La violencia en la familia

Las distintas formas de violencia que solemos sufrir tienen resonancias emocionales personales en cada uno de nosotros y forman parte de nuestras experiencias cotidianas en las más disímiles circunstancias.


El
Diccionario de la Real Academia Española explica que “violentar” es “la
aplicación de medios sobre personas o cosas para vencer su resistencia”.

Así,
se ha definido a la violencia como “el uso de una fuerza, abierta u oculta,
con el fin de obtener de un individuo o de un grupo lo que no quieren consentir
libremente”, y según el Consejo de Europa la violencia familiar es definida
como “Toda acción u omisión cometida en el seno de la familia por uno de sus
miembros, que menoscaba la vida o la integridad física o psicológica, o
incluso la libertad de uno de sus integrantes, que causa un serio daño al
desarrollo de su personalidad”.

Así
entendida , la
violencia siempre es una forma de ejercicio del poder mediante el
empleo de la fuerza (ya sea física, psicológica, económica, etc.) e implica la
existencia de un “arriba y un abajo”, reales o simbólicos.

Para que la
conducta violenta sea posible tiene que darse un cierto desequilibrio de poder,
que puede estar definido culturalmente o por el contexto, o producido por
maniobras interpersonales de control de la relación.

Podemos
afirmar que si bien a lo largo de la historia la familia
ha sido concebida como
lugar de ”refugio, remanso y bienestar para los sujetos que la componen; célula
básica afectiva que moldea a los individuos, les otorga sentido de pertenencia
y ayuda a formar la subjetividad y donde se aprende la reciprocidad social”, también
es portadora de núcleos generadores de violencia y autoritarismo que atentan
contra el individuo.

La
violencia dentro del núcleo familiar (violencia hacia la mujer, maltrato de los
padres hacia sus hijos, maltrato de los hijos adultos a sus padres ancianos), no
constituye un problema ni moderno ni reciente, y por el contrario ha sido una
característica de la vida familiar desde tiempos remotos.

Es sólo
recientemente que comienza a concientizarse como fenómeno muy grave y que daña
la salud de la población y el tejido social.

El
reconocimiento del fenómeno se debe a múltiples factores.
En primer término,
la familia ha dejado de ser un reducto privado infranqueable, sujeto a las
decisiones internas y a la autoridad de quien la gobierna. Las políticas
estatales mundiales tienden a la protección integral de la familia y de los
miembros que la componen, la autoridad del "Padre de familia” ha
declinado, se ha modificado la posición de la mujer en la sociedad y el niño
es considerado sujeto de derechos.

La
neutralidad del poder público desaparece ante circunstancias que ponen en
peligro la integridad de las personas en el seno familiar.

El resguardo de la
intimidad doméstica no excluye el apoyo o auxilio de la comunidad. Para eso
deben conocerse los conflictos y problemas que afectan la dinámica familiar.

Se
ha debido luchar muy duramente para correr la imagen idílica que portaba el
concepto de familia, y que oscurecía el reconocimiento de hechos aberrantes
cometidos en el seno de la misma.

La
observación clínica, la investigación empírica, las noticias periodísticas,
y los boletines informativos, nos describen dolorosos actos de violencia entre
esposos, de adultos hacia los niños a su cuidado, y hacia los ancianos
dependientes en el núcleo familiar.

Todos estos hechos han acrecentado la
conciencia pública y nos han obligado a reconocer que la violencia en el
interior de la familia es un fenómeno común de nuestra sociedad moderna y que
atraviesa todos los niveles socioeconómicos y culturales.

Algunos
datos extraídos de realidades de varios países nos ponen a tono con la magnitud
del problema.

Noticias
de Gran Bretaña basadas en archivos policiales y de la Corte indican que el 42%
de los asesinatos incluyen “disputas domésticas” y un tercio de las víctimas
de la violencia doméstica son niños. La Sociedad Nacional para la prevención
de la Crueldad hacia los Niños (Reino Unido) informa que de tres a cuatro niños
mueren por semana víctimas de malos tratos por parte de sus padres.

En
los EE.UU., aproximadamente el 40% de los homicidios son el resultado de la violencia en el
interior de la familia.

El
índice de homicidios producidos por violencia intrafamiliar es similar para el
Reino Unido (42%) y Australia (44%).

Cifras
similares aunque no oficiales se manejan en los países latinoamericanos.

Esta
compleja realidad encuentra a nuestro sistema social inadecuadamente preparado para
aliviar el sufrimiento de las víctimas y sus familias.

Las disciplinas
involucradas en la detección, intervención, y tratamiento (medicina, educación,
servicios sociales, servicio de justicia, salud mental) no cuentan con el
entrenamiento adecuado y específico.

Las políticas sociales no responden a las
realidades emergentes. Los servicios sociales y de salud, el sistema de justicia
criminal y civil lidian con el problema sin adecuadas medidas de seguimiento y
con incompetencia técnica del personal asignado.

La comunidad en general
experimenta alienación, confusión y falta de información básica acerca de cómo
trabajan los distintos servicios de la red y su interdependencia.

¿Por
qué la Violencia en la Familia?

La familia, como una organización social, se
ordena jerárquicamente de acuerdo con principios que varían históricamente.

Sin embargo, hay uno que se ha mantenido estable a través de los siglos: el de
la estructuración jerárquica en función de la edad y del sistema de “género”.

Esto es, las creencias y valores sostenidos culturalmente acerca del
comportamiento de hombres y mujeres, de las relaciones entre ellos y de las
características de los sexos.

Las consideraciones valorativas acerca de lo que
es predominantemente masculino y femenino, determinan los modelos sociales acerca
del lugar del hombre y de la mujer, de las relaciones en el seno de la familia,
del lugar de los hijos.

Así
se forman supuestos implícitos que subyacen a la organización familiar, y que
regulan la distribución del poder entre sus miembros. Algunos de estos
supuestos implícitos culturalmente son:

1)
La familia está organizada en jerarquías de poder desiguales entre hombres y
mujeres.

2)
La desigualdad proviene de un ordenamiento biológico entre los sexos que otorga
superioridad al hombre.

3)
Las mujeres están destinadas a ejercer funciones maternales, más allá de su
capacidad reproductiva.

4)
Es esta condición natural la que les otorga características de debilidad,
pasividad y sensibilidad.

5)
Los hombres dominan la naturaleza por medio de la intrusión, la acción y la
fuerza.

Hay
otro conjunto de supuestos implícitos que gobiernan las relaciones con los
hijos, que "legitiman” socioculturalmente las acciones violentas hacia ellos:

a)
Los hijos son propiedad privada de los padres.

b)
La aceptación del uso de castigos físicos como método educativo.

c)
Todo lo que pasa entre las cuatro paredes del hogar es de incumbencia exclusiva
del ámbito privado.

Según
algunos autores, el grado de potencialidad de violencia en una familia está
dado por:

I)
El grado de verticalidad de la estructura familiar

II)
Grado de rigidez de las jerarquías

III)
Creencias en torno a la obediencia y el respeto

IV)
Creencias en torno al valor de la disciplina y el castigo

V) Grado de adhesión
a los estereotipos de género

VI)
Grado de autonomía de los miembros

Todos
estos supuestos, implícitos y consensuados socialmente, corresponden a un modelo
autoritario de familia, donde el respeto no es entendido como reciprocidad entre
los miembros, sino que es definido a partir de una estructura de poder vertical.

La dependencia de los más débiles frente a los más fuertes se refuerza, y la autonomía
se vuelve un derecho no reconocido igualitariamente para todos los miembros del sistema
familiar.

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