Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos escrito algo
que pensamos o sentimos; lo volcamos en un papel y, al cabo de los años,
esas ajadas notas vienen a nuestras manos, las leemos con una sonrisa en
el alma y en el corazón, nos reconfortan… nos hacen soñar.
Todos, TODOS,
tenemos esa capacidad de expresarnos. Desde antes que existiera la
escritura, el hombre prehistórico sintió la necesidad de plasmar de alguna
manera sus vivencias, aunque más no fuera en jeroglíficos.
¿Qué es, entonces, lo que nos lo impide ahora?
Varios son los motivos: uno de ellos es el temor de no
expresarnos correctamente; otro, el de no tener posibilidades concretas de dar a
conocer nuestra creación.
Sin embargo, actualmente –con el avance de
Internet– eso ya no es un obstáculo.
El que quiere escribir puede
hacerlo sin
ocuparse demasiado de las formas –para eso estamos los Correctores
Literarios– y se puede publicar a bajos costos en la red o, simplemente,
colaborar con algún sitio con el que nos sintamos identificados.
Hay algunas pautas que se deben seguir: una de ellas es
escribir sobre lo que se conoce o
sobre lo que se siente. Nunca hay que adentrarse en temas
desconocidos, porque el escrito pierde profundidad y el lector lo nota
inmediatamente. Otra es: todo
escritor necesita de un Corrector.
Efectivamente, el hecho de haber leído mucho o de
tener un título académico en cualquier especialidad, no brinda automáticamente
la capacidad para escribir con corrección. Y
aquí NO me refiero sólo a los errores ortográficos, sino a la redacción en
general; a lo que hace que el lector comprenda qué es lo que se quiso decir,
sin tener que volver a leer una oración.
Voy
a darle un ejemplo que puede parecerle un poco exagerado y, por supuesto, lo es.
Mire: yo soy
Correctora y me especialicé en gramática. Eso es lo que sé y para lo
que me preparé. Pero… si me duele un dedo voy a ver a un traumatólogo; si me
pide una placa, se la llevo luego para que él la interprete y me diagnostique,
aunque yo esté perfectamente capacitada para leer el informe, ir a una farmacia
y comprar un antiinflamatorio.
Entonces, ¿por
qué se piensa que es diferente, si el que necesita “consultar”
es un médico (o un abogado, ingeniero o arquitecto)?
¿Por qué tienen ellos
que saber qué es un “hipérbaton”, si yo no sé cómo se interpreta una
tomografía, no puedo presentarme a Tribunales para defender un juicio, no sé
calcular la estructura de un puente, ni tampoco puedo hacer los planos de una
casa?
Le dije que la comparación era exagerada, pero quiero demostrarle con eso
que NO está mal que se consulte con
un especialista en cada materia, aunque sea un profesional el que lo
haga.
¿Sabía que hasta a un gran escritor como es el Premio
Nobel Gabriel García Márquez se le encontraron errores que un buen corrector
hubiera detectado?
Si una persona se pone a escribir sin cuidar tanto las
formas, lo hará con mayor fluidez y sentimiento. Luego venimos los correctores
en su auxilio y, si había algo interesante que comunicar y está escrito, el
corrector hará que eso se vea y sienta con la claridad y profundidad con la que
fue concebido.
¡Anímese, escriba! ¡TODOS
tenemos algo importante para decir!