Artista
que formó parte de la gran efervescencia artística y creativa que se gestaba en Buenos
Aires y Argentina en la década de los `60.
Integra
junto a Ernesto Deira, Jorge de la Vega, Luis Felipe Noé, el grupo “Otra
figuración”, movimiento que rompe con los prejuicios figurativos, académicos y
abstractos, en una síntesis dialéctica entre figuración y abstracción.
El drama
entre abstracción y el hombre, abstracción que se traduce en una autoabstracción
en búsqueda de una aproximación a la naturaleza y él mismo como integrante de
ella, en ese universo pleno de contradicciones y de símbolos que lo invade y lo
hace su instrumento.
Ese
idioma de colores y formas con que se manifiesta la personalidad de un pintor,
está dado por la elaboración original de una expresión de quienes lo preceden.
Por lo cual se podría considerar en el proceso de arte de Maccio, lenguajes
estéticos del expresionismo dadaísmo y el surrealismo, como también del
informalismo y antecedentes de la neofiguración y el pop art.
Desde sus
primeras apariciones públicas a mediados de la década del 50, Maccio acusa un
decisivo acento personal y un oficio de dilatadas posibilidades.
Ya en el grupo
“Otra figuración” hay alguna imagen recordativa de entonces con enriquecimiento
y mayor vibración de aquellos climas, consecuencia de la experiencia del andar,
la sabiduría que deja en el hombre el azaroso trajín de la vida, marcan también
los rostros, los remodela, los cargan de significados. Lo que se pierde en
lozanía, se gana en intensidad.
Pintor
que no sólo ha renunciado a la pintura como suelen hacerlo otros embarcados en
experiencias a veces desorientadoras, sino que su carrera es la historia de un
ahondamiento en sus posibilidades; impulso y deliberación, la fantasía y la
sujeción al motivo natural, el lirismo y la cordura. Armonización de los tonos y
conocimiento de las posibilidades expresivas de la materia.
El hombre
ha sido siempre la preocupación fundamental de la pintura de Rómulo Maccio. El
hombre más que el rostro, son caras, infinidad de caras, lo que encontramos en
la calle todos los días; sujeto a las alineaciones que lo desfiguran.
Sobre una pantalla sin
profundidad ni transparencia, nuestra imagen se ve como un espejo donde operan
la metamorfosis, de nuestras virtualidades desconocidas.
Estos rostros, son los signos
de nuestra presencia en el mundo de nuestro, a someternos a normas represivas, o
condicionamientos abusadores. Testimonian de nuestra libertad de decisión, nos
transfiguran.
Voy a
extenderme a otro integrante del grupo “Otra figuración”, como lo es Ernesto
Deira; retrospectiva que se realizó en Mayo de 1998 en ese mismo centro
cultural.
Deira se destacó por conferir
a su obra, no solo el desgarramiento de la protesta, como reflejo de una
insatisfacción estética y social, sino por profundizarlas.
Sus obras nutrían un espíritu
ávido de trasponer la capa superficial de la mediocridad, de calar hondo en una
humanidad arrojada despiadadamente a un destino menesteroso.
Como grupo querían utilizar la
figura humana, pero con la mayor libertad posible incorporan todos los elementos
de la pintura contemporánea a diferencia de otros movimientos de la segunda
posguerra donde tomaban en cuenta parte de la pintura: o bien el gesto o bien la
materia, explotaban ese carácter intrínseco de la pintura.
El hombre es un tema
recurrente en la pintura de Deira. Con un lenguaje que se vuelve cada vez más
sobrio, menos arrebatado. Los cuerpos se fragmentan en verdaderos collages, las
telas semejan pantallas por las que se deslizan seres arrancados de una vorágine
onírica, haciéndose presente lo que no se puede decir, sino solamente mostrar.
El agradecimiento por su
colaboración a:
Nora Maidana
Elena De Vedia
Prensa Centro Cultural Borges