Sin embargo quienes se dedican a investigar estas menudencias dicen otra cosa.
Si, ya sé, lo esencial será invisible a los ojos, pero resulta que como de un cuerpo salimos y a un cuerpo vamos, cuando ellos o ellas ven por la calle a alguien que les gusta, de entrada se detienen en observar cómo lleva combinados los músculos, (el alma queda para después), y en cuanto el objeto de deseo pasó de largo, le enfocan la mirada en el trasero.
Es como un deporte nacional y las estadísticas lo confirman. La última de estas encuestas la realizó el diario La Gaceta (de Tucumán) en enero pasado, y la cola se llevó todos los votos.
Según confesaron las casi dos mil personas entrevistadas, esa parte del organismo humano despierta la atracción, la curiosidad,…y hasta la pasión. ¡Mirá vos!
Y en orden, luego, les siguen las lolas, los ojos, las piernas, las manos, el cabello y la espalda. ¿Y la simpatía, la personalidad, el buen humor, la inteligencia?. Si, son importantes, pero a esa persona….¡Che, qué bien se la ve cuando se va!.
Las colas humanas son, digamos, una entidad en sí mismas. Se exhiben sin pudor en tapas de revistas, programas de televisión, playas y películas. Son pacientes de tratamientos para la llamada piel de naranja, la celulitis (dramas cotidianos de muchas mujeres), y hasta algunos varones se hacen cirugías estéticas para darles cierta expresión aristocrática y tentadora.
Y ni una jueza de la Corte Suprema ni el campeón negro de golf pueden salvarse de comentarios sobre su región sacro-coccígea, ni de los más variados piropos, desde el muy obsceno hasta el más conmovedor. La pregunta ahora es: ¿por qué la cola sí y el codo no?
Nunca faltará un psicólogo que nos diga que las nalgas, por su forma, proveen cierta reminiscencia de los pechos de mamá, aquel sitio de alimento y placer de nuestros primeros tiempos de vida.
A este comentario un antropólogo agregaría, tal vez, que en la prehistoria los primitivos cavernícolas tenían sexo como el resto de los animales, en “la posición del perrito” para ser más claro, y que una buena cola, firme, dura, de ideal tamaño, fundamentalmente en el macho, era propicia para garantizar en el movimiento un buen coito, y por ende la reproducción de la especie.
Ahora bien, tanto en la Edad de Piedra como hoy, el bicho humano se viste con ropajes que resalten sus atributos seductores. Lo hace porque siente que el cuerpo es amable sólo bajo la mirada aprobatoria del Otro.
“Deséame y existiré” parecieran gritar Adán y Eva en su exhibirse desesperado para excitar, pero con cara de yo no fui, pues en el fondo de su corazón cada uno de ellos sabe que cuando invocas a los ratones de los demás, si aparecen, ya no hay Paraíso que te proteja.
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