El paso del tiempo transforma las cosas, las envejece, y en la mayoría de los casos, las aniquila...

Por eso, es necesario renovarse constantemente, recordar los votos con que iniciamos nuestro andar por la vida, recordar cuál fue el motivo que nos llevó a tomar el camino en el que ahora nos detenemos para pensar en el resto del futuro.

Entonces uno puede reflexionar sobre el principio y las condiciones de la actualidad; es decir, podemos determinar si los resultados son los que esperamos cuando en soledad, tomamos las decisiones que hoy nos hacen ser lo que somos y no otra cosa.

Porque esa ruta la empezamos solos y en ella nos topamos con quienes habrían de acompañarnos por un trecho, pero en esas relaciones también decidimos dar nuestro beneplácito a esa persona que llenó los vacíos de la existencia, le dimos el voto de confianza y  decidimos juntar nuestros destinos, que fueran el mismo para ambos.

Pero el camino no siempre fue fácil, las piedras y los hoyancos hicieron tropezar en más de una ocasión, detenerse por las inclemencias de la vida, las enfermedades, la falta de trabajo, el cansancio, el ver como otros van más rápido y mejor, los ataques de extraños que llenos de envidia pretendieron deshacer lo que habíamos construido, todas esa cosas y más, forman parte de la misma historia, de ese destino que decidimos juntar para que fuera el mismo para ambos y de los que de nosotros nacieran.

Por eso, es necesario recordar el principio; si no olvidamos el origen seguramente tendremos la oportunidad de renovarlo, de reforzarlo con la experiencia adquirida durante el tiempo compartido.

Recordar los momentos felices, esos cuando juntos carcajeaban por una tontería, o visitar el lugar donde se conocieron o recorrer las calles que solían pasear tomados de la mano haciéndose promesas y peticiones mutuas.

Pero suponer que todo ha terminado porque ya no hay brillo en los ojos o no se comparten pequeñas cosas juntos, es un error.

Siempre que se desee, existe la posibilidad de sacar a relucir el ímpetu de antaño, no importa que tan lejos esté el comienzo, solamente ha caído mucho polvo en esa relación, es necesario sacudirlo para que puedan apreciarse las cosas bellas que dieron paso a la unión de dos personas, como el baúl de recuerdos, como las fotografías y los cursis poemas que se dijeron cuando la atracción era fuerte, muy fuerte.

Esa cosa que llevó al acercamiento, a las sonrisas, al coqueteo, al atrevimiento, a los besos, a la entrega, ahí está, es el origen, permanece sepultada entre las miles de cosas que se hicieron juntos, las buenas y las malas, las hermosas y las feas, pero ahí sigue, jamás se perdió, sólo se llenó de tiempo, por lo tanto, se alejó de la vista.

Entonces, hay que buscarla, excavar entre los recuerdos, los dulces y los dolorosos hasta llegar a ella y percibir su calor, su tersura, su belleza, la solidez con que la conformamos, y  sentir esa fuerza con la que nos lanzó al futuro, seguros de lograr todo lo que nos habíamos propuesto en un principio, a esa cosa que nos unió, muchos la llaman amor y no debe confundirse con la costumbre de estar juntos, porque estar juntos sin estar unidos no es precisamente hacer una pareja, serán como dos extraños bajo un techo esperando a que pase la tormenta para luego, cada quien seguir por caminos diferentes.

Si llegáramos a olvidar las promesas y los planes que se hicieron al comienzo, se corre el riego de perderlo todo, por eso, creo que es bueno renovarse, retomar las palabras de conquista, los piropos, el coqueteo y el atrevimiento.

Dejar atrás el aburrimiento, la rutina y hacer que la imaginación retorne al lugar de donde nunca debió salir, finalmente es por bien de dos y de los que nacieron de esos dos, es un asunto de salud física y mental, en el origen está la respuesta, siempre que así lo quieras.

Por Luis Margarito Escudero 

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