Nuestro espíritu a veces sobrepasa los límites del
cuerpo, y sentimos que hasta el aire es más vasto, pero también sabemos que sin
ese idealismo, quedamos exánimes.
Es necesario evadirnos, posiblemente tocar fondo, para luego elevarnos hasta lo
desconocido y llegar finalmente hasta ese lugar donde sólo habitan las almas.
Inmóviles observamos un mundo desconocido donde espíritus errantes se fusionan,
disfrutan y flotan en una atmósfera ficticia, porque están más allá de todo
cielo conocido, donde el azul profundo se confunde con colores aún sin nombre
que los distinga.
Nada molesta su vuelo incesante carente de alas, sólo hay
impulsos, deseos y una incomparable sensación de placidez…
Existen paisajes,
los que cada uno invente detrás de miradas ciegas. Hay olores de recuerdos sin
memoria, que se confunden con caricias sin manos que las proporcionen.
Sensibilidad sin piel, latidos sin sangre, conjunto de un Todo amorfo en la
inmensidad de lo inacabable.
Algo nos alerta de la existencia dual del Ser, algo percibimos, cuando un lago
quieto refleja una mirada, un río torrentoso, es sinónimo de ruta vital y el mar
embravecido, representa la pasión tenaz que nos mantiene de pie.
Tiempo equidistante de una finitud remota, que nos saldrá al paso
intempestivamente, debiendo aceptarla como una establecida ley.
Es allí, en ese
justo punto, donde la muerte cumplirá el último acto de la vida y renaceremos en
espíritu para la eternidad.