Su único hobby es recorrer en cada ciudad, de cada país los museos y de ellos los enormes salones en que se exponen las diferentes pinturas.
Podría pasar largas horas en ellos sin cansarse, le gusta extraer de esos cuadros la esencia misma, la superposición de colores, el ensamble de planos, adivinar cómo llegó el artista a resaltar esos ocres intensos, las diferentes gamas de verdes y azules, detenerse en cada pincelada meterse en la tela y ser parte de ellos.
En la contemplación, la pintura cobra vida. Ya está dentro de ese paisaje, entre los girasoles de Van Gogh, o en el salón de Las Meninas de Velázquez. Se funde con el óleo y sus colores, deja que la magia la transporte a cada lugar, disfrutando, cada minuto.
Está sola, éste es otro de los placeres de la vida que quiere gozar sin compartir, es un juego de seducción entre cada obra y ella. De pronto lo ve, un retrato de cuerpo entero, él está desnudo, se parece al David de Miguel Ángel, pelo rubio, ensortijado, cuerpo atlético, curvilíneo, se acerca más, ¡Es el David!
No puede apartar sus ojos de él, está fascinada, quién pudo pintar ésa maravilla, es un óleo increíble, no tiene firma. En realidad no importa el autor, ese cuadro tiene vida propia. Admira sus formas perfectas, su desnudez incitante.
No puede ni quiere apartar sus ojos, recorre cada centímetro de ese cuerpo, se detiene en el impactante rostro, ¡está loca!.. El la mira, la recorre entera, le sonríe, una llamarada caliente la envuelve, su cuerpo transpira, se excita.
No puede ser, es sólo un cuadro…cierra sus ojos, como para tranquilizarse. De pronto siente alrededor de su cintura el calor de dos brazos que la pegan a la tela fundiéndola en ella; la ciñen con fuerza, no intenta el menor movimiento, se entrega, sigue con los ojos cerrados. Su boca se pega a la humedad de una boca entreabierta, los botones de su blusa estallan, los jugos se mezclan, ya no es ella, gira inmersa en formas y colores, no quiere parar, es suyo, se pertenecen.
Se buscan a través de laberintos intrincados, se encuentran, no existe tiempo ni espacio. De pronto, se escucha una voz monocorde que suena como un eco en sus oídos, es el guía que llega con un grupo de gente.
El aire caliente se va transformando en una leve brisa que acaricia, recupera la calma y el equilibrio, todo se sosiega. Vuelve las ropas a su lugar, abotona su blusa, baja y alisa su falda, acomoda sus cabellos, justo a tiempo, ya llegan los turistas.
Se da vuelta, la pintura sigue allí, él también, no hay nada que llame la atención, es sólo un hermoso cuadro.
Por Iris Faba
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