La importancia de lo que oímos

La música posee un impresionante poder sobre el comportamiento y las emociones y esto requiere que no se la tome como algo banal...


Nuestra vida, incluso prenatal, está impregnada de sonidos: voces, ruidos,
música. El mundo ha cambiado enormemente desde la invención de la radio, el
fonógrafo, la televisión, y en general de todos los mecanismos que impliquen la
grabación y reproducción del sonido.

 


El ser humano vive inmerso en el mundo sonoro y especialmente en el de los
sonidos organizados: la música. Le bombardean con ella en tiendas,
supermercados, en la calle, en el transporte público, cines, etc., y no queda
satisfecho todavía porque la oye en su casa, en su automóvil o en su trabajo; se
la lleva a trotar, al gimnasio, a las fiestas y paremos de contar.

 


La música posee un impresionante poder sobre el comportamiento y las emociones y
esto requiere que no se la tome como algo banal. Nuestro cerebro se va formando,
entre otras cosas, con la música que percibe y que va siendo capaz de procesar,
la cual pasará a ser “su música”.

 


El período de formación se completa en los albores de la adolescencia y ese
“sello musical” persistirá hasta el final de la vida, lo que presupone la
responsabilidad, por parte de los padres, de suministrar a sus hijos un material
musical adecuado y amplio.

 


He leído y escuchado más de una vez que los dueños de discotiendas saben desde
hace años que la música clásica en sus altavoces aleja de la calle a los
vendedores y traficantes de drogas, así como también que el rock pesado y el
heavy metal hacen correr a las ratas.

 


No pretendo hacer un juicio de gustos musicales pero esa es la evidencia. En
estudios llevados a cabo en mar abierto se comprobó que los delfines se alejaban
de las cornetas al oír rock fuerte y, por el contrario, se acercaban cuando
escuchaban música clásica y prácticamente se pegaban de las cornetas con las
obras de Johann Sebastian Bach.

 


La música es un medio excelente de comunicación y siembra de sentimientos
positivos, de construcción y respuestas emocionales sanas y depende de nosotros
lo que nuestros hijos escuchen en sus primeros años de vida, lo cual los
preparará para esa época incierta y de profundos cambios como es la
adolescencia.

 


Sembrar en ellos un abanico de posibilidades auditivas en el que prepondere la
buena música les dará una visión más holística del mundo en el que les ha tocado
vivir y del que serán después responsables.

 


Un concierto sinfónico, donde existe una normativa de alto nivel, tanto en la
formación de los propios músicos como en el comportamiento de los oyentes podría
ser la antítesis de un concierto de rock, con su rebelión, su manera de vestir y
la relación con el público que grita y se mueve.

 


Quizá una formación ideal debería llevar una gran dosis de buena música y una
pequeña, pero dosis al fin, de rebelión.