Aunque,
gracias al Hacedor, no he sufrido pérdida en el horror que les tocó vivir,
todavía hoy, cuando vuelven las imágenes y los recuerdos de ese día negro,
siento retumbar dentro de mi los alaridos de las víctimas.
EMBAJADA
– AMIA – LAS CÁMARAS DE GAS Y LOS
GENOCIDIOS QUE DEJAN OLOR A SANGRE FRESCA.
De oscura raíz saltó el alarido
empapando la pluma para siempre entintada
de sangre de sangre de sangre.
Escombros que llaman a risa
a los agazapados detrás de cortinas engañosas
que ocultan su gusto por la muerte.
Carcajadas salidas del horror
que sus manos sembraron cultivaron florecieron
en lúbrico festín de carnes y esperanzas.
No hay paz. No hay consuelo.
No hay siquiera una noche que transcurra con arrullos
porque el grito que se eleva del espíritu
y reclama reclamando las verdades
que se pierden por caminos encubiertos con falacias
es un grito que despierta y no da paz.
Mientras rostros displicentes se despegan de la angustia
repitiendo indiferentes no es a mí
no es a mí
no es a mí a quien pueden hacerme responsable.
¿Quiénes son los que sienten orgullosos
el mandato de ser brazos del horror?
¿Qué macabro concierto se sucita
en las fuerzas que sostienen el don del universo?
¿Dónde van tantas almas arrancadas de la tierra
en un gesto despiadado de poder implacable
que inconsciente destruye las raíces de la vida?
¿Dónde van tantas almas? ¿Dónde van?
¿Qué reclamo vibra sin respuesta en el espacio?
¿Dónde fueron tantas almas? ¿Donde están?
¿Quizá comiencen a poblar otras galaxias?
¿Quizá su espíritu se eleva a los maestros?
En algún lugar esta conciencia desgajada
espera y nos espera.
Mirando la balanza espera
que llegue el día de la justicia justa.