Simón aprendió que la magia y la belleza
están en los ojos de quien las ve.
En su niñez, una de las cosas que más le
agradaban era, además de jugar, disfrazarse,
para él estar disfrazado tenía un valor muy especial pues le hacía
verse más bello y le llevaba a imaginar pequeñas historias; no les hablo
de belleza física ni de historias ficticias, les hablo de que se sentía
bello, se convertía en el protagonista de su historia, se transformaba,
todo a su alrededor se volvía mágico.
En el arte del disfraz, empezó iniciado
por su padre, precisamente voy a hablarles
de un muy especial 31 de octubre. Simón iba a cumplir 6 años de edad
y tenía mucho interés por unos disfraces de Gokú, Pikachú, o Dragon Ball
Z que salían en la televisión; también le gustaban pero no tanto, otras muchas
opciones que había de diferentes colores, tamaños, estilos, formas y
precios… la cuestión era que cada uno de los disfraces trataba de imitar
un personaje famoso, pero el asunto del precio influyó mucho en la decisión
de sus padres.
Papi, ¿si me vas a comprar el disfraz de
Pikachú que vimos ayer? Preguntó ansioso
el niño, mientras le brillaban sus ojos de emoción. No es posible.
Por ahora no tenemos dinero para
comprarlo. Respondió su padre al tiempo que
le retiraba con cariño de su frente, un mechón de cabello. Pero papi, mis
demás amigos tendrán hermosos disfraces y yo no voy a ponerme el mismo del
año pasado, respondió enojado el niño, su padre le contestó con una mirada
triste y fingió una leve sonrisa, pero sabía que era imposible satisfacer
el capricho de su hijo, pues en ese momento no estaba en capacidad
de comprar nada. Desde hacía varios meses lo habían despedido de su
empresa, no por su desempeño, que era muy bueno, si no porque su indemnización
por despido era más barata que la de otros empleados con menor
capacidad de trabajo, pero con mayor salario y antigüedad.
Todas las empresas de la ciudad pasaban
por una crisis similar, debían reducir
costos de personal para aumentar la competitividad. Llevaba varios meses
sin recibir salario y sabía que pasarían otros mas en esa incertidumbre,
así que todos los gastos estaban restringidos.
¿Qué has pensado acerca de lo del
disfraz del niño? Le preguntó su esposa cuando
estaban a solas. Tendrá que ser algo sencillo hecho en casa. No hay dinero.
Así que luego de un buen rato de conversar, decidieron hacer una capa
negra con un pedazo de tela que sobró y un gran sombrero de cartulina negra…
lo llamaron “el mago”, Simón consintió medírselo a regañadientes para
que sus padres le hicieran unos ajustes y pudo verse frente al espejo…
no le agradó lo que vio.
Simón, ¿tú sabias que los magos tienen
tres poderes muy especiales? Ah ¿sí? ¿y
cuales son esos poderes, papi? Tercero pueden sorprender a las personas, segundo
pueden hacerlas sonreír y primero pueden aparecer y desaparecer objetos.
Simón no prestaba mucho interés en salir
con una capa negra y un sombrero hechos
en casa mientras sus amigos saldrían a lucir los bellos y costosos disfraces
de la televisión, así que su padre se quedó callado por un momento,
su cara estaba triste y sus ojos brillaban, sacó una moneda de su bolsillo
y le preguntó: ¿ ves esta moneda? pues voy a arrojarla hasta encima del
televisor… se concentró, alzó su mano con la moneda, la alzó hasta su
cabeza en varios intentos y la lanzó… Simón no vio su trayectoria, ni escuchó
cuando cayó y al mirar encima del televisor, no estaba la moneda; su
padre le mostró su mano vacía, sonrió y le dijo “opsss, algo salió mal,
tal vez si decimos las palabras
mágicas aparezca de nuevo.
Repite lentamente estas palabras:
arista pua que a la catay punai” , y empezó a mover de nuevo
su mano a la cabeza y a mirar fijamente el televisor donde debía estar
la moneda, este gran esfuerzo de concentración y silencio se rompió cuando
gritó : ” tarán ” y allí estaba de nuevo la moneda… en sus manos,
difícilmente podría saber como
llegó otra vez hasta allí.
