Introducción
Siempre me pregunté si era posible para un cristiano intentar comprender, consolar y amar a quienes atravesaban situaciones de stress, si no se sentía comprendido, consolado y amado en situaciones semejantes.
Un testimonio de humanización más que de resiliencia se encuentra en la vida de Francisco de Asís, quien luego de participar en una guerra como soldado, arribó a la experiencia de un Dios-hermano, que curiosamente no lo llevó a buscar compulsivamente consuelo, sino a devolver a sus congéneres cuidado y amor según la medida de lo recibido: una experiencia de hermandad con Dios.
Pero ¿cómo puede dar este salto de altruismo quien se encuentra transitando un stress postraumático? ¿Cómo comprende hoy la ciencia de la salud mental y la ética aplicada lo que le sucede a una persona que busca sobreponerse y dar consuelo luego de haber vivido una catástrofe que le provocó un alto stress?
Cuando se experimenta un stress postraumático se suele realizar una valorización ético- filosófica en la cual se da a conocer la propia ideología y ese constructo sirve para saber qué nuevos valores se deben asumir después de la catástrofe, a fin de construir nuevos estilos de civilización o de recuperar los que se habían perdido.
La santa repugnancia de San Francisco por la violencia de la guerra y los negocios de su padre, podrían explicar por qué luego de regresar de la batalla este hombre optó radicalmente por un camino opuesto, de fraternidad y despojo de las riquezas, y adoptó una praxis semejante a la de los niños.
¿Qué le mostró la guerra a Francisco que no vieron sus coetáneos? ¿Vio a Dios y al infierno?
Tal vez todos lo que advierten en nuestro capitalismo salvaje los oscuros ocios-negocios como los de “República Cromañon”, (1) decidan hacer una suerte de “nunca mas” y desarrollen una “santa repugnacia” que los obligue a barajar y dar de nuevo, y a comenzar a jerarquizar de igual manera los huecos, los vacíos y los momentos de plenitud.
La mirada de la ética aplicada
Veamos ahora cuál es la respuesta desde el punto de vista ético para trascender las crisis que se gestan con las catástrofes.
Tomemos el caso más reciente ocurrido en Argentina después del accidente en la disco “Cromañón”. Quienes sustentan ideologías de derecha, subrayaron como causales de la tragedia: la anomia y falta de educación y respeto por la propiedad de los empresarios que tiene la gente burda; la izquierda pone el énfasis en la avaricia y coimas de empresarios y funcionarios.
Se puede señalar avaricia en estos empresarios y negligencia en los inspectores. Pero hay otras causas, unidas a las anteriores, como por ejemplo que las salidas de emergencia estén fuera de uso (al cerrarse con cadenas) que lo están en el 90% de los boliches, estadios y centros de recitales de la Argentina.
Si el empresario intenta impedir que la gente se cuele deberá decidir asumir costos de seguridad importantes; la contratación de los patovicas (2) no evita avalanchas de quienes intenten ingresar sin pagar entrada. Pareciera que solo se garantiza la seguridad del empresario si se “arregla” antes con la policía.
Para las izquierdas la necesidad crea derechos y la justicia poco tiene que ver con los méritos. Reprimir de acuerdo a esta posición sería un acto éticamente reprobable; en cambio “colarse” sería un acto reparatorio, pues proporciona igualdad de posibilidades y nivela las diferencia sociales
El derecho de propiedad a veces implica el pagar un precio demasiado caro aún para quienes subestiman los derechos individuales: el regreso al hombre del cromañón y su resultado final, la muerte.
Para la derecha Argentina los transgresores se apartan del contrato social porque aman el caos y quieren imponer su subjetivismo. Lo que subyace ahora es una violación agravada: una cosa es apoderarse de los fondos de la gente a través de devaluaciones, pesificaciones asimétricas, corralitos, y expropiaciones.
Otra cosa son 190 muertos y 222 heridos. Las izquierdas pueden aplicar la misma lógica y la misma ética de la irracionalidad de las derechas: La ética del altruísmo con fondos ajenos y la ética del egoísmo irracional ( para distinguirlo del auto interés racional) con los fondos propios.
Algunas izquierdas intuyen su cuota de responsabilidad y expían la culpa exigiendo la cabeza del empresario y la del intendente. Admitir que ellas tienen su parte de culpa en la crisis del contrato social implica en alguna medida hacernos cargo de que todos mas o menos somos parte de la “República Cromañon”.
La ética debe juzgar el bien o el mal. Pero quienes se conmiseran de los sectores pauperizados observan que arrojar bengalas no es suicidio para quien presiente que su vida es distanasia (prolongación indebida de la agonía).
Muchos de los asistentes festejan dicha transgresión cuando se sienten determinados para la muerte. Murieron 191 jóvenes, se hirieron 222; pero no todos aceptaban vivir en culturas donde sólo unos pocos viven bien.
Para la derecha todo es cuestión de falta de educación propia de países bananeros, que carecen de la conciencia de legalidad del Primer Mundo. Algunos progenitores han asumido su cuota de responsabilidad en el hecho, y más allá del insoportable dolor, sienten que podrían haber hecho más, reconociendo que no supieron cuidar a sus hijos ni enseñarles a cuidarse.
