De besos

A besar, sólo se aprende besando. Caricias, abrazos y besos: estos gestos pueden ser simultáneos o complementarios pero nunca excluyentes. No importan el origen ni el destinatario.

Hay tantos besos
como intenciones. Cada persona puede armar su propia clasificación. Durante
mucho tiempo los que llegaban a inquietarme eran los que aparecían en el cine.



 

Se dice que los
hay apasionados, manipuladores, seductores, amistosos, traidores, entregados,
tristes, resignados y divertidos. Podían querer decir hola o adiós, ya veremos,
o para siempre. Son besos generosos y exigentes, dependientes y autónomos, abren
negociaciones o cierran tratos.



 

Los únicos besos
que son fáciles de identificar son los primeros. Son los besos que nos dan la
bienvenida a un mundo hostil y maravilloso. Son los besos inocentes,
fraternales. Los besos de mamá cuando íbamos al frío y a la escuela.

 

Los besos de
papá, pocos pero sinceros. Los besos familiares. Los besos entre amigos, esos
besos del afecto. Besos que se dan dos personas que no saben si van a volver a
encontrarse.

 

Y hay besos
espantosos. Una caricia no querida nos produce el disgusto de un beso que
abruma. Existen besos que son insoportables. Los niños lo saben y rechazan los
besos de niñas, tías y extraños.



 

El primer beso en
la boca es un sello indeleble. Puede ser amargo, dulce, inocente, procaz,
apasionado o fugaz. Ese beso permite descubrir que la lengua no tiene como único
destino agitar las palabras.

Siempre
hay alguien en la vida que te enseña a besar. El resto se aprende con el tiempo
y por añadidura. Pero la primera vez siempre es complicada.

 

A una cuadra de
mi casa vivía Julia, una joven muy linda: rubia y de ojos claros, me encantaba,
pero ella ni siquiera me miraba. No era de nuestro círculo y cuando nos veía en
su camino, hasta cruzaba la calle.

Todos los amigos
de la colonia sabían que yo estaba como loco por ella. Claro que nadie se
apiadaba de mi desdicha y yo me cuidaba de no demostrar el impacto que su desdén
provocaba en mi ánimo.

 

Nunca me había
atrevido a hablarle pero, por esas cosas que tienen las redes de comunicación
informal que establecen los chicos, una de sus amigas me reveló una sorpresa:
Julia había aceptado verse conmigo. Era raro, yo no se lo había propuesto pero
la idea me llenó de alegría y angustia al mismo tiempo.

Después de varios días, también por terceros, me decidí a citarla en el jardín,
junto a la fuente. Recuerdo que estaba nublado y que yo vestía un ridículo
pantalón de casimir. Llegué una media hora antes.

Ella apareció de golpe y me saludó como si nada. No parecía nerviosa. Yo apenas
podía hablar. Nos sentamos en un banco, intercambiamos algunas frases confusas y
hablamos un poco de la escuela.

Cuando logré tomar coraje acerqué mis labios a los suyos. Al primer contacto
ella apretó su boca contra mi boca con una decisión que todavía me perturba. Nos
besamos un rato. Yo sabía de qué se trataba, pero esta era mi primera clase
práctica. Después no sé lo que pasó.

Desde esa tarde nunca más respondió a mis mensajes. Tal vez se desilusionó por
mi falta de talento al besar. Una vez intenté hablar con ella, pero me trató
como a cualquier otro chico. Entonces decidí una retirada decorosa. Sólo me
quedó el sabor de su boca como primer peldaño de una escalera al cielo.

 

Desde ese
entonces, muchas bocas he besado. Besos de lengua como puñalada dulce, besos
como si fuera esta noche la última vez. Besos con ruido, besos destinados a
estremecer, besos por compromiso, besos de despedida.

 


Cómo elegir el beso preciso, el más precioso

 

He aquí la
cuestión ¿lengua o labio? Están también los besos que no nos atrevimos a dar.
Los besos que perdimos por pudor o falta de coraje. Esos gestos que no sabremos
a qué sitio del amor podrían habernos conducido.

Nunca hay
que anunciar un beso. Hay cosas que se dicen y cosas que se hacen. En la
desafortunada frase tengo ganas de besarte se puede perder la partida.

 

Durante mucho
tiempo, utilicé unos versos para llegar a los labios de algunas damas sensibles:
“Boca que arrastra mi boca/ boca que me has arrastrado/ boca que vienes de
lejos/ a iluminarme de rayos./ Alba que das a mis noches un resplandor rojo y
blanco/ boca poblada de bocas/ pájaro lleno de pájaros”.
 

No hay peor ayuno
que la falta de besos. Los labios se agrietan, el alma se encoge y la muerte
encuentra campo propicio para sus soplidos siniestros.

 

Hay que besarse
mientras quede aliento. Pero cuidado: nunca digas esta boca es mía.

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