Caminaba, casi corría tomada de la mano de doña Petra. ¡Apuráte, apuráte!.
¡Ya va llegar y tov”ía nos falta un buen trecho!. No se soltaba de la
tibia mano que la hacía sentir segura en cualquier lugar en que se encontrara.
Se oyó el sonido de un cohete al estallar y doña Petra apuró el paso.
¡Ya”stán
llamando m”ija! ¡Ya va llegar! ¡Apuráte!. Después de un rato arribaron a la casa
ejidal. Ahuacatlán estaba de fiesta. Llegaría el señor presidente a entregar el
dinero para la construcción de dos aulas en la escuela tele secundaria.
”Ora
sí podré seguir estudiando, pensaba yo muy contenta. Mi mamá ya no va a tener
pretexto para no mandarme a la tele secundaria porque ya van a haber más salones
habrá cupo para mí.
Caminé más contenta y vi la casa ejidal adornada con papeles
de colores y mucha gente vestida de domingo; aunque era lunes. Yo palpé mi
mochila, producto de un pantalón viejo de mi papá. No conocía al ingeniero
Rocael Basilio González Bite, nuestro presidente municipal.
Tenía ganas de verlo
y en mis sueños lo abrazaba y besaba con agradecimiento. ¿Sería posible hacer
realidad esos sueños?. Llegamos y nos quedamos de pie porque ya no había
asientos disponibles ahí dentro.
El ruido de las conversaciones de las señoras y
de vez en cuando una carcajada acompañada de palmadas de algunas de ellas daban
alegría al ambiente. Los señores bien trajeados y oliéndoles el pelo a aceite de
ricino; para que éste se quedara en su lugar; los sombreros de modelos
diferentes les daban un aire de galanura a todos ellos.
El
estallido de un cohete y la camioneta blanca estacionándose fueron simultáneos.
¡Ya
llegó, ya llegó! ¡Viva el señor presidente!. ¡Viva! Gritamos todos a coro,
Descendieron varios hombres y entre la multitud alcancé a ver a un hombre muy
alto, fornido, blanco, de cabello castaño; Grandes ojos color miel y dulce
sonrisa.
¡Buenas tardes compañeros, buenas tardes!, Por favor siéntense; les pido
disculpas por el retraso, pero venimos de otra comunidad y con mucho respeto…
Yo escuchaba absorta en ese inmenso mar de ámbar que eran sus ojos; su tranquila
voz me hipnotizaba y a mis diez años creía estar en el cielo. Mami, mami, ¿ya
vio qué grandotas tiene sus manos? ¡Cállese que la va oír! Me regañó.
Aplausos y aplausos. El presidente se sentó y las mujeres olorosas se acercaron
a darle unos ramos de flores. Me solté de la mano que me sujetaba y saqué el
costalito de café molido que llevaba en mi mochila y caminé hasta quedar frente
a él.
La mesa nos separaba. Extendí las manos y le entregué mi regalo; las
piernas me temblaban, me sudaban las manos, estaba fría y quería llorar. Él me
dio la mano y me atrajo hasta quedar a su lado.
Me abrazó, me dio un beso en la
mejilla y al oído me susurró: “gracias, muchas gracias nena, espero que sigas
estudiando, para que cuando seas grande, seas una mujer importante para orgullo
de tu familia y de tu ejido” y me volvió a abrazar y me dio el beso de
despedida. Yo estaba en las nubes, sentía que pisaba hoyos al regresar a mi
lugar, junto a mi mamá.
Quiero decirles que aquél abrazo y aquél beso me marcaron para siempre. Ahora
cuando bajo a Cacahoatán en mi auto último modelo, no me siento una mujer
importante; sino una persona feliz.
De
vez en cuando Rocael me invita a su casa a tomar café de su parcela; acompañado
de deliciosas galletas que prepara su linda esposa. Lo bebemos despacio. Mi
nieto se acomoda en su regazo mientras él me platica lo difícil que fue ser la
primera autoridad del municipio.
Si quieres aprender a escribir, inscríbete
ahora gratis en nuestro
Taller
Literario haciendo clic
aquí.