Los tiempos eran duros y llenos de vicisitudes económicas, alcanzando por igual
a todos, excepto los comerciantes legales e ilegales.
Obtener una dieta con proteína animal no siempre se lograba y la incertidumbre
rodeaba al siguiente día en relación a qué ocurriría con la alimentación. Los
ancianos, jubilados o no fueron las primeras presas en este callejón sin salida.
En este ambiente social construí una amplia casa cuyo patio exhibía mosaicos en
contraposición al de la mayoría de los vecinos que la deseaban con tierra,
basados en la idea de cultivar algo capaz de satisfacer la carencia de algún
producto deficitario en el mercado, como el plátano, componente frecuente en
nuestros platos. Pero yo continúo pensando que la tierra debe ser cultivada por
el campesino, no por mí.
Mi hogar está flanqueado por dos casas, en una de las cuales habitaba una pareja
de ancianos, cuyo guía Guillermo-que así se llamaba- de rostro despigmentado,
posiblemente por falta de sol, con fisonomía parecida a una rata y tal vez yo lo
asociaba a este roedor no sólo por el físico, sino también por su costumbre de
dormir profundamente durante el día.
Nunca escuché los ruidos característicos de los cubiertos durante el día en esa
casa y esto era fácil de identificar dada la cercanía, además cuando había
comida siempre escuchábamos el danzar de los cuchillos y tenedores.
La primera noche que sentí ruidos extraños en mi patio, entreabrí las persianas
sigilosamente, allí observé una rata que sobrepasaba el peso normal de las
vistas hasta esa fecha. El patio iluminado me impulsó a traspasar la puerta de
mi comedor con ánimos homicidas hacia aquel repugnante ser, pero éste
desapareció. La rata adivinó mis intenciones.
La noche siguiente preparé una ratonera y como carnada un trocito de jamón que
milagrosamente salvé de la gula familiar durante la cena. Tomé todas las
precauciones habidas y por haber, le di calor al apetitoso alimento situado en
el centro de la ratonera e intensifiqué el calor sobre las partes laterales de
este mecanismo ya que las ratas saben cuando el hombre ha manipulado algún
objeto con ánimo de tenderle una trampa. Posteriormente la coloqué en un sitio
poco iluminado, frecuentado por estos animales.
Dormí plácidamente regocijándome interiormente, disfrutando a plenitud el
resultado final de mi persecución. Al amanecer y sin lavarme, corrí al patio y
allí apresado había un ratón, pero no la rata. Nuevamente me sentí
desilusionado.
Ya sé –pensé rápidamente: “No escaparás de un plato exquisito que a ti te gusta,
el queso amarillo- difícil de conseguir en estos tiempos- pero que lo conseguiré
cueste lo que cueste..”
Por las tardes solía sentarme en el portal de la casa y sostener charlas con mis
vecinos, principalmente con Guillermo que había notado mi interés por la rata.
Yo lo mantenía informado de mis planes. El era erudito en todo lo referente a
los hábitos de animales, se los conocía a la perfección.
Ya lo tengo!- pensé por un momento- sólo debo proveer a la puerta del lavadero
en su porción inferior, de un mecanismo que cierre a voluntad cuando pase la
rata a su interior. Este lavadero es una especie de caja, hecho de cemento y
ladrillo, con una puerta metálica en su única entrada, situado en el extremo del
patio.
Compré en el mercado utensilios suficientes para construir una puerta
electrónica con la cual sustituí la antigua. Esta puerta cerraba guiada por un
telecomando a distancia. La preparé inmediatamente sin conocimiento previo de
mi familia – que habían salido- ni de los vecinos. Dentro del lavadero situé
alimentos irresistibles a cualquier rata: embutidos, queso, etc.
Esa noche transcurrió como de costumbre, apareciendo al fin mi pequeño monstruo
como en otras ocasiones, paseó largo rato por el patio- sintiéndose dueña y
señora- hasta que el apetitoso olor de los alimentos le llamó la atención, se
acercó lentamente e inadvertidamente se introdujo en la trampa, momento que
aproveché para hacer funcionar el telecomando cayendo al unísono la puerta.
La
rata retrocedió al sentir el peligro, su agitación aumentó cuando me vio salir
y dirigirme hacia ella, sabía que yo era el triunfador y ahora su cara había
perdido su expresión de burla, era de súplica. El interior del lavadero era
metálico.
Mis deseos se convirtieron en realidad, tenía delante al enemigo que perseguía
durante largo tiempo y ahora me correspondía disfrutar la venganza, me convertí
en un sádico, mis sentimientos nobles desaparecieron y solo era el animal frente
al animal. Conecté un cable a la red eléctrica y lo acerqué a la jaula metálica
lentamente.
La
rata seguramente pensó que yo no era capaz de darle fin a sus días de esta
manera, aunque la interrogante ocultaba su expresión hasta que hice contactar el
cable en la jaula, escuchándose un sonido gutural seguido de un noo…..Fue una
voz humana- me repetí mil veces para convencerme de lo contrario- no es posible,
es que mi obsesión ha llegado al máximo.
La
rata mientras tanto se retorcía como un ser humano, exhibiendo una intensa
quemadura en su cuello, hasta que quedó inmóvil. Abrí la puerta, ya que yacía
tranquilamente en el suelo- ¡Oh, Santo Dios!, Me estoy volviendo loco.
Regresé a mi cuarto y me acosté tarde en la madrugada, sin poder apartar aquel
grito de mi cabeza. Al siguiente día noté su desaparición sin dejar rastro. A
nadie comuniqué esta experiencia- no quise ofrecer evidencias en mi contra que
atestiguaran mi estado paranoico.
Pregunté a la esposa de Guillermo por su marido para confiarle parte de lo que
me sucedía; tal vez él me aconsejaría o me aportaría ideas útiles. Guillermo
está enfermo- me contestó su esposa. Así pasaron las semanas y la triste noticia
llegó.
Guillermo falleció. Los vecinos acudimos a sus honras fúnebres. Un
presentimiento extraño, sin conocer a ciencias ciertas su causa, invadió mi
corazón, hasta que aprovechando la salida temporal de su viuda, destapé la caja
mortuoria con el pretexto de introducir un reloj antiguo que el fallecido
deseaba llevar en su último viaje.
Desabotoné el cuello de su camisa y quedé pasmado, allí había una quemadura
profunda, indudablemente de naturaleza eléctrica, yo la conocía bien. No pude
más, regresé a mi casa lleno de temblores que recorrían mi cuerpo en forma de
oleadas y siempre bajo la mirada de su viuda que me observaba atentamente con
reproche.
La
siguiente noche vi otra rata, esta vez más pequeña, que me miraba fijamente sin
miedo a mi presencia. Entré al comedor, busqué un plato de comida y se lo
ofrecí; ella se acercó y lo devoró rápidamente; después me miró en señal de
agradecimiento- pensé yo- y se retiró. Tenía lágrimas en los ojos.