Cuando se observa la homosexualidad desde la amplia perspectiva evolutiva
darwiniana, es posible poner en contexto biológico la gran variedad de aspectos
sociales, éticos y legales que usualmente acaparan la atención humana alrededor
de esta debatida temática. Para empezar hay que decir que la homosexualidad
podría remontarse a unos mil millones de años atrás, cuando la aparición de los
organismos procariotas trajo aparejado el advenimiento de una gran revolución
evolutiva: la invención del sexo. Tal revolución le imprimió una mayor dinámica
al incipiente desarrollo orgánico, al coste de los naturales azares y
disyuntivas que suelen acompañar a todo proceso complejizador. Una de estas
disyuntivas fue la conducta homosexual.
Un concepto básico gobierna la aparición de la homosexualidad a nivel evolutivo:
¡crisis!. Problemas de orden alimentario o sobrepoblacional, más la consecuente
represión, hacinamiento, e implícito riesgo extintivo, pueden presionar
marginales tendencias homosexuales en ciertos individuos de una gran masa
poblacional. Con ello la evolución habría creado un mecanismo para hacer frente
a sus latentes períodos críticos, regulando la propia propagación de la vida.
Probablemente explique esto el surgimiento del reservorio hormonal sexual que
comparten machos y hembras de diferentes especies (estrógenos y testosterona),
aspecto que ha sido ampliamente malinterpretado cuando se trata de explicar la
homosexualidad. El compartir hormonas del sexo opuesto no significa ni la
feminidad del hombre, ni la masculinidad de la mujer. Se trata simplemente del
desarrollo de una plasticidad suprayacente que tiene como propósito responder,
entre otras cosas, a los mencionados periodos críticos.
Lo anterior derrumba un mito que ha hecho carrera en círculos psicológicos y aun
psiquiátricos. Se trata de otorgarle una presunta base genética a la
homosexualidad, aspecto sobre el cual no existe evidencia fehaciente comprobada
[véase G. Rice et al., Science 284 (5414) 665]. Sobre este tópico
es necesario señalar que la actual estructura genética humana carece de
mecanismos para originar una tercera opción sexual. Incluso la existencia de
rasgos del sexo opuesto en ciertos individuos no obedece a causas genéticas,
sino que a trastornos de tipo hormonal, o a consecuentes alteraciones en el
desarrollo cerebral (hipotálamo más pequeño de lo normal en los hombres,
haciéndolo más parecido al de la mujer; receptores auditivos femeninos
semejantes a los masculinos, etc.).
No existen pues órdenes genéticas para crear organismos homosexuales. De hecho
los genes no determinan la conducta, no producen emociones, ni pueden generar
pensamientos. Tan sólo producen proteínas que transportan mensajes al cerebro,
en respuesta a los estímulos recibidos del medio ambiente. Lejos de poseer
autonomía informativa, los genes obedecen a factores ambientales que regulan su
funcionamiento, explicando ello la emergencia del libre albedrío que hizo de los
humanos mucho más que simples maquinarias genéticas, movidas cual bolas de
billar. Por lo demás los genes no pueden eludir una ley básica de la vida,
inscrita en la misma teoría evolutiva darwiniana: la selección. Selección que
opera sobre la variabilidad genética, favoreciendo el mayor éxito reproductivo
entre ¡machos y hembras!
Es pues claro que la evolución ha tenido en la heterosexualidad a su mecanismo
sexual central, tras la exuberancia y
variabilidad alcanzada por la vida. La pregunta obligada en este contexto es la
siguiente: ¿cómo explicar entonces el comportamiento homosexual en medio del
actual proceso evolutivo cultural, el cual no sólo se apuntala en millones de
años de reproducción heterosexual, sino que cuenta además con unos mecanismos
evolutivos lamarckianos sensiblemente distintos a los que forjaron la senda
evolutiva darwiniana?
Si algún rasgo distintivo y saliente ha caracterizado al estadio cultural
racional, ese ha sido su capacidad para abstraer simbólicamente la realidad.
Ello con todas las implicancias que un tal proceso de referenciación lingüística
local habría de tener sobre la percepción humana del mundo. Desde esta
perspectiva la emergencia de la cultura representa de suyo la mayor “crisis”
conocida en la historia de la vida, dado el hondo abismo creado entre el
“silente” mundo natural: referenciado espectralmente por la luz, y la naciente
referenciación simbólica abstracta, la cual habría de cambiar para bien y para
mal la percepción humana de la realidad. Así como se podían expandir sus
fronteras a través del conocimiento aplicado, también se la podía deformar ante
el intrínseco carácter artificial e ideal del referente antrópico local. Con
ello la naturaleza humana y su entorno vital quedaron expuestos a los designios
del nuevo instrumento de referenciación abstracta. Los malabares con todo tipo
de símbolos monetarios y complementarios no se hicieron esperar, alterándose el
natural equilibrio alcanzado por la vida en el nicho ecológico darwiniano. Se
amplifica entonces la nación biogénica de crisis, y se recapitulan las agudas
condiciones ambientales que vieron aflorar la conducta homosexual. En lo que
sigue haremos un breve recuento del conjunto de factores culturales que podrían
estar asociados a un tal proceso. Observaremos primero el nivel
macroestructural, por modular las relaciones meso y micro de las escalas social
y familiar.