Seguramente a estos jóvenes se les enseña que pensar, medir riesgos, evaluar, son convencionalismos y que la toma de decisiones nada puede hacer contra “el destino”.
Difícilmente esos padres podrían haber hecho mucho más para intentar fortalecer a sus hijos y alejarlos de este estado de indefensión física y mental que acabó con sus vidas; pero difícilmente esos padres supieran cómo cuidarse ellos mismos, de donde raramente podrían transmitir aquello que ignoran.
Ojalá que tanto dolor sirva para hacernos comprender que la realidad existe, que la causalidad existe, que el derecho de propiedad debe ser respetado y que su transgresión contribuye a generar muertes.
Pero para quien vive en el cautiverio (atrapados por su propio determinismo socio-cultural), el derecho significa poco; ante este desalentador panorama, urge una filosofía y una ética de liberación que nos haga comprender que algunos espacios son “zonas rojas” de particular virulencia porque quienes los habitan; y aunque desde su “sentido común” les parezcan normales, se exponen a un altísimo riesgo (tan alto como su propia vida).
Colofón
A nadie le gusta sufrir, pero cuando ocurren cosas desagradables no hay mejor estrategia que utilizarlas para crecer en sabiduría. Lo contrario es tontería, y el dolor seguirá allí inútilmente.
Dios nunca nos abandona: cuando se pierde algo, se gana otra cosa; y a la larga es lo mejor. Solo hay que estar atento para actuar y analizarlo adecuadamente.
Admiro a quienes sin rencor, luego de una catástrofe donde han perdido a un ser querido, deciden luchar para evitar reiteraciones. Ellos tratan de atemperar un poco su dolor construyendo para los otros y de allí sacan su fuerza.
Probablemente Blumberg (3) nunca hubiera militado socialmente si no hubiera perdido un hijo, pero después de lo que le pasó, lo siente como un deber moral y un compromiso para con el hijo que ya no está. Si su hijo viviera estaría dedicado a su profesión, lo cual no está mal, pero su camino personal sería diferente y su impacto político y social también.
Al besar las llagas a un leproso San Francisco debe haber experimentado una enorme empatía con el sufrimiento del otro, para quien la exclusión era tal vez tan dolorosa como la pérdida de un hijo.
Creo que su praxis es como un querer estar en la llaga de Dios, en el hueco y vacío de toda experiencia humana. Y de ese gesto que pocos hombres de su cultura comprendieron, también nació algo nuevo.
Recuerdo que una vez un joven de mi parroquia que se había consagrado a Dios a través del movimiento de los focolares murió en un accidente de montaña y me tocó transmitirle a los padres la terrible noticia.
Cuando llegué alguien ya les había avisado y comenzaron a insultarme diciendo que yo era el responsable de que ellos fueran más pobres y de todo el dolor que vivían. Me quedé en silencio, los miré fijamente, consciente de que les estaba dando la posibilidad de expresar todo su dolor.
Curiosamente el domingo estaba toda la familia que me había insultado, en la misa de cuerpo presente celebrada para despedir los restos del joven. Me sorprendió enormemente que el responsable de aquel movimiento italiano me dijera que mientras los familiares del joven me insultaban, él había visto un “popo” (en lenguaje trentino significa un niño).
Me lo decía como un halago de mi proceder, que para él era evangélico. Yo realmente me sentí un chamán, y comprendí aquel sueño o pesadilla que acompañó a Niesztche a lo largo de toda su vida:” Un niño caminaba hacia el féretro de su padre, se metía dentro, y con el moría”.
Creo que esa fue la experiencia que hizo Francisco, de un modo seguramente mas pleno. El santo conocido como el más niño, se hizo nada en el no ser del Padre, en la llaga del Hijo, y de todo hombre en la plenitud de amor del Espíritu.
De allí todo se hace divino y la creación entera recupera su relato de fraternidad y canta el himno de las creaturas que no es propiedad de los cristianos, sino patrimonio de toda la humanidad.
Por último, el arte de consolar requiere personas que puedan escuchar sin interrumpir, que no interpreten todo lo que se les cuenta, que dejen llorar (nada mejor para emerger de la angustia), que se manifiesten con la palabra y el gesto corporal cercanos pero que no asocien inmediatamente el dolor del otro a lo que les pasa inmediatamente a ellos.
Este es el arte de no buscar tanto ser comprendido como comprender, ser amado como amar. No solo constituye la clave central de una personalidad madura, sino que es una de las mas grandes aportaciones que dio el franciscanismo para que nuestra cultura no fuera hipócritamente cristiana.
Notas
(1) Discoteca incendiada en Buenos Aires el pasado mes de diciembre 2004, con un saldo de casi doscientos muertos.
(2) En Argentina, personal de seguridad de las discotecas.
(3) Juan Carlos Blumberg es el padre de Axel, un joven asesinado por sus captores en el marco de un secuestro extorsivo.
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