Me quiere matar, la quiero matar y todo por un rejunte de pavadas varias. A saber, soy bocona. No puedo ir contra mi instinto y ella es como una tumba, aunque cuando se enoja: la tumba se abre y se pudren los ranchos; el de ella y el mío.
Y ni que hablar cuando coincidimos. Pues bien, a la hora de la pelea, da la casualidad, que como nos conectamos en las buenas, en las malas también, entonces coincidimos fatalmente y sin remedio.
Y sin agarrarnos de las mechas, igual, se arma. Arde Troya, Roma y toda la Acropolis junta. Conclusión parecemos dos mulas empacadas y no se salva nadie que se ponga en el medio.
Ahora bien, la reconciliación con una media naranja, el cuchicuchi de turno o el oficial longevo de siempre que supimos conseguir, es relativamente más fácil.
Algunos artilugios femeninos bajo la manga pueden ser sumamente útiles. Estos pueden abarcar una serie de acciones, que pueden llevar al buen fin de la reconciliación en un santiamén.
Por ejemplo, el plan “A” puede constar de ejecutar un par de roces, sin querer queriendo, algunos ojitos o caídas de párpados algo simpáticas, algo que se me cayó al descuido cerca de él, metamorfosearse los mejor posible para parecer sexy y bajar escotes, usar más push up y bueh.. y…yyyy y uno no aguanta más y se reconcilia en un kamasutra sin interruptus.
¿Pero con una amiga cómo se hace? Porque cuando éramos chicos, decíamos, la cara fruncida por el enojo y todo, “corto mano, corto fierro…pero no aguantábamos más que un recreo y nos amigábamos.
De grande, en cambio, se nos frunce el orgullo y nos agarra por la espalda esa dignidad de Pato Donald que supimos conseguir y agárrate Catalina.
Entonces le decimos a nuestro consorte, ante las actividades en común que solíamos compartir con “ella”, no la otra de él, sino la otra amiga de nosotras: “mira querido, que si va aquella… – en obvia alusión a nuestra nueva ex amiga- yo no voy, no voy y no voy”.
Y nos emperramos tanto que hasta nos peleamos con él. Me re cacho, entonces hago combo y listo, dos por uno y listo el pollo y la gallina. Bueno, cuando él, que viene a ser el él mío y el él, de ella, con esa paciencia que le supimos conseguir – cuando no se les vuelan los pájaros, logran convencernos que no es para tanto, que no se pueden tirar años de amistad a la basura por cualquier zoncera (y, para ellos, huelga aclarar, cualquier cosa femenina es una soberana estupidez) ahí vamos a encontrarnos sin querer queriendo.
Y reconociendo que, si él es nuestra media naranja, con ella somos carne y uña, qué tanto jorobar y que la vida no es lo mismo sin ella. Entonces suele ocurrir una extraña secuencia.
Que como en un tiempo en que fue hermoso, cuando con los pibes que nos querían hacer gancho, nos dejaban a solas con cualquier excusa, echando a cualquier tercero que tuviera la inoportuna idea de interrumpir un diálogo, absolutamente forzado y sobre todo la peor parte que es la de romper el hielo, nuestras parejas, recrearon la secuencia y crearon un clima propicio para arreglar cuentas después de un enchincha miento que nos dejara como mulas empacadas a las dos.
Pero,¡ atenti piache!, que no es solo por nuestro bien que emprendieron semejante tarea. Sino por el de ellos mismos también.
Porque, entre otras cosas el arreglo sirve, para que ellos puedan hablar entre sí tranquilos cosas de hombres y no nos tengan que aguantar a nosotras con la lista de calamidades hogareñas, del trabajo, de los chicos, del jefe, de la suegra, y de la mar en coche, que tenemos diariamente y que si no se la largamos a otra mujer, no les queda más remedio que escuchar, consolar y aconsejar a ellos, antes del primer bostezo que nos dediquen.
Así que para ellos no hay nada mejor que primero descarguemos nuestros rollos de dietas y otras yerbas con otra mujer así a ellos le queda el resumen de lo peor de todo y pueden hablar de economía, trabajo, football como si nada, ignorando soberanamente que ellos son de Marte y nosotras de Venus, con lo cual jamás entendemos un soberano pito uno de la otra y viceversa.
Y el arreglo es la típica: empezamos a hablar al mismo tiempo, pidiéndonos disculpas y cediendo la palabra a la otra, (teníamos que habernos peleado para hacerlo porque si no es pelea mediante monopolizamos la palabra con un placer que es increíble) y empezamos a hablar de todo y sobre todo menos de los que nos tenía peleadas, al final tocamos el tema pero muy por arriba y solo a los efectos de perdonarnos y amigarnos, haciendo la promesa solemne de que no volverá a ocurrir.
Yo comprendo, por fin, que para conservar a mi amiga mejor boca cerrada porque así no entran moscas. Ella comprende que hay cosas peores y que no hay mal que por bien no venga y santas pascuas.
Los hombres nos escuchan reírnos así que santas pascuas y siguen hablando de todo aquello que a nosotras nos cuesta entender, la economía, el córner, el default, mientras nosotras seguimos enfrascadas en dietas, pilchas y los hijos y todos comemos perdices y vivimos felices hasta la nueva pelea.
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