El florecimiento de modelos sociales abstractos aparece en este contexto como el
más claro factor presionante de las conductas homosexuales. Tales modelos hacen
tabula rasa de la compleja estructura social humana, creando paradigmas
con pretendida aplicación global. Aspectos como la superpoblación (‘a
poblaciones crecientes, economías crecientes’), el hacinamiento, la pobreza, y
la no autodeterminación, configuran en este ámbito el caldo de cultivo de las
manifestaciones homosexuales. Cuentan igualmente aquí los estereotipos generados
por la sociedad de consumo, en donde la estabilidad social y familiar podrá
depender del cabal cumplimiento de los preceptos consumistas. De fracturarse el
núcleo familiar, la responsabilidad puede alcanzar connotaciones de género,
pudiéndose crear un rechazo hacia la condición masculina o femenina, derivando
en algunos casos en respuestas homosexuales.
La creación de iconos sexuales constituye una variante más del amplio repertorio
de presiones culturales homosexuales –esto al punto de vendérsela como una
opción comercial más-. Dichos iconos excluyen por definición a los sujetos que
no responden al modelo imperante de belleza, agudizándose ello en el caso de las
personas que exhiben rasgos o facciones del sexo opuesto. Tal discriminación
puede interferir con el normal ejercicio de la heterosexualidad. Con todo, un
mentís a estos estereotipos culturales lo constituye el significativo número de
parejas heterosexuales que lleva una relación normal, no obstante exhibir uno de
sus miembros rasgos del sexo opuesto. Un caso más es el de los homosexuales o
bisexuales que terminan consolidando una relación heterosexual, luego de
operarse un cambio en su entorno cultural o social.
A nivel social encontramos toda una serie de ritos que de antiguo han reprimido
el ejercicio de la sexualidad, desencadenando respuestas homosexuales veladas
ante tales presiones. Los dogmas pueden ir desde imposiciones de orden religioso
o político, hasta deformaciones culturales de la sexualidad, situación a la que
no escapan los propios “expertos”. Tales prejuicios pueden marcar a un sujeto de
por vida, de no tener acceso a la información fáctica que le permita superar
estos lastres. Uno de los más conocidos es la supuesta “naturalidad” del
comportamiento homosexual, lo cual ha surgido como consecuencia del amplio
desconocimiento del real papel desempeñado por la homosexualidad a lo largo del
proceso evolutivo darwiniano.
Como era de esperarse, la escala familiar constituye una síntesis micro del
conjunto de presiones ejercidas a nivel macroestructural. Los vacíos en la
formación familiar pueden convertirse más tarde en una problemática interacción
heterosexual. Pesa mucho acá el estereotipo del macho dominante. No menos
determinante es el de la hembra erigida en centro del núcleo familiar, dado el
preponderante papel que ha desempeñado en la reproducción de la especie. Tal
polarización puede conducir aquí también a la aparición de responsabilidades de
género, lo cual habrá de sublimar las propias responsabilidades individuales que
pudieran existir, estimulando salidas homosexuales. Asimismo se pueden presentar
abusos como consecuencia de hacinamiento, represión, o difíciles condiciones de
subsistencia, siendo el poder económico quien puede entrar a determinar la
tendencia sexual del individuo.
Todos estos factores desencadenantes del comportamiento homosexual ponen de
presente la real dimensión de la crisis generada por el despuntar de la cultura,
en oposición a lo episódico y coyuntural de las crisis darwinianas. Debemos
señalar finalmente que la evolución no avala ni condena la homosexualidad en un
sentido moral. Tan sólo proporciona plasticidad a los organismos para hacer
frente a las presiones ambientales o culturales. Es necesario recalcar también
que si bien la homosexualidad no ha sido el mecanismo impulsor de la gran
riqueza y diversidad que exhibe el mundo natural, sí ha constituido una
alternativa para responder a las crisis puntuales. Aunque la cultura ha
magnificado el repertorio de presiones homosexuales, su practica no ha cobijado
a la gran masa poblacional humana. Algo que, guardadas proporciones con la
evolución darwiniana, identifica una tendencia heterosexual común en ambos
procesos.
Con todo, el que la evolución cultural halla tratado de normalizar y naturalizar
las prácticas homosexuales, dice mucho acerca de la magnitud continuada de su
crisis, al menos en el breve lapso evolutivo de los últimos 26 siglos en que ha
prosperado la autorreferenciación simbólica endógena. Pero ello también habla de
la búsqueda de una tolerancia cultural para con los individuos sexualmente
segregados del extenso devenir evolutivo complejizador heterosexual. Al fin y al
cabo cada cual es dueño de sus propias acciones y circunstancias, y a cada quien
le asiste el derecho de comprender su real origen y significado, así como de
sopesar sus conductas a la luz de los nuevos desarrollos y alternativas que
ofrece el conocimiento espectralmente referenciado (Cultura Científica).