Ser feliz, o la vida en Fa

Ser feliz no siempre es fácil. Para alguien como yo que sus primeros años los pasó sin padre, sin madre y sin perro que le ladre, lograr la felicidad se volvió una obsesión. Debe haber una manera me dije

Mi padre fue alcohólico y desapareció rápido de mi vida, no cumplía aún los dos años.

Mi madre, joven, sin preparación formal, sin trabajo, sin dinero, extranjera y con tres hijos, tenía que buscar nuestra subsistencia fuera de casa; poco la veíamos y cuando llegaba nos escondíamos de ella, tal era su frustración que desquitaba en nosotros lo que la vida le había negado. Lo del perro es cierto.

No voy a alargar la historia, pero si les diré que contra todas las posibilidades llegué a la Universidad; ahí, el profesor de ética no se cansaba de repetir ¡La felicidad es el fin último del hombre!, así que me apliqué a dar con ella.

En algún libro había leído que la máxima realización era reunir un millón de pesos. Después, todo sería miel sobre hojuelas. Los reuní, pero para entonces un kilo de tomates valía 100 mil pesos y una consulta 400,000.

Algo anda mal me dije. Escuche entonces que un boxeador resumía la felicidad en algo tan simple como ¡Siempre es mejor dar que recibir! Lo intenté y casi me fui a la ruina.

La fórmula perfecta es “Sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo” Esto no puede fallar pensé. El árbol no soportó el primer invierno; escribí no uno sino varios libros.

No encontré compradores para ellos. Tuve no uno, sino cuatro hijos y ellos me hicieron ver que “Lo importante no es dar sino recibir! Dude entonces que la felicidad radicara en esa sentencia.

Un psiquiatra que escuché en una conferencia aseguraba que no hay ser más feliz que aquel loco que escribe una cifra con más de seis ceros en un cheque y lo dona al centro psiquiátrico que lo atiende.

No le preocupa carecer de cuenta bancaria y mucho menos, no tener dinero. Esa es la felicidad decía entusiasmado el orador y tal vez, también orate. No me sentí atraído por el consejo.

No hace mucho tuve un accidente carretero, mi esposa preocupada me habló y me preguntó cómo me sentía. Mi respuesta después de tantos años de casados, no debió sorprenderla, pero lo hizo: ¡A todo dar! le contesté, y era cierto.

Solo un leve moretón me quedó de la experiencia; aunque averiado, el carro tenía salvación y gracias al seguro el costo de la reparación fue únicamente el valor del deducible. ¿!No fue esto sensacional, como para sentirse feliz!?

Yo, como mucha gente optimista, suelo no tomarme nada demasiado en serio, las cosas de la vida son circunstancias malas o buenas, todo según el enfoque que le demos.

Como muchos, me he percatado que la gente pobre, a veces sin techo o cobija, ríe con facilidad. No le preocupa perder grandes cantidades de dinero ¡porque no las tiene!, ni si va a llover o a hacer calor o frío. No se preocupa del vestido que lleva ni de la corbata que deberá lucir hoy.

Echarle mas agua al caldo, es su respuesta para invitar a alguien a su mesa, no si tiene o no manteles de seda.

Una de las cosas que hago para relajarme es pintar y con mis pinceles creo paisajes, en ocasiones bastante diferentes a los reales.

Pongo colores a mi gusto. Luego los firmo y me digo ¡Es mi obra!. Hago lo que me place. Y en eso -descubrí- consiste la felicidad!!!  

Por Pedro Pablo Trueba
Médico, especialista en psicología clínica y neurociencia
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