Además había mucho morbo, ya que
teníamos que escondernos porque él tenía
pareja y encima le conocían en el bar.
Estábamos los dos ardiendo en deseo
de poseernos, por lo que comenzamos a caminar hacia mi casa, pero sin
paciencia, seguían los besos y los abrazos por el camino, el no podía evitar
deslizar sus manos debajo de mi blusa, que estaba toda llena de aberturas que le
facilitaban el acceso.
Mientras tanto, mis braguitas se iban
mojando cada vez más y más, hasta llegar a sentir la humedad al principio de mis
muslos, y así entre la pasión y desesperación llegamos a mi apartamento.
Al llegar, le ofrecí una percha para
que colgara su ropa, pero me agarró y me obligó a tirarla a la vez que me
arrojaba sobre la cama, se tumbó junto a mí y apagó la luz, me hizo jurarle que
me correría muchas veces, se lo juré al oído y eso me puso aún más caliente.
Me fue despojando de mi ropa poco a
poco y diciéndome una y otra vez lo buena que estaba y cómo le gustaba desde la
primera vez que me vio, me besaba y me acariciaba sin parar mientras yo me
estremecía.
Entonces yo tomé la iniciativa
comenzando a lamerle su cuerpo que deseaba desde hacía tanto tiempo, chupé su
orejas, su cuello y fui bajando hasta llegar a sus pezones, allí me detuve un
momento para seguir hacia su ombligo y finalmente llegar hasta sus partes más
íntimas donde me concentré con pasión.
Mientras chupaba su hermoso pene le
miraba la cara que era puro placer, no pude evitar volver a besarle y perderme
en sus besos, entonces
él recuperó el control haciéndose de nuevo con la situación y comenzó a lamer
todo mi cuerpo, creí morir de placer.
Entonces llegó el momento del coito,
algo tan simple, pero que deseábamos tanto. Nunca me había excitado tanto al
ver a un hombre acercarse a mi cuerpo para penetrarme, aquello fue sublime, disfruté muchísimo de su pene, y practicamos todas las posiciones posibles e
imposibles.
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