El hambre ataca

Pedro
Carruyo tenía muy mala situación económica, no tenía trabajo y a consecuencia
de ello tenía en muchas ocasiones que mendigar para comer y poder subsistir.
Los tiempos eran duros y difíciles  y
tenía que pedir o hacer trabajitos ocasionales para  paliar un poco la situación. 

         Los domingos Pedro se iba hasta un
balneario muy conocido de la ciudad, donde, debido a que ese día era de asueto
las personas acudían allí en mayor cantidad para disfrutar de la playa y esto
aumentaba las posibilidades de sacarle un poco de mayor provecho a la condición
de solicitar ayuda. 

         Dentro del balneario la venta más
grande de comida tenía en ese momento cinco comensales. La señora que atendía a
los clientes siempre procuraba tener un menú bien variado con la intención de
satisfacer a la clientela y lograr siempre el motivo y la razón de la
existencia del negocio: realizar una venta. Pedro se fue acercando y observando
a cada uno de los comensales, miraba y volvía a mirar sacando a la vez sus
cuentas mentales, para ver a quien se le acercaba y le hacia la petición para
no fallarla; miraba las características de las personas para no equivocarse
cuando estuviera cerca de ella. Esto era muy importante en esta actividad, por
que si fallaba el tiro, tenía que empezar el proceso de nuevo hasta lograr el
objetivo. 

         Un señor, como de cuarenta años, que
andaba sin compañía, moreno, un poco regordito, se estaba tomando una sopa de
pescado muy despreocupadamente y Pedro se le acercó sigilosamente. Cuando
estuvo cerca le dijo: 

-Disculpe
señor, me puede dar algo para comer. No he comido desde ayer y tengo más hambre
que un ratón de ferretería. 

         El señor dejó por un momento de tomarse
la sopa, colocó la cuchara dentro del  plato y lentamente fue enderezando su cuerpo que estaba un poco
encorvado y recostado con los codos sobre la rustica mesa. Se enderezo por
completo y volteó hacia el lado donde estaba Pedro y mirándolo tranquilamente
le dijo: 

-¿Tu
tienes hambre? 

-¡Claro
que tengo hambre señor, si no no le estaría pidiendo plata para comer! –le
contestó Pedro manteniendo la distancia y mostrando su lado humilde. 

-Yo
no te voy a dar dinero, por que no lo acostumbro, pero si tú tienes hambre te
voy a brindar un plato de comida. ¡Vamos a matar a la que te esta matando!.¿Que
te parece? Te voy a obsequiar un servicio de sopa de pescado, de esta que estoy
tomando yo que sabe espectacular.  

-Si
señor, muchas gracias y que Dios se lo pague. 

-¡Señora,
señora!-le gritó a la señora que estaba de espalda atendiendo a la sartén. Después
que volteó terminó de decirle- señora tenga la bondad de servirle aquí al señor
un plato de sopa de pescado, de esta misma que estoy tomado yo y lo carga a mi
cuenta.  

-Si
señor enseguida – contestó la señora y de inmediato se puso a buscar los
utensilios que eran necesarios para servir lo que le habían pedido. Al mismo
tiempo y sin que nadie se lo indicase, Pedro se sentó en una silla que estaba desocupada
al lado del señor. 

-La
comida fue servida y Pedro empezó a comer con prisa, por que el hambre lo
estaba atacando con fuerza, se llevo a la boca varias cucharadas de sopa de
forma muy seguida, para luego llevarse a la boca una presa de pescado, pero con
tan mala fortuna que después que lo hizo, cuando trago, una espina, de esas que
nunca faltan, se le clavó en la garganta. 

         Pedro despabilo los ojos, se le
abrieron como dos huevos fritos, se levantó como accionado por un resorte de la
silla, se llevó las manos al cuello y en su desespero empezó a gritar: 

-¡Me
ahogo!¡ Me ahogo! ¡Una espina!¡Una espina!-al mismo tiempo seguía diciendo
otras palabras atropelladamente y debido al nerviosismo que lo embargaba no permitía
que estas palabras fuesen entendidas con claridad pero que, por los gritos, los
brincos y los ademanes que hacia, le permitieron llamar la atención de los
otros comensales y transeúntes que estaban cerca de allí. 

         Se acercaron varias personas con la
intención de ayudar; uno de ellos le dio unas palmadas con fuerza en el centro
de la espalda para que expulsara la espina., pero no tuvo éxito. Otro gritó: 

-¡Dale
agua! ¡Dale agua pa`que le pase! 

Y
Pedro mirando asombrado al tipo que dijo estas palabras, en su desespero
alcanzo a decir: 

-¡Agua
no! ¡Agua no señor, por favor! ¡Sopa! ¡Déme sopita señor, que con eso también
se me pasa!    

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