familiar.
Yendo de la cama al living
En este último caso,
podría sobrevenir una separación. Pero como no hay dinero para comprar o
alquilar otra casa, a la pareja sólo le queda convivir en el mismo hogar, él
en el sillón, y ella en la habitación. Con el tiempo, la pareja se acostumbra a
esta convivencia, y no resulta anormal, en sus rutinas, que ambos lleven a sus
nuevos compañeros, haciendo de la casa un verdadero lío. Esta
promiscuidad, sin dudas tendrá graves efectos en el desarrollo de los hijos.
Con todo, los
especialistas sostienen que, para poder mantener la educación de vida
planificada para los hijos, tampoco alcanza con que el hombre se marche a otra
casa. En estos casos, afirman, podría darse la posibilidad de que la hija
concurra los fines de semana a la casa del padre, y duerma en su cama (ya que el
padre no va a tener una cama especial para una niña que duerme sólo una noche
por semana), facilitándose así, de forma consciente o inconsciente a ambas
partes, la posibilidad del incesto.
Diferente es el caso
de los “amos de casa”, que, gracias a la convivencia diaria, en la cual se ven
obligados a cambiar pañales, tocar, y manipular a sus hijos desde muy pequeños,
van generando una relación de contacto corporal de cuidado, pero con una
represión de lo incestuoso. Por eso, la clave, afirman, está en mantener un
contacto fluido con los hijos, se conviva o no con ellos.
Nuevas realidades, nuevos vínculos
Sin embargo, la
complejidad de las relaciones humanas provoca que -si bien es cierto que la
crisis económica tiene una repercusión decisiva en los vínculos familiares-,
tampoco se puedan encontrar relaciones directa entre falta de dinero y situación
regresiva en la familia.
Por ejemplo, se puede ver
el caso de familias en donde cada uno vivía en un bunker, aislado del
otro, ocupado en sus propios asuntos, pero a causa de un acontecimiento
inesperado, como la falta de trabajo de alguno de los padres, o la recepción
como huésped permanente de otro familiar desocupado, todos sus
integrantes encontraron un nuevo punto de conexión y solidaridad mutuo, que
re-vinculó a una familia fragmentada.
Las crisis económicas
están directamente ligada con la crisis de las familias que las sufren. Pero, en
medio de la angustia, siempre queda la esperanza de que la experiencia sirva para
algo. En un país, o en una familia.
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