No
existen las Normas ISO de Calidad para mensurar y calificar la lucha contra las
consecuencias de la marginación, la miseria y la injusticia. Y aunque mis
títulos y diplomas y menciones me habilitan a sentarme frente a ti, no lo son
para enseñarte a vivir. Quizás es al revés.
No
se ha institucionalizado la medición de la eficiencia y la eficacia en la lucha
desigual por seguir siendo un ser humano, para seguir en la recuperación de ser
persona.
Nadie aún, abordó con precisión científica la construcción de un espejo y un
modelo para paliar esta ausencia inconcebible, en un medio totalmente
automatizado en la recepción y bidireccionalidad de las cataratas de la sociedad
de la información, donde el conocimiento, su sucedáneo no implícito, no termina
por presentarse con claridad temporal suficiente para somatizar lo que le sucede
al “otro”.
El
motivo de la ausencia de una norma con ese propósito, es posible porque la
presencia del “objeto” es tan contundente, visible, doloroso, que convierte en
vil toda posibilidad de ser incluido en una norma de calidad. Ni en lo marginal
de ésta tiene lugar esa hipotética medición, por escandalosa y vergonzante, para
los medidores.
Su
hipotética construcción sería el definitivo strip tease de nuestras verdaderas
conciencias. Como lo hubiera sido negar a Nuestro Señor el derecho a una
apelación al fallo que lo condenó, no porque la Alzada no existiera, sino porque
una negociación lo impidió.
Barrabás era menos peligroso.
Era, como nosotros.
Por eso, amigo sin pan ni trabajo ni remedios, te ayudo.
Para tener la ilusión de ser perdonado; en ese edificio que convoca a gritos,
entre el tránsito indiferente, desde la calle Piedras, en San Telmo, aquí, en
Buenos Aires para que se reúnan las “partes”: los que necesitan y los que
ayudan. Allí nos dan albergue, para construir ilusiones, a pesar nuestro.
Porque también yo, soy culpable de lo que te sucede.
No soy mejor que tú. Solo soy sospechosamente, quizás, cobarde; y como tengo
vergüenza y quiero despojarme de esa aptitud, concurro a ti en un espacio que no
es neutral y esta comprometido contigo, buscando me ayudes, y como si fuera un
canalla estoy buscando que aceptes que te ayude, por el precio de mi gratuidad.
Ocultándote que en realidad tú también me ayudas a mí en la impotencia por hacer
una vida mejor.
Y con la ilusión de limpiar mi parte de culpa y poder alguna vez, dormir en paz
conmigo mismo cuando termine de enterrar -con tu ayuda, te lo ruego- al “otro
ciudadano satisfecho e insolidario” que siempre vuelve con suficiencia y
solvencia a buscarme.
Por eso, voy todas las semanas, algunos minutos a escucharte, escribir y
recomendarte como hacer las cosas que tiene que ver con la construcción de tu
futuro digno y sano.
Voy, ya lo habrás notado, a la hora en que muchos
almuerzan, tú y yo no. Parecemos cómplices. Más aún, somos solo uno. Ayúdame a
ser persona. No faltes a esas reuniones. Te necesito.