Como
un bien organizado ejercito romano
Cuando pisé el habitáculo culinario aquella
primera vez, un hombre alto y fuerte con cara de pocos amigos y bien recortado
bigote blanco grisáceo, daba un rapapolvo a uno de los ayudantes que había
derramado aceite en una de las cinco freidoras de gran capacidad bien alineadas
en bateria con amplios motradores de mármol enfrente de cada una.
El aceite
estaba algo usado y además de ser tóxico y por el efecto de la espuma,
sobresalió, y así, se produjo lo inevitable– Le comentó el responsable.
Rápidamente, una pequeña parte del suelo se
cubrió ligeramente por aquella grasa con olor a patatas fritas. Su voz
estridente me parece que fue oída por la gente que paseaba relajadamente por el
exterior del jardín muy bien cuidado por las expertas manos de un profesional.
EL corpulento chef, se dirigió entonces
hacia mí, preguntándome si yo era el Joan de Campdevánol, al que le contesté
afirmativamente con la cabeza, medio asustado, sin muchos ánimos y ausente de
toda sonrisa.
-Soy el señor Plin, chef de cocina del
restaurante de este gran hotel– Me dijo acompañando a
sus palabras un continuo tic nervioso que le hacia guiñar el ojo izquierdo con
una destacada berruga por debajo del párpado semi cubierto por el almidonado
gorro de cocina.
Su mano, parecía la de una pala
excavadora cuando la estrujo fuertemente con la mía. Supongo que lo hizo
sin querer, de forma natural, a juzgar por su aspecto casi de luchador
prefesional .
Después, me presento uno a uno, a todo el personal de la cocina.
¡Qué recinto más grande! . Estanterías cargadas con grandes ollas y marmitas,
completadas por una grandísima cocina central de carbón la cual desprendía un
calor insoportable con planchas casi al rojo vivo. –Cualquiera pone el
trasero encima de ellas- Pensé.
En una de las paredes laterales que daba a
esta y cubierta por un sinfín de azulejos limpios como la nieve, se encontraba
un buen número de paellas bien dispuestas en fila india colgadas por gruesos
clavos. Bajo estas paellas y en la misma dirección.
Las tapaderas de las
distintas ollas, parecían escudos de un bien organizado ejército de una película
de romanos.
Y ahora, unas…
Sardinas felices
En una fuente de horno untada con aceite,
colocar las sardinas
sin amontonarlas. Distribuiremos por encima de ellas,
bastante cebolla que habremos ya frito en sartén aparte y cortada
en Juliana, es decir, a lunas finas muy finas.
En un bol, mezclaremos mas o
menos, el sesenta por ciento de pan rallado, el veinte por ciento de pimentón
dulce, el veinte por ciento de pimientos del piquillo a trozos, unos cuantos
dados de queso semi, ajo, perejil, e iremos añadiendo con el batidor de varillas
aceite de oliva hasta conseguir una textura semi liquida la cual acabaremos con
un chorrito de sidra al final.
Rociaremos las sardinas con toda esta mezcla
haciéndolas en el horno fuerte ya precalentado, pero sin encender el gratinador.
Por Joan Villaró
Chef
www.joanvillaro.e.telefonica.net