Hombres que se creen los reyes del universo
Tienen el convencimiento absoluto de que cuando están, son rigurosamente los reyes del universo y todo debe girar en torno a si mismos.
Pero en un delicado equilibrio en que no sean ni presionados ni agobiados. Debe otear el horizonte para ver de que humor están para pedirles siquiera el mínimo favor de que nos acerquen algo.
Pero nosotras estamos empatronadas en el sindicato de las geishas y son capaces de pedirnos algo que está a milímetros de ellos, para no estirar la mano, porque después de ser eternos trabajadores, el mínimo esfuerzo de alguna tarea cotidiana los apremia y es nuestra obligación innata satisfacer su necesidad de toda índole.
Después de todo él trabajó como un energúmeno todo el día. Ahora sería insólito recordarles que uno por más aficionada a la vagancia que sea, limpió toda la casa, cocinó para un batallón, trabajo fuera de casa, viajo, llevó al colegio, retiró del colegio, sacó a pasear el perro.
Pero seguramente eso no es trabajo, debe ser amor al arte, nada más…Porque a él no le llega ninguna cuenta de lavandería. Tintorería. Paseador de perros. Niñera for ever. Ni cocinera a sueldo.
Si usted está dedicada algún menester rompen la paciencia con dedicación y esmero hasta que su atención vuelve a ellos. Después podrá continuar con aquello en lo que estaba y la tenía concentrada.
Inútil es decir que así hubiéramos estado al final del asunto debemos volver a empezar porque la concentración se nos fue al mismísimo diablo sin pasaje de vuelta.
Insistentes y persistentes hasta el cansancio. Ellos son perfectos, las mujeres los seres que ejemplifican la imperfección y las tentaciones a las que ellos inevitablemente, indefensos, sucumben.
El ego masculino
Son dueños de un ego que ni siquiera su autoestima al día podría alcanzarlos. Entonces en cualquier eventual presentación omitirán cualquier protocolo y siempre pero siempre, irán ellos primero.
Ejecutando con gracia: el burro adelante para que no se espante. Y obviando el consabido las damas primero.
Tienen un instinto belicoso a flor de piel que se agazapa detrás de las buenas costumbres. Pero que tiene el sí fácil ante la nimia provocación de una mirada desubicada, de cualquiera de los tenores, ante usted O ante él..
A usted la tacha de melodramática si mira novelas o películas lacrimógenas pero usted eche un vistazo de soslayo, para no ponerlo en evidencia, a sus ganas de llorar cuando camiseta aferrada en mano, boquiabierto mira atónito, después de blasfemar como un loco, cuando el equipo de fútbol de sus sueños pierde por goleada en el súper clásico.
Cualquier episodio será relativizado como una insignificancia después de eso. Y estará deprimido hasta el próximo cruce de pasiones.
Son pésimos de enfermos. Una tos representa para ellos el síntoma inequívoco de una neumonía mortal. En vez de un simple resfrío común y corriente. Una simple alergia puede hacerlos depilar al gato o podar todos los árboles a la redonda.
Son eternos niños o me va a decir que cualquier electrodoméstico o cosa eléctrica que tenga como paradero a su hogar, lo estrena usted o algún otro integrante de la casa que no sea él.
Pese a todo, el que tenga un amor…
Pero más vale hombre en mano que cien revoloteando. La que tenga un amor, que lo cuide, que lo cuide, que lo cuide. Que aunque los varones sean de Marte y las mujeres somos de Venus, hay una verdad insoslayable, que son irresistibles.
Que suelen ser los más tiernos del universo cuando nos traen un chocolate. O cuando nos miran con esa cara de ternero degollado y nos piden perdón, arrodillados.
Cuando nos besan la mano. Que son los príncipes azules cuando nos ceden el asiento. Cuando nos otorgan la más exquisitas de las veladas aunque sean contigo pan y cebolla.
Cuando a pesar de desafinar como un carnero nos dan serenatas en los oídos. O desde la calle para decirnos que se olvidaron por millonésima vez la llave.
Que no hay osito de peluche que les gane cuando nos abrazan y nos quedamos dormidas en su pecho. Y ahí entonces olvidamos que a veces suelen ser peor que un Pedro Pica piedra.
Que a veces son tan torpes como Pierre Nodoyuna. Y agradecemos que sean un mal tan absolutamente necesario que sería de una imposibilidad total vivir sin ellos.
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