Recorriendo algunas páginas en Intenet, encontré numerosos relatos cómicos que condicionan a la suegra como persona indeseable. Hay versitos venenosos como esa canción cordobesa que afirma:
Tiene mi suegra un diente
Con él me muerde
No hay picapedrero
Que se lo quiebre.
Hay felicitaciones a Adán, quien fue el primer hombre que no tuvo suegra. Una suerte de reconocimiento hacia los sacerdotes, cuyo celibato incluye en el paquete la exclusión de toda posible suegra.
Y hay hasta crueldad en el chiste del perrito al que le cortaron la cola… porque la movía alegremente cada vez que llegaba la suegra de visita.
Recuerdo cuando era niña, una tonada famosa:
Cuando se muera mi suegra,
Que la entierren boca abajo
Por si se quiere salir
Que se vaya más abajo.
¿MITO O REALIDAD?
A la suegra, realmente siempre le ha tocado jugar uno de los más controvertidos roles familiares. Sin embargo, me pongo ahora a pensar y no ocurre así con el suegro. De él nunca, ni antes ni hoy, se ha hablado mal.
De acuerdo con el especialista Gustavo Román Rodríguez, una de las situaciones más difíciles que debe enfrentar la mujer madura se presenta cuando los hijos han llegado a la mayoría de edad y hay que ceder espacio a los que se llaman marido o esposa.
Ha llegado el momento de aprender a “renunciar a la exclusividad” a un amor hasta entonces no compartido, y aceptar como algo natural que el hijo o la hija, a partir de entonces, va a mantenerte en otro plano que no es inferior –como muchas mamás piensan—pero sí diferente.
La solución de este conflicto no se da siempre en forma adecuada; por el contrario, se presentan con frecuencia verdaderas situaciones dramáticas, que justifican en parte la mala fama de la suegra.
LA MANZANA DE LA DISCORDIA
Un ingrediente sustancial que en ocasiones, sin desearlo, aporta demasiada sal a esta caldosa y casi siempre termina ocupando una posición desventajosa, por estar en el centro de dos fuerzas, es el “hijo de su mamá” y, al mismo tiempo, “la pareja de su pareja”.
El psicólogo Ángel Roca Perara lo llama la “manzana de la discordia.” Reflexiona que “el hijo de su mamá” por lo general conoce bien los aspectos críticos, conflictivos de ella, sabe que con frecuencia resulta invasiva en su vida personal.
Pero que al mismo tiempo es una “gallina defendiendo a sus polluelos”, que se desvive por complacer a los suyos —en especial a su hijito del alma— aunque no pierda ocasión de recordar cuanto se desvive y ¡lo mal que le pagan cuando ella merecería algo mejor!
Opina el profesor que el impacto no es el mismo cuando la relación es desde afuera a cuando implica la convivencia cotidiana, en un mismo espacio físico, bajo un mismo techo. Y es precisamente en este contexto donde más compleja se hace la relación suegra-nuera.
Aunque si bien estos comentarios se refieren al extremo de esta cuerda, por lo común suelen presentarse cuando los lazos entre madre e hijo han sido muy intensos por tratarse de ser único o no existe el padre en el hogar.
En tales casos es bien difícil la aceptación de esa especie de cuerpo foráneo representado por la nuera, que amenaza con romper el equilibrio afectivo de la suegra.
En estos casos, la entrada de la novia o esposa en el medio familiar es recibida con reparos o críticas solapadas. Estas relaciones dificultosas sólo se resuelven positivamente en razón directa con la madurez, bondad y capacidad amorosa auténtica de ambas mujeres.
MEJORANDO LA RELACIÓN
Añadiendo otras valoraciones, me parece muy atinada una apreciación que leí en la versión digital del periódico “La Opinión” al reconocer la importancia de entender que nuestros hijos se pertenecen únicamente a sí mismos y que nuestro interés central no debe ser el retenerlos sino ayudarles a que sean felices en sus propios destinos.
Afortunadamente la calma y la estabilidad llegan casi siempre a la par con el nacimiento de los nietos, pues la madre-abuela encuentra una renovada manera de ejercer sus ansias maternales, favoreciendo la gratitud, la felicidad y la libertad de sus hijos e hijas.
No es menos cierto que a la suegra se le ha etiquetado, al igual que cuando a alguien de niño o niña se le pone un nombrete, luego para toda la vida se queda con él; algo así ha ocurrido con la suegra, es decir que la etiqueta ha quedado, pero como bien sabemos, no con buenas recomendaciones.
El estereotipo, presupone la tendencia a la categorización, a la clasificación de algo en una categoría, por lo general absoluta, que nos resulta familiar.
Con especial énfasis subraya el psicólogo que, por lo general, el estereotipo no es un concepto o categoría fría, sino que acarrea determinados matices o juicios de valor, que lo magnifican o estigmatizan.
Por ejemplo, usted dice madre y se está refiriendo a un concepto venerable, con toda una trascendencia de bondades, sacrificios y amor sin límites, reconoce el psicólogo consultado.
Por el contrario, usted dice suegra y se está refiriendo a un concepto desdeñable.
A tal punto llega la injusticia que hoy por hoy, quizás, no podemos hablar de estudios que avalen tal criterio, pero quizás haya tantas buenas suegras como aquellas indeseables, pero en el recuerdo y en la imaginería popular pesa la versión de mujeres a quienes se prefiere tener lejos.
ROMPER EL MITO
No obstante habernos referido a ciertas realidades indiscutibles, malos accionares de suegras y demás, sobre ellas pesa un mito gigantesco que queramos o no, abarca prácticamente a la totalidad.
Este mito es como el que quiere seguir viendo las manchas al sol. En la actualidad, existen numerosas suegras profesionales o no, quienes conocen perfectamente el lugar que les corresponde.
Tienen una sólida base de respeto a los espacios ajenos, y más bien se dedican a apoyar al nuevo matrimonio; prefieren ser discretas y reservarse esos famosos “Yo pienso que…” si estos no son solicitados.
Cuando las suegras tienen un abanico importante y variado de intereses, una manera de pensar democrática, ya no son las madres posesivas que describe el profesor consultado.
La convivencia entre generaciones se hace más diáfana y positiva, ya que cuando la joven nuera pide pareceres o criterios, lo hace con un sentido desprejuiciado y sobre todo con el interés de escuchar el punto de vista de quien a vivido más años, en este caso la suegra.
Así las cosas, van siendo muchas las nueras que hablan maravillas de sus suegras y reconocen su colaboración, especialmente en el cuidado y manejo de los nietos.
Algunas nueras se encuentran cómodas con sus suegras desde el primer momento, incluso le piden consejo reconociendo que ella “como lo parió” conoce mejor a quien es ahora su esposo, y por tanto son de fiar sus apreciaciones.
Al comienzo de esa amistad por supuesto que el lazo que las une y el centro de la conversación es el hombre que ambas aman, pero gradualmente la amistad las va llevando a verse como dos mujeres compartiendo sobre sus propias vidas o asuntos generales.
Sin dudas, este tema no ha sido del todo agotado. Esperamos por los comentarios de ustedes, lectoras y lectores, suegras y nueras, quienes deben haberse quedado con otras opiniones al respecto. Abierto queda el debate.
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