Son viejitas casi no llegan a tener fuerza para coger ese cigarrillo siempre
eterno entre ellas.
Sabes, siento una enorme ternura por tus manos Papa.
Leo en ellas y me duele el alma, tan gastadas, tan trabajadas y tanto miedo en
ellas.
Miedo al pasado, a esos golpes y ese temor que le
teníamos, miedo al recuerdo de esas noches en las que su único fin era
estrellarse contra nuestros cuerpecitos indefensos.
De niños asustados, de miradas aterradas.
Hoy no siento ese dolor, Papá, esta ya superado, no me
duelen esos gritos, esos golpes e insultos.
Esos besos deseados y nunca recibidos, no me duelen esas
palabras tiernas que necesitaba y nunca oí.
Ni esas noches en vela esperando tu llegada.
¿Sabes qué me duele?, tu dolor, tus recuerdos, miro tus manos y a tus ojos y veo
el infierno reflejada en ellos.
Ese infierno que son tus últimos días sin saber como enmendar el pasado.
Sin salir de tu boca una palabra que nos haga intuir tus sentimientos.
Las miro y transmiten dolor ajadas, de dedos delgados y temblorosas. Las miro, y
es una obsesión.
Cuando estás sentado en tu butaca, esa de la que casi nunca te levantas ya,
porque te faltan las fuerzas.
Me
siento en el suelo entre tus piernas, toco tus manos y las llevo a mi cabeza es
la forma de decirte que no te temo ni recuerdo ese pasado que tanto te
atormenta.
Que te perdoné y, lo más importante, que te quiero.
No
hablas como siempre, pero tus ojos vidrioso y tus manos temblorosas encima de mí
hacen que me dé cuenta que te llegan mis sentimientos, son los únicos momentos
en los que no veo en ti el peso de una vida rota, equivocada y llena de dolor.
Esas manos antes tan temidas me inspiran una enorme ternura.
¿Y
sabes por qué?
Con el tiempo comprendí que tu también temiste a otras manos, pero no pudiste
perdonar.
TE
QUIERO