Ese miércoles, luego de regresar de la
escuela primaria, Simón no quería ponerse
el disfraz de mago, le dijo a su padre que quería tener el mejor disfraz
entre todos sus amigos y su padre le respondió: “no aspires a ser bello
sino a tener belleza; no sueñes ser cantante sino canción, no ambiciones
volar si no a ser vuelo”, y le propuso un cambio: “yo te muestro como
desaparecer la moneda y tú me demuestras que eres capaz de ser un mago”.
Cuando aprendió el truco, Simón se
sentía un verdadero mago, así que su padre
le dijo que si mantenía esa actitud tendría los tres poderes del mago: podría
sorprender a las personas, hacerlas sonreír y también aparecer y desaparecer
objetos.
Caminaron hasta un lugar con muchos niños
y donde había una tarima para desfilar
con el disfraz, la gente tomaba fotografías y un señor muy serio hablaba
por micrófono y entregaba dulces a los niños. Estando en la fila para
subir a la tarima a desfilar, uno de los niños que iba detrás de Simón le
preguntó “¿ y de qué se supone que estás disfrazado?”. De mago, le
respondió convencido. El niño, al
ver su humilde disfraz abrió lo ojos, se rió
y gritó “miren… dizque un mago”, todos voltearon a verlo , su padre
lo tranquilizó diciéndole “ya
está haciendo efecto tu disfraz, tienes el tercer
poder del mago, estás sorprendiendo a las personas”. La gente no paraba
de mirar a Simón y algunos se empezaron a reír, su padre tomó fuerte su
mano y le dijo: “tienes ahora el segundo poder del mago, los haces sonreír”,
ya estaban encima de la tarima y era su turno para mostrar el disfraz
ante el público, así que su padre muy atento a evitar distracciones y
para recuperar el pulso de las circunstancias agregó: “si eres un mago, eres
un mago, demuéstrales que puedes desaparecer las cosas” y le entregó la moneda.
El señor de la tarima estaba arrodillado,
con lo que quedaba a la altura de los
niños y le era más fácil sostenerles el micrófono para preguntarles acerca
del disfraz. Simón contestó que era un mago, que tenía el poder de sorprender
a la gente, de hacerla sonreír y de aparecer y desaparecer las cosas…
el señor del micrófono, sorprendido, se sonrió. Entonces Simón alzó
su mano mostrando la moneda, anunció por el micrófono que la lanzaría hasta
el árbol que había al frente y se concentró, alzó su mano con la moneda,
la alzó hasta su cabeza en varios intentos y la lanzó… nadie vio su
trayectoria, nadie escuchó cuando cayó y algunos niños que fueron a mirar
debajo del árbol, gritaron que no estaba la moneda; Simón les mostró su
mano vacía, sonrió y dijo “opsss, algo salió mal, tal vez si decimos las
palabras mágicas aparezca de nuevo,
repitan lentamente estas palabras: arista pua que a la catay punai”,
y empezó a mover de nuevo su mano a la cabeza
y a mirar fijamente el árbol donde debía estar la moneda, este gran esfuerzo
de concentración y silencio se rompió cuando gritó: ” tarán ” y allí
estaba de nuevo la moneda… en sus manos, difícilmente podrían saber como
llegó otra vez hasta allí… mas que con su disfraz, fue con su actitud
que pudo ser un mago, no parecerlo.
Esa es la vida, así se debe vivir, de su
padre aprendió muchas cosas, aunque no
inmediatamente, solo con el tiempo le fueron llegando las conclusiones de
sus especiales maneras de actuar, descubrió que no quería ser mago porque
en el fondo lo que quería era ser magia y lo logró, del disfraz de mago
no conserva ni la capa, ni el sombrero de cartulina negra, ni sus poderes,
ni mucho menos la moneda que usó ese día, conserva de él una anécdota
que le ayuda a recuperar su identidad, cuando cree que está por naufragar.
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