Intentar
superar nuestra timidez sin luchar por superar el miedo a mirar a los demás a
los ojos seria tan absurdo como construir un edificio sin cimientos, un simple
castillo de naipes listo para caer al más mínimo soplo de viento.
No
se puede, de ninguna forma, reducir la importancia de la mirada directa en el
contacto humano. Y no hay forma de evitarlo, tampoco. Es lo más básico y, a la
vez, importante de este proceso.
Pensemos
en cualquier momento de nuestras vidas, por ejemplo hablando con alguna chica
que realmente nos gustase. O solo en el mismo cuarto con una especialmente atractiva.
Lo más probable es que no pudiésemos mantener el contacto visual, ojo con ojo,
por más de unas cuantas milésimas de segundo. Si, por uno de esos azares que el
destino suele usar casi como una burla, hubiese un cruce visual, seguramente
nosotros hubiéramos desviado nuestra mirada instantáneamente.
Es
como si, en nuestro interior, creyésemos que no somos lo suficientemente buenos
para mirar a los demás a los ojos, como si no estuviésemos a su nivel, sino muy
por debajo. Una creencia realmente autodestructiva, injustificada, pero a la
que es fácil acostumbrarse y aceptarla casi como si fuese una verdad absoluta e
indiscutible.
Pero,
con un poco de entrenamiento, siguiendo los pasos necesarios, practicando todo
el tiempo, mirar a la gente (y en especial a esas mujeres atractivas) a los
ojos se puede volver tan fácil como coser y cantar, hasta el punto de volverse
muy difícil no hacerlo.
Lo
cierto es que alguna gente encuentra que mirar a los ojos a los otros es una
experiencia intimidante. ¿Qué pensara la otra persona? ¿Se ofenderá por nuestra
mirada fija? ¿Se sentirá avergonzada? ¿Tendremos un encontronazo por causa de
nuestra atención? ¿Y si no les gustamos, si les caemos mal? ¿Si nuestra mirada
fija solo empeora las cosas?
Lo
cierto es que preocuparse por esto es innecesario. Si el contacto visual es
correspondido, es porque la otra persona esta interesada en lo que estamos
diciendo, y no es probable que ninguna de esas situaciones que hemos comentado
se presente.
Además,
al haber contacto visual el nivel de intimidad que se logra con la otra persona
es muy superior. Somos sólo dos personas mirándonos mutuamente, el resto del
mundo se pierde, se desdibuja un poco ante la atención que nos estamos
brindando. Estamos hablando de verdadero contacto visual íntimo, no de mirar el
color de su pelo, de mirar ligeramente por sobre sus ojos, a su frente, o de
admirar el color de su lápiz de labios. Es una mirada que nos une, nos deja
solos. Una situación realmente agradable.
Una
buena idea es tener una pequeña regla, que marque que, cuando estemos hablando
con la persona en la que estamos interesados, deberemos mirarla a los ojos por
lo menos durante un setenta o setenta y cinco por ciento del tiempo que dure la
conversación. Esto es una buena actitud ya que no es una mirada constante que
pueda volverse molesta o excesivamente pesada, pero también le permite saber
que le estamos prestando y estamos realmente interesados en lo que esta
diciendo.
El
contacto visual nos hace ver más confiados frente a los demás, esa es la pura
verdad. Todos parecemos mucho más confiados si podemos acompañar nuestras
declaraciones con una mirada firme y serena, clavada en los ojos de nuestro
interlocutor. Enfocarse en un punto evita la sensación de que estamos mirando
nerviosamente alrededor nuestro todo el tiempo, así que tal vez sea una buena
idea enfocarse en unos ojos en particular. Por supuesto, esto debe ser
acompañado por una expresión facial acorde, no por una expresión de espanto
total, sino por un rostro relajado y en ejercicio del control. Lucir como un
loco no es la mejor manera de asegurar nuestro contacto visual.
Un
consejo: una buena forma de lograr este tipo de control es practicar
constantemente, especialmente en sitios donde no puede fallar y donde nadie se
puede ofender porque lo miremos a los ojos. Un ejemplo de esto es un
restaurante o un negocio, donde la gente que nos atiende está acostumbrada a
lidiar con gente todo el tiempo y será un perfecto campo de entrenamiento. Amén
de que se les paga por ser amables. Este tipo de lugares son los mejores a la
hora de practicar nuestra habilidades sociales.
Por
supuesto, lo que hay que tener en cuenta, dependiendo del lugar del mundo en
que nos encontremos, son las costumbre relacionales propias de la cultura en
que nos estamos desenvolviendo. Hay lugares en el mundo donde, por las
costumbres sociales o religiosas, este tipo de contacto visual y lenguaje
físico no seria especialmente bien visto. Además, dependiendo de la edad y la
situación, las mujeres pueden reaccionar distinto a este “mirar a los ojos”. Lo
cierto es que debemos tener una idea de donde estamos actuando, para no cometer
errores que puedan asustar totalmente a la otra persona, pero tampoco mirando a
puntos fijos en el espacio todo el tiempo. La televisión o las películas
pueden, curiosamente, ayudarnos a ver qué es lo apropiado.
Aun
más, debemos tener en cuenta no sólo el lugar del mundo y su cultura, sino
también la situación social en la que estemos desarrollando nuestra actividad
en ese momento.
Si
estamos esperando un colectivo o mirando televisión con alguien, no es
necesario hacer contacto visual todo el tiempo. Lo más probable es que, estando
tirados en un sillón y hablando solo de cuando en cuando, el contacto visual
constante se vuelva anti-natural y totalmente ilógico. Amén de que en realidad
debemos estar prestando atención a algo más, que está ocurriendo enfrente
nuestro.
Pero si
estamos en una cita, cenando con alguien, y no hay nada más a lo que debamos
prestar atención que a la persona enfrente nuestro, el contacto visual se
vuelve clave y absolutamente necesario. No debe interponerse nada entre
nosotros y la persona a la que hemos invitado a salir. El mundo debe pasar
exclusivamente por nosotros dos, sin distracciones y con un nivel de intimidad
que sólo puede dar el contacto visual tan continuo como sea posible. Este es un
excelente ejemplo de cuándo utilizar la regla del setenta por ciento de la que
hablábamos anteriormente.
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