La confabulación de los rengos

Esteban se negó a compartir su habitación de pensión con un rengo porque -dijo- "nunca puede dejar de temérsele”.

Los varones Don José Y su almacén Si un chico de hasta 15 años participa en un delito de ninguna forma<br /> podrá ser enjuiciado ni recibir una condena

Recién llegada de mi provincia y con mis esmirriados y curiosos 10 años Todo rengo

Todo
rengo -explicó al dueño del albergue- posee los sentidos hiperdesarrollados:
el gusto, el oído, el equilibrio y hasta el sentido común. Demuestran ventajas sobre el común de los mortales en lo referente a su memoria, su inteligencia, su agilidad mental y -paradójicamente-
su velocidad motriz".

Comentó
que habían conformado hace décadas la "log¡a de los rengos", que
extendió rápidamente sus actividades. "Esa
log¡a se dedicó primero a tareas superfluas: descuentos en los bastones,
control en el funcionamiento de los ascensores y manifestaciones en defensa de una rampa para cada esquina.

Enseguida
comenzaron a escribir libros de autoayuda y a dictar cursos de control mental
sobre la renguera.

Sobrevaloraron
su condición de rengos, determinando que su pierna sana hacía causa común con
las miles de piernas únicas de los demás rengos y así comenzaron a segregar
individuos.

Desarrollaron
las virtudes enumeradas y -con razón- percibían como inferiores a los bípedos
ambidiestros, como gustaban llamarles".

"Pero
el punto cúlmine -siguió detallando Esteban- llegó con el intento de
exterminio de todos los ambidiestros.

Desarrollaron
modelos de bastones-escopeta, utilizaron trampas sin ética ("¿me ayuda a
cruzar, por favor?") y complejizaron sus técnicas (infiltración en
servicios de inteligencia, en compañías telefónicas, en empresas
constructores de escaleras y en las fábricas de chalecos anti-bala que
inundaron el mercado para defender a los bípedos de esos
bastones-escopeta)".

"No
sin gran esfuerzo -que incluyó la participación de las Fuerzas Armadas,
algunos mentalistas, pitonisas y cooperadoras escolares- la logia fue finalmente
desbaratada por las organizaciones bípedas.

No obstante, en cualquier cuarto de pensión queda algún nostálgico
-finalizó Esteban- y nunca puede dejar de temérsele".

Por
Alejandro Puga, de su libro “Después de la tormenta”.