Cuando te divorciás y tenés hijos en común con tu pareja, es seguro que seguirás viéndola por mucho tiempo.
Hay súbitas anginas rojas de los críos, sus cumpleaños, los actos escolares donde actúan disfrazados de Beruti, y velorios del perro y la tortuga, que reúnen tarde o temprano a todo varón con su ex.
Pero el tiempo pasa, los chicos crecen y los encuentros se vuelven cada vez más esporádicos, hasta que un día viene a vernos el nene, que ya es abogado y tiene casi 30 años, y nos anuncia: “papá,… ¡me caso!”.
Y mientras uno se da vuelta y empieza a buscar donde quedó aquel gurrumín que se enredaba en nuestras piernas, llega la noche del casamiento y ésta se convierte en la más sorprendente oportunidad de viajar al pasado que conozco.
Pero es una travesía para dos, porque el padrino, el papá del novio (en este caso, yo) va con su nueva mujer al evento, y se transforma en un sorprendido guía turístico de su vida anterior, pues acaba de entrar en un escenario donde aparecerán personajes que ya tenía olvidados en el guión de su existencia.
Te lo cuento para prevenirte, por si todavía no te ocurrió. Tomá papel y lápiz.
Por empezar, cuando uno llega a la iglesia nota que hay unos tipos pelados y canosos, y algunas señoras gordas y pintarrajeadas que saludan desde lejos, y uno murmura“¡estos colados qué caraduras que son!”.
Alguien rápidamente te informa que son los hermanos y amigas de tu ex, que no ves desde aquel verano en que se separaron Los Beatles.
Muchos niños descendientes de aquella parentela política que quedó atrás, ya son tipos más altos que el mago Emanuel, al igual que los compinches del propio hijo, que eran sonrientes carasucias que venían a pedirte que les devuelvas la pelota, y hoy te saludan enfundados en sus trajes de señores y te dejan tarjetas de ingeniero o mayorista de no se qué.
Y si hay, te aseguro, un comando de nave preferencial para realizar esa travesía en el tiempo es la mesa principal de la fiesta de casamiento.
Desde allí, en cada rincón del salón verás reunida, compacta, una parte de tu pasado, cuya reducción fenomenológica te sorprende en esos videos caseros que se exhiben para la ocasión, donde se cuenta la biografía de los novios y se muestran fotos que por no tener el álbum a mano, ya habías olvidado.
Y mientras tu ex habla de la humedad con tu nueva esposa, no es raro que te sientas como un esquimal aterrizado en Copacabana, y quieras huir a la brevedad de allí.
Pero finalmente llega el día después y descubrís que sobreviviste y has vuelto al presente con una lágrima en una mano y el souvenir de la boda de tu hijo en la otra; y a tu corazón, que de tantas emociones vibra enloquecido, llega la hora de calmarlo con palmadas simbólicas, como a un caballo enardecido al que es preciso decirle al oído, con voz pausada, que ya todo pasó y está bien, que está bien, que ya está bien, que todo está muy bien.